Anna Surinyach

Las pateras de hierro son el último símbolo de la fragilidad y el abandono que sufren las personas que cruzan el Mediterráneo

El hierro es duro, pero en el mar Mediterráneo es más frágil que la madera o el plástico. La irrupción de las pateras metálicas, mal soldadas y proclives a llenarse de agua, es la última metáfora visual del desamparo de las miles de personas que cada año intentan llegar a Europa a través del mar. 

Como cada verano, la mejora de las condiciones climatológicas favorece que haya más salidas. Pero esta semana las llegadas se han disparado. Todo ello pese a la insistencia de la Unión Europea en su estrategia de externalización de fronteras. A los acuerdos con Turquía, Marruecos o Libia se ha sumado ahora el de Túnez, que incluye una partida de más de 100 millones de euros para detener las salidas de sus costas. El fracaso de fiar la “seguridad” de las fronteras europeas a terceros países continúa, pero, sobre todo, continúan las muertes y la confirmación de que este es el capítulo más negro en la historia reciente de Europa. Más de 1.700 personas desaparecidas en el Mediterráneo en 2023; más de 27.800 desde 2014. 

Parece que todo sigue igual, pero no es así. Empeora. La fotoperiodista Anna Surinyach se ha embarcado en una misión de la oenegé Open Arms para documentar la situación de las personas que intentan cruzar el Mediterráneo. A bordo del Astral no dejaron de sonar alertas en apenas cuatro días. Una cacofonía de la desesperación y la imposible coordinación para salvar vidas. Los avisos se sucedían por el canal de emergencias en alta mar. Se oían mensajes, entre otros, de pescadores tunecinos y de Radio Lampedusa, la estación de coordinación marítima de esa isla.   

“La barca está llena de agua. Quizá alguno se ha caído al agua”. 

“Debe prestar socorro, debe rescatar a las personas que han caído al agua”. 

“¿Cuál es la posición de esta barca que se está hundiendo? Debe darme la posición”. 

“¿Pero hay todavía personas en el agua? ¿Las han sacado? Si hay personas en el agua, deben sacarlas”.

“Lo he entendido, lo he entendido, gracias. Pero no podemos hacer otra cosa. Son realmente muchísimos. No tenemos medios para poder llegar inmediatamente a todas partes”.  

La ciudad tunecina de Sfax se ha convertido estos días en el principal punto de salida de las embarcaciones. En el Astral no recuerdan tantas salidas desde 2016, cuando la mayoría de las pateras partían de Libia. Los rescates son siempre complicados, porque decenas o cientos de personas se hacinan en pequeñas barcazas. Las pateras metálicas han añadido urgencia y peligro a estas operaciones. 

“Las embarcaciones de hierro se han empezado a ver en los últimos meses y ahora son mayoritarias. Tienen una estructura débil, están muy mal hechas. Hemos visto incluso que las juntas de hierro están mal soldadas y les ponen un tipo de silicona para intentar que no entre agua”, dice Gerard Canals, jefe de la misión. 

Este es un relato de la misión de rescate del Astral a través de las imágenes de Surinyach. 

Martes 1 de agosto. Primer día de navegación. Empiezan a llegar alertas. Una patera metálica con 40 personas a bordo, entre ellas mujeres y niños, está en peligro. Esta perspectiva acuática no es demasiado habitual, porque la mayoría de imágenes se toman desde los barcos. La visión desde el mar ayuda a entender mejor la angustia de las personas que viajan en embarcaciones precarias. El objetivo es no caer al agua, pero la amenaza es constante. 

El Astral se acerca a la barcaza. El equipo de rescate, formado por Felip Moll, patrón de la lancha, y Juanjo Cebrià y Gloria Tena, socorristas, reparte chalecos salvavidas. Había entrado mucha agua en la patera. La mayoría de las personas son de Guinea y Burkina Faso. La patera se mueve mucho y da la sensación de que va a volcar. “Las embarcaciones hinchables y las de madera, que son las que más se veían antes, son más estables. Las de goma a veces se pinchaban, pero incluso en ese momento podían mantener a gente a bordo. Las metálicas son más parecidas a los cayucos y son más inestables. Van de lado a lado. Tienen un francobordo muy bajo. Tienes que intentar acercarte sin tocarla para no crear movimiento lateral. He visto algunas que incluso se doblan. Cuando están cargadas y viene una ola, se deforman y el agua entra por el punto central de la barca”, explica Moll.

La barcaza metálica finalmente se hunde. El Astral fue el primer barco que se acercó a la patera y la protegió. El rescate se hizo en coordinación con la Guardia de Finanzas, encargada de la seguridad de las fronteras. “Se veía claro que tenía un francobordo muy bajo. Aseguramos a todos y les dimos chalecos. Vino la Guardia de Finanzas y se intentó abarloar”, dice Moll. El movimiento hizo que pronto la barcaza se llenara de agua y se hundiera. La gente cayó al agua. El Astral lanzó una balsa flotante y churros. La Guardia de Finanzas lanzó aros salvavidas. Afortunadamente, no hubo ningún muerto, pero el episodio sirve para explicar la fragilidad cada vez mayor de estas barcazas a la deriva; ahora metálicas, pero más débiles que nunca. 

El Mediterráneo Central está lleno de pateras vacías. Casi no se ven embarcaciones neumáticas, que eran las más habituales, sobre todo entre 2015 y 2017, cuando partían principalmente de Libia (ahora lo hacen desde Túnez). Sí las hay de madera, y acostumbran a llevar a más personas a bordo. La Organización Internacional de las Migraciones, que depende de Naciones Unidas, sospecha que el incremento de las muertes en el mar está directamente relacionado con la irrupción de estas pateras metálicas. En ellas acostumbran a ir las personas con menos recursos, casi siempre de países del África negra. Es una dinámica que se repite también en los pesqueros, por ejemplo, donde el precio que se paga a los traficantes varía según el lugar que se ocupa. Los que pagan menos se van a la bodega. 

La primera patera que encontramos el segundo día en el mar es de madera, más segura que las metálicas. En ella viajan 25 personas, todas de Túnez. Salieron del puerto de Sfax. En la embarcación van familias enteras que huyen de su país.

Ninguna de las personas que viajan en la embarcación de madera lleva chalecos salvavidas. Lo primero que hace el equipo de Open Arms es repartirlos para darles seguridad en caso de que caigan al agua. 

Vaya tiene dos años y se resiste a ponerse el chaleco. Viaja con su padre, Mohamed, y su madre, Semna, embarazada de ocho meses y medio. 

Ammal viaja con su marido y sus dos hijos; uno de ellos tiene cáncer. 

Aisha tiene tres años y  viaja con sus padres y su hermano. Se rompió el brazo hace unos días. 

Cuando la lancha de rescate del Astral se acerca, Semna tiene contracciones de parto. La enfermera a bordo del Astral, Marta Barniol, decide trasladarla al barco, porque parece que el parto ha empezado. El Astral contacta con las autoridades italianas, que le piden que embarque a todas las personas y las traslade a Lampedusa. 

La enfermera Marta Barniol y el jefe de operaciones, Gerard Canals, hacen una ecografía a Semna y observan sufrimiento fetal y que el bebé estaba atravesado. Su anterior parto había sido por cesárea. Barniol explica que la deshidratación aceleró las contracciones, pero que tras rehidratarla por vía intravenosa estas se detuvieron. Después del desembarco en Lampedusa supimos a través de una activista italiana que la hija y el marido de Semna fueron trasladados a Palermo. Pero no nos llegó ninguna información sobre ella. 

Después del rescate, Aisha y Yahya son reconfortados por su madre. Ya están a salvo, a bordo del Astral. Son una familia tunecina. En los últimos años ha crecido el número de personas que salen de Túnez. Desde sus costas parte tanto población tunecina como de otros países africanos. 

La oenegé Open Arms tiene ahora mismo dos barcos operativos (hay otro en el puerto de Barcelona): el Astral y el Open Arms. El Astral, más ligero, acostumbra a acudir a socorrer a las embarcaciones en peligro para asegurar su posición y evitar que naufraguen, a la espera de que otros barcos procedan al rescate. El Open Arms, con más capacidad, sí que lleva a los rescatados a los puertos italianos asignados.

Al principio, mientras el Astral seguía en puerto esperando el permiso de salida, la Guardia Costera y el barco Open Arms se coordinaban para hacer múltiples intervenciones que resultaron en 777 personas rescatadas. Pero, por primera vez, cuando por fin pudo salir el Astral tuvo que rescatar y descargar a decenas de personas en Lampedusa y volver al mar el mismo día para rescatar de nuevo. Un síntoma de la falta de recursos en el mar. El equipo de Open Arms no recuerda tanto movimiento desde 2016, cuando en un solo día el Astral llegó a tener a más de 2.000 personas a su alrededor.

Hace mucho viento y las olas golpean contra esta patera. Es muy inestable. Viajan en ella 41 personas, todas ellas del África negra (Camerún, Burkina Faso, Costa de Marfil). Después aparecen dos barcazas más, todas metálicas. El triple rescate se alarga durante unas tres horas. La oscuridad de la noche siempre complica los rescates. Si el tiempo no acompaña, la situación es aún más difícil. En total son rescatadas 134 personas.

El Astral ha hecho en dos días consecutivos dos desembarcos en Lampedusa, con un total de 202 personas rescatadas. Los relatos de los supervivientes una vez a bordo son duros. Virgine, una mujer embarazada de ocho meses procedente de Camerún, cuenta que sufrió mucho en la ruta, especialmente en Argelia. La mayoría critica las duras condiciones de vida en Túnez, donde vivían escondidos. Algunos dormían en la calle. Desde hace años, Argelia lleva a cabo una campaña sistemática de deportaciones de personas del África negra. El pasado mes de julio dieron la vuelta al mundo imágenes de una madre y una hija muertas y abandonadas en el desierto en la frontera entre Túnez y Libia (aparecieron luego otras fotografías similares de más personas). Los ataques racistas en Túnez se suceden. El norte de África se está convirtiendo en un lugar cada vez más inhóspito para quienes llegan de los países de más al sur. 

A Lampedusa no dejan de llegar aviones cargados de turistas. El verano de los refugiados es diferente. El Nadir, barco de rescate de la oenegé Reqship, espera en el puerto de Lampedusa a que las personas rescatadas puedan ser desembarcadas. Mientras, las llamadas de socorro no cesan. Se espera mal tiempo en los próximos días. Si las condiciones climatológicas no son buenas, el riesgo de naufragio es mayor. Faltan recursos y voluntad para salvar vidas, pero en realidad todo este esfuerzo, aunque colosal, solo es una tirita. Todas las personas que cruzan el Mediterráneo están en riesgo. Lo que falta es una alternativa política y humana para que esto no siga ocurriendo. 

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