Nota de 5W:
Anna Martín, estudiante de Periodismo de la Universidad Autónoma de Barcelona, viajó en enero de 2016 a Lesbos para conocer de cerca el periplo de los miles de refugiados que estaban llegando a Europa. Pero una vez allí no se fijó en la historia de un refugiado sirio, sino en otra más oculta, la de un migrante marroquí que decidió que aquella era la mejor vía para llegar al centro de Europa, en concreto a Bélgica. Durante un año, Martín ha ido siguiendo la historia de Zakaria. Este es el resultado.
De forma puntual, en 5W publicaremos reportajes de estudiantes. Como en este caso, intentaremos seguir de cerca todo el proceso, hacer un esfuerzo adicional de edición y, por supuesto, pagaremos el trabajo.
___________________________________
No huía de una guerra ni de la persecución política. Nacido en Mequinez, una ciudad en el norte de Marruecos, Zakaria (nombre ficticio), de 26 años, quería vivir en Europa para mejorar su situación económica, y creyó que lo conseguiría más fácilmente cruzando a Grecia desde Turquía —cuando la ruta aún estaba abierta— que intentando llegar de su país por España.
Zakaria se crió en su ciudad natal jugando a voleibol —junto al fútbol, su deporte favorito— y estudió Geografía en la Universidad de Mequinez. Sin embargo, no logró trabajar en su ámbito. Obtuvo, por ejemplo, un empleo en el sector de la pesca en la ciudad costera de Tánger. También estuvo unos meses trabajando en Murcia —consiguió llegar a España de manera clandestina gracias a unos amigos que tenía en Melilla y que sabían cómo cruzar la frontera allí—, esta vez en el sector agrícola. Pero cuando intentó cruzar la frontera a Francia, lo detuvieron y fue deportado.
De vuelta a casa, pronto se cansó de trabajos precarios: el último, en una empresa europea en la que solo ganaba un euro por hora trabajada. Con conocidos que habían estudiado en el viejo continente y amigos y familiares que vivían allí, la idea de encontrar un futuro mejor en Europa, a través de una nueva ruta, ganó fuerza.
Enero de 2016: De Marruecos a Lesbos
Ya lo tenía decidido: el objetivo de Zakaria era llegar a Bélgica, instalarse en ese país y conseguir un trabajo. Pero esta vez no lo intentaría por la ruta más corta, la de España, sino por una ruta que se había abierto y por la que centenares de miles de personas estaban llegando a Europa escapando de la muerte. Se mezclaría con sirios, afganos e iraquíes, pero también con personas de otras nacionalidades que, a pesar de ser menos representativas en cuanto a número de llegadas, estaban huyendo en muchas ocasiones de una situación de conflicto.
A finales de enero, tomó un avión desde Casablanca con destino a Estambul. Aunque el plan era camuflarse entre los refugiados, su condición y nacionalidad marcarían su viaje. Porque él no era un refugiado: sus motivos para migrar eran estrictamente económicos. “Dentro de lo que es la migración, los refugiados tienen un estatuto especial, están protegidos por la legislación internacional y, por lo tanto, tienen todo el derecho a entrar en Europa. Y se les está impidiendo. Los migrantes económicos tienen todo el derecho moral pero hay leyes que restringen más su entrada”, dice Arnau Ballester, miembro de Barcelona Ciudad Refugio. Zakaria pensaba en seguir la ruta de los refugiados evitando controles e intentando pasar desapercibido para llegar a su objetivo: Bélgica, donde reside su tío, que le había prometido trabajo y alojamiento.
En Turquía solo estuvo dos días. Allí conoció a su compatriota Mohamed, de 34 años, con una meta clara: Italia, donde también tenía familiares esperándolo. Se convirtieron en compañeros de viaje. Su primer paso juntos fue cruzar el mar Egeo y llegar a la isla griega de Lesbos, a unos diez kilómetros de la costa turca.
Contactaron con traficantes, los auténticos beneficiados de esta crisis, los que han visto florecer un negocio tan rentable como siniestro —el de enviar barcazas en estado deplorable cargadas de humanidad al mar—, y pagaron 700 euros cada uno por pasar al lado griego.
Al menos en esta primera etapa, Zakaria tuvo suerte. A pesar de haber pagado una pequeña fortuna para subirse a una lancha motora sobrecargada y vulnerable a mar abierto, el trayecto por aquel mar fronterizo —en el que, no obstante, han muerto más de 5.000 personas en 2016— fue breve y tranquilo. Salieron por la mañana y en dos horas los jóvenes marroquíes ya pisaban suelo griego. Llegaron a Lesbos el 3 de febrero.
Febrero de 2016: Lesbos
Las dos lanchas en las que viajaban con refugiados llegaron sin problemas —escoltadas por la ONG catalana Proactiva Open Arms— a la costa de Skala Skamineas, una pequeña población pesquera del norte de Lesbos desde la cual se divisa Turquía. Los campamentos pertenecientes a organizaciones de voluntarios situados en primera línea de costa, Lighthouse Relief y Team Platanos, fueron los encargados de atender a los recién llegados. Se les ofreció ropa seca, agua, zumo, té y comida. Después, tan solo debían esperar un autobús que los llevaría hasta Moria, el campo de registro oficial en el que por aquel entonces sirios, afganos e iraquíes podían acreditar su nacionalidad y seguir con su ruta hacia el norte. Pero Zakaria y Mohamed no podían registrarse por motivos obvios.
En el interior del campamento de Lighthouse, conversaba con un grupo de jóvenes procedentes de Afganistán —o eso intentaba, pues la mayoría casi no hablaba inglés— cuando un chico irrumpió también en la ronda de presentaciones y se dirigió a mí con más osadía que el resto. Tenía un rostro limpio, sin atisbo de barba. Parecía más joven que los demás. Sobre todo llamaban la atención su mirada y su sonrisa pícaras, que, acompañadas por la chupa negra que lucía, le conferían una apariencia chulesca. “Me llamo Zakaria”, dijo en inglés. “¿De dónde eres?”, pregunté. “De Siria. Tengo 17 años”.
No tardamos en descubrir que los dos hablábamos francés y aprovechó para añadir, con mucha más fluidez, que había estudiado Geografía en la Universidad. ¿La Universidad? No podía tener 17 años. Después de la conversación, Zakaria se marchó con los demás al campo de Moria, pero decidimos mantener el contacto.
Los días en que el joven estuvo en Lesbos estuvieron marcados por una situación anormal. En diciembre ya se había anunciado que Frontex enviaría equipos de intervención rápida para ayudar a Grecia a controlar refugiados en el Egeo. Sin embargo, sus primeras intervenciones de envergadura empezaron justo la semana en que Zakaria pisó tierra griega. Aún no se había firmado el acuerdo entre la UE y Turquía, pero la operación para cerrar esta ruta ya se había puesto en marcha.
La isla se fue quedando sin gente: los que llegaban partían de inmediato hacia Atenas, entre ellos Zakaria, que estaba listo para subirse a un ferry el sábado 6 de febrero, solo tres días después de haber llegado a Grecia. En ese pequeño espacio de tiempo, el teléfono había sonado con frecuencia. “¿Podemos vernos? Necesito contarte muchas cosas”. Zakaria no había querido responder a ninguna pregunta relacionada con su vida hasta que no nos viéramos. “¿Dónde está tu familia?”. Solo obtenía una respuesta: “Cuando nos veamos te lo explicaré”.
Puerto de Mitilini, isla de Lesbos. Zakaria, joven “sirio”, acude al nuevo encuentro junto a Mohamed, que se había presentado como libio. Pronto, ambos confiesan la verdad. “Somos de Marruecos”, dijeron. “Y yo tengo 26 años”, añadió Zakaria. Intentaron hacerse pasar por civiles de un país en guerra porque querían llegar a Europa fuera como fuera.
“Vendí mi moto por 2.500 euros para venir a Europa”. Semanas después, Zakaria me envió por WhatsApp una foto con su antigua moto azul en Marruecos. En su caso, cruzar la ruta de los refugiados no solo implicaba reunir mucho dinero. No podía ser descubierto, así que debía evitar el transporte público, camuflarse, esperar días y días en algunos puntos.
Si hubieran tardado un poco más, quizá no habrían pasado
No se registraron en la comisaría de Moria, al contrario que los refugiados. Pasaron aquellos días en un campamento extraoficial cerca de la capital gestionado por la organización No Border Kitchen. Situado en la playa, casi a la intemperie, básicamente acogía personas de nacionalidad marroquí y argelina. Las condiciones allí eran muy precarias. Las personas que estaban gestionando el campo y sobre todo cocinando denunciaban la falta de letrinas. Aun así, la proximidad a la ciudad principal de la isla compensaba las condiciones de aquel campamento. Mientras hablábamos, ambos mostraron sonrientes unos papeles. Por 75 euros cada uno, habían conseguido en Mitilini documentación falsa: ahora eran sirios.
Si hubieran tardado un poco más, quizá no habrían pasado. Pronto se cerró el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, y empezaron las primeras interceptaciones de botes y deportaciones a suelo turco.
El ferri de Zakaria a Atenas salía a las cuatro de la tarde, con algo de retraso debido al mal tiempo. Su travesía por Europa no había hecho nada más que empezar.
Finales de febrero: Ruta de los Balcanes
Llegaron a Atenas sin problemas y con unos papeles que les acreditaban como sirios. Allí, cogieron un tren hasta la ciudad griega de Tesalónica por 45 euros y, después, un taxi hasta la frontera con la Antigua República Yugoslava de Macedonia (FYROM, siglas en inglés). Pero una vez llegaron, no quisieron arriesgarse. “Eran papeles falsos, si nos hubieran descubierto podríamos haber ido a la cárcel”. Así que decidieron intentarlo por el bosque en lugar de por la frontera por donde pasaban los refugiados, no sin antes tener que elegir entre aquello o pagar 2.000 euros a un particular dispuesto a llevarlos a Italia en coche.
La primera vez que cruzaron la frontera que separa Grecia de Macedonia por un paso no oficial, fueron sorprendidos por las autoridades. Los obligaron a retroceder. Al segundo intento lo consiguieron.
Por aquel entonces, antes de que el acuerdo entre la UE y Turquía cerrara esa ruta, desde Grecia se dibujaba un recorrido claro a través de los Balcanes que desembocaba en Alemania y otros países del norte de Europa. Grecia, Macedonia, Serbia, Croacia y Eslovenia o Hungría, Austria y, finalmente, Alemania. El cierre intermitente de fronteras, las restricciones y hasta la construcción de vallas por parte de algunos Estados hacían que esta ruta se modificara, sobre todo a su paso por Hungría, donde las violaciones de los derechos humanos de los refugiados han sido constantes en los últimos dos años.
“Mis amigos no pueden esperarme porque todos tienen el objetivo de llegar lo antes posible”
Pese a ser migrantes marroquíes, Zakaria y su compañero intentaron seguir esta ruta. Tardaron poco más de diez días en cruzar Macedonia y llegar hasta Serbia. A pie. Corrían el riesgo de ser descubiertos y devueltos a Grecia. En su paso por los bosques macedonios, el grupo con el que viajaban fue detenido muy cerca de la frontera con Serbia por varios hombres armados. Los amenazaron y les pidieron dinero. Zakaria me escribió poco después. “Estoy sufriendo porque unos delincuentes nos detuvieron. A mí, a Mohamed y a otros amigos. Nos pidieron dinero y todos pudieron irse porque sus familias se lo habían enviado. Yo no tenía nada y me quedé solo, pero gracias a Dios he huido”. Zakaria logró cruzar la frontera la medianoche del 18 al 19 de febrero y, desde un campo de refugiados en territorio serbio —había campos distribuidos a lo largo de los países que conformaban la ruta—, me relató lo ocurrido. Permanecer allí era arriesgado, ya que las autoridades podían identificarlo y obligarle a retroceder. Sabía que no podía perder tiempo y por eso decidió retomar la marcha la noche del mismo 19 de febrero.
Mohamed y los demás, que se habían adelantado una vez liberados, estaban ya en Belgrado. “Mis amigos no pueden esperarme porque todos tienen el objetivo de llegar lo antes posible”. Aun así, logró reunirse con ellos. Se subió a un tren de mercancías —tuvo que pagar por ello— y llegó a Belgrado el 20 de febrero.
Ahora tenían que escoger. A pesar de que Hungría había adoptado medidas para impedir que el éxodo pasara por su territorio, seguía siendo una buena vía para llegar a Austria. La otra opción era Croacia. Se decidieron por Hungría, y estuvieron un par de días pensando cómo entrar. “Teníamos amigos que ya estaban en Hungría. Cuando llegaron fueron a prisión durante cuatro días, y después a un campo. Ellos nos dieron indicaciones”. Zakaria las siguió, pasó cuatro días en el centro y unos días más en un campo de refugiados a tan solo 50 kilómetros de la frontera.
Faltaba pasar por otra frontera estricta: la de Hungría con Austria. Se arriesgaban a ser descubiertos. Lo hicieron en tren, por separado, para no llamar la atención. Así que Zakaria y Mohamed se separaron, esta vez durante más tiempo. Zakaria fue el primero en intentarlo. Y lo consiguió. Sin embargo, en lugar de seguir la ruta más lógica para llegar a Bélgica, su objetivo final, recaló en Italia.
Primera quincena de marzo de 2016: Italia
La mejor vía que encontró Zakaria para no ser descubierto fue Italia. Se alojó en casa de familiares de Mohamed, en la población de Mondovì, cerca de Turín. La familia de su amigo se había ofrecido inmediatamente a acogerlos. Mohamed llegaría pocos días después.
Estaba por primera vez en semanas en un hogar, pero sabía que tarde o temprano tendría que continuar. ¿Francia o Suiza? Se expondría en ambos casos, pero en todo caso sería el último país por el que tendría que pasar para llegar a Bélgica. Se había mostrado firme en su propósito en todo momento pese a las adversidades, era ese amigo divertido, hablador, buen consejero y predicador de mensajes positivos, pero en Italia se sintió, por primera vez, bajo de moral y sin ganas de seguir. El problema es que ya no había marcha atrás. “Tengo que continuar, no puedo retroceder. Quiero instalarme, estoy cansado. Mohamed ha llegado, su viaje ha terminado. El mío no”. Pensó en quedarse un mes en Italia, pero no quería depender de la familia de Mohamed ni que creyeran que se estaba aprovechando de su hospitalidad. A través de contactos, se le presentó la oportunidad de pasar droga para conseguir algo de dinero que le permitiera subsistir. En lugar de eso, decidió que partiría antes. Había estudiado en Mequinez, había venido a Europa para encontrar un futuro mejor. Y entrar en el negocio de la droga no era lo que andaba buscando.
Segunda quincena de marzo
16 de marzo. En Mondovì nevaba y Zakaria había estado enfermo días antes, pero era la fecha marcada para partir. Cogió un tren a las tres y media de la tarde y fue a San Remo, una ciudad costera situada en el noroeste de Italia, cerca de la frontera con Francia. Al final, los conocidos y amigos en el país vecino habían sido el factor clave para descartar la opción de Suiza. A través de un contacto, se enteró de que un conocido al que hacía mucho tiempo que no veía vivía en aquella localidad italiana. Se quedó allí un par de días antes de intentar cruzar.
17 de marzo por la noche. “Je suis à Paris!”. Lo primero que hizo Zakaria al llegar a la capital francesa fue escribirme un mensaje. Al final, en poco más de 24 horas, el joven marroquí había logrado llegar al penúltimo destino. En la capital francesa, no obstante, solo estuvo hasta el 20 de marzo. Ese mismo día, tuve de nuevo noticias de él. “Creo que me quedaré uno o dos días aquí y después veré cómo entrar en Bélgica”. Estaba en casa de otro amigo, Anass, esta vez en Lille, ciudad de más de 200.000 habitantes cerca de la frontera belga. Una vez más había sido determinante su red de contactos.
Justo entonces, el 22 de marzo, se produjo el atentado de Bruselas, que dejó 35 muertos y más de un centenar de heridos. Zakaria me escribió. “Las cosas están complicadas, unos terroristas han atacado la gran estación en Bruselas, la estación de tren. Ha habido muertos. Voy a quedarme más tiempo aquí, mi amigo me ha dicho que me puedo quedar en su casa algunos días más. Espero que las cosas vayan bien”.
La atmósfera de aquellos días le afectó. La idea de volver a Marruecos comenzó a rondar su cabeza. Discutió con su amigo marroquí e incluso se planteó ir al consulado y conseguir los papeles para ser devuelto a su país. Al final hicieron las paces y se quedó allí varios días. Evitaba salir mucho por miedo a que lo detuvieran por cualquier motivo en la calle. Se distraía como podía. Veía partidos de fútbol, como el que jugó Marruecos contra Cabo Verde el 29 de marzo.
Abril de 2016: Lieja
Su oportunidad llegó el 5 de abril. Una amiga de Anass se ofreció a llevarlo en coche hasta Bélgica. Como el vehículo tenía matrícula belga y su conductora también lo era, no tuvieron ningún problema. La chica, que Zakaria describió como muy amable, lo llevó, desviándose de su camino, hasta casa de su tío. Aquel mismo día llegó a Lieja, ciudad situada en el este de Bélgica, donde su tío lo recibió con los brazos abiertos.
Habían pasado dos meses y dos días desde que nos conocimos. Aquel 3 de febrero parecía muy lejano. Después de una travesía llena de anécdotas, incidentes y contratiempos, pero también de buenos momentos con sus compañeros de viaje y amigos que le habían ido ofreciendo su casa, había conseguido lo que quería: Zakaria había recorrido toda Europa y llegado a Bélgica.
Mayo-junio de 2016: Alemania y el desencanto
Cuando Zakaria llegó a Lieja, todo era fantástico. No había sido descubierto, estaba con su tío, había alcanzado Bélgica y estaba sano y salvo. Pero, con el paso de los días, la tensiones entre él y su tío fueron en aumento, alimentadas por conflictos económicos. Zakaria empezó a trabajar para su tío, pero consideraba que le pagaba poco. Las expectativas con las que había salido de Mequinez a finales de enero se habían estampado contra un muro.
Después del dinero, el tiempo y las discusiones que le costaron el viaje, decidió que no quería seguir con su tío. Se dejaron de hablar. Se marchó a Alemania el 6 de mayo, tan solo un mes después de haber llegado a Bélgica. A pesar de que se alojó en casa de unos amigos, un Zakaria frustrado ya tenía claro que quería volver a Marruecos. A Mequinez, su ciudad. Nada era fácil en Europa. Sus recursos se consumían, no podía subsistir. Aunque en su tierra no ganara todo el dinero que esperaba, allí tenía a su familia y amigos de toda la vida. Podría haber intentado buscarse la vida en Alemania, pero no se veía capaz. Quería dejar toda esa aventura atrás. Así que un día se dirigió a la embajada marroquí en Berlín, donde le expidieron un salvoconducto. Compró un billete de avión y el 4 de julio puso rumbo a casa.
Julio-Agosto de 2016: Marruecos
Zakaria pasa unos días en una casa situada en la montaña, de paredes blancas y azules, sencilla y acogedora. Está con un grupo de amigas y amigos. Y está en Marruecos. Ha vuelto a su país. Se siente contento y tranquilo de nuevo. Todo ha vuelto a la normalidad.
Consiguió trabajo en una estación de peaje ese mismo agosto, en Tiflet, un pueblo a 70 kilómetros de Mequinez.
Agosto-Diciembre de 2016: Marruecos
Se adaptó sin problemas de nuevo a la vida en Marruecos. Y esta es otra de las grandes diferencias entre él y la población refugiada. Zakaria ha podido regresar, al contrario que sus compañeros de viaje: los afganos, sirios o iraquíes que huían de las bombas, de la guerra y de las consecuencias que esta engendra. Aunque se hizo pasar por sirio, Zakaria no dejó de ser, durante aquel período, un marroquí en la ruta de los refugiados.