Con una reverencia, Meaze da la bienvenida a su salón. Entre una veintena de tiendas de campaña y un descampado de barro discurre la vida en común en este asentamiento de Calais, en el norte de Francia. Suena música eritrea junto al fuego en torno al que una decena de personas se refugian de la lluvia y el frío. El olor a café se mezcla con el de plástico quemado. “Este amigo mío es un granjero muy rico, es dueño de cientos de camellos y de gallinas, no sabemos qué hace aquí jugándose la vida”, bromea Meaze sobre uno de sus compañeros. Tiene 30 años, le gusta la historia y recuerda que uno de los escritores más famosos de esa parte del mundo a la que lucha por acceder se llamó Shakespeare.
Algún día volverá a Eritrea y será presidente, dice, también riendo. Pero el…
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