En el vagón de tercera de la ruta férrea que une Urumqi con Turpan, dos de las mayores ciudades de la provincia de Xinjiang, huele a fruta madura, encurtidos y sudor concentrado. Decenas de pasajeros se agolpan de pie en los pasillos mientras los más afortunados picotean en sus asientos, ensimismados en la pantalla del móvil. El ambiente podría ser casi perezoso hasta que un grupo de azafatas, acompañadas por agentes de seguridad armados con palos, se abren paso de forma abrupta y, desde el final del tren, comienzan a elegir pasajeros a los que identificar con brusquedad.
Los agentes escanean tarjetas de identidad y las azafatas les toman fotografías con sus propios móviles: sus objetivos son las mujeres veladas y los varones jóvenes, a quienes despiertan a empujones si duermen para que presenten sus papeles. Un policía golpea con una porra de madera un…
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