El hierro es duro, pero en el mar Mediterráneo es más frágil que la madera o el plástico. La irrupción de las pateras metálicas, mal soldadas y proclives a llenarse de agua, es la última metáfora visual del desamparo de las miles de personas que cada año intentan llegar a Europa a través del mar.
Como cada verano, la mejora de las condiciones climatológicas favorece que haya más salidas. Pero esta semana las llegadas se han disparado. Todo ello pese a la insistencia de la Unión Europea en su estrategia de externalización de fronteras. A los acuerdos con Turquía, Marruecos o Libia se ha sumado ahora el de Túnez, que incluye una partida de más de 100 millones de euros para detener las salidas de sus costas. El fracaso de fiar la “seguridad” de las fronteras europeas a terceros países continúa, pero, sobre todo, continúan las muertes y la confirmación de que este es el capítulo más negro en la historia reciente de Europa. Más de 1.700 personas desaparecidas en el Mediterráneo en 2023; más de 27.800 desde 2014.
Parece que todo sigue igual, pero no es así. Empeora. La fotoperiodista Anna Surinyach se ha embarcado en una misión de la oenegé Open Arms para documentar la situación de las personas que intentan cruzar el Mediterráneo. A bordo del Astral no dejaron de sonar alertas en apenas cuatro días. Una cacofonía de la desesperación y la imposible coordinación para salvar vidas. Los avisos se sucedían por el canal de emergencias en alta mar.
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