Hay días que dan para mucho. El 21 de febrero de 2012, Moscú amaneció casi caluroso: el termómetro marcaba un grado sobre cero. Masha Gessen, nerviosa, se encontraba en una situación extraña: su novia estaba a punto de parir, y poco podía hacer ella más que esperar. Paseó arriba y abajo, leyó periódicos, charló con enfermeras. Pensó en su primer hijo, adoptado. Pensó en su segunda hija, que ella trajo al mundo. Y pensó en este tercero, a punto de nacer: muchos hombres, igual que ella, veían pasar las horas mientras esperaban, con nervios y paciencia, a que sus mujeres dieran a luz.
Ese mismo 21 de febrero de 2012, en otra parte de la ciudad, un grupo de jóvenes se sentían también especialmente nerviosas. No era para menos: iban a tomar por asalto —armadas con pasamontañas de colores y guitarras— la catedral del Cristo…
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