Cuando Ana María Arévalo (Caracas, 1988) regresó a Venezuela tras varios años en el extranjero, se encontró otro país: la crisis política y económica había dilapidado la esperanza de mucha gente. “Había una depresión general muy fuerte”, recuerda.
Venezuela estaba en boca de todo el mundo y los temas a explorar como fotoperiodista eran interminables, pero Arévalo se fijó en uno que estaba fuera del radar. Una amiga le habló de la situación de los centros de detención preventiva —penales provisionales para quienes están a la espera del juicio— en Venezuela. Su amiga trabajaba en una oenegé y le contó en qué condiciones estaban allí las mujeres embarazadas, cómo las mezclaban con los hombres, cómo algunas ni siquiera recibían comida. Arévalo decidió acompañarla a estos calabozos para verlo con sus ojos.
El primer lugar al que le llevó su amiga fue, para su sorpresa,…
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