En mayo de este año, la Comisión Europea presentó su Estrategia de Inmigración 2015. Tras decenas de naufragios y cientos de muertes en el Mediterráneo, miles de llegadas por mar y tierra y la constatación de que con la llegada del buen tiempo las peticiones de asilo se iban a multiplicar, quedó claro que había que hacer algo.
El problema era, es, muy profundo. Cansada de actuar en solitario, Italia había decidido suspender en octubre de 2014 la Operación Mare Nostrum, que en un año salvó a más de 130.000 personas. La respuesta europea fue que la Operación Tritón, liderada por Frontex, ocupara su lugar. Una era una operación de rescate con un presupuesto de nueve millones de euros al mes. La otra, una de vigilancia de fronteras con un tercio de recursos. No bastaba y era evidente.
La propuesta comunitaria de mayo tenía dos partes. Por un lado, invitar a 20.000 refugiados de Oriente Medio y África a venir a Europa, y reasentarlos entre los 28 Estados miembros mediante un sistema de cuotas obligatorias. Asimismo, proponía redistribuir a otros 40.000 refugiados, sirios y eritreos, llegados desde enero a Grecia e Italia.
El plan funcionó a medias. Hubo quejas, reticencias, protestas, bloqueo. Los países se negaron al modelo, a las cuotas, a que fueran forzosas, a perder soberanía, a que la Comisión impusiera sus ideas. Por eso, en el mes de julio los ministros de la UE aprobaron la primera cantidad, los 20.000 que debían ser reasentados, pero no la segunda.
Únicamente aceptaron la recolocación de 32.256 personas de la segunda opción, pero con un matiz importantísimo: sería voluntariamente, no de forma obligatoria. Cada país diría cuántos quería. En muchos casos fue una cantidad similar a la solicitada. En otros, como el de España, muy inferior. Lo importante era la política.
Llegó el buen tiempo, la guerra empeoró y el empuje de Estado Islámico y los bombardeos de Asad multiplicaron los desplazados. Decenas de miles de personas han llegado a Europa en los últimos meses a través de los Balcanes o cruzando el Mediterráneo. Países como Hungría estaban sobrepasados. Y por eso en septiembre la Comisión presentó una segunda propuesta: redistribuir a 120.000 personas más.
Tras enormes problemas, varios Consejos de Ministros, una importante presión pública e imágenes desgarradoras en los medios, el 22 de septiembre los ministros de Interior aprobaron la medida en Bruselas. No hubo consenso, así que se sometió a votación y salió adelante con el voto en contra de Hungría, Rumanía, República Checa y Eslovaquia.
Europa está dividida, rota en este tema. Dinamarca y Reino Unido, merced a que su membresía de la UE les permite permanecer al margen de ciertas decisiones de Interior (las llamadas cláusulas opt-in y opt-out), no participan en los repartos.
Irlanda podría hacer lo mismo, pero ha optado por participar.
Los países del Este han mostrado su malestar, y Eslovaquia, por boca de su primer ministro, Robert Fico, ha avisado de que no solo van a recurrir ante la Justicia Europea el hecho de que se quiera imponer por la fuerza el número de demandantes de asilo que debe acoger el país, sino que el suyo no va a ponerlo en marcha, aunque haya investigación y sanciones.
A finales del verano de 2015, la UE ha visto cómo Alemania o Austria restablecían controles fronterizos internos. Ha visto a Hungría aprobar una ley que criminaliza la entrada irregular en un país. Ha escuchado a líderes políticos decir en voz muy alta cosas como “no queremos musulmanes y estamos en nuestro derecho” (Viktor Orbán en Bruselas) o “Eslovaquia es para los eslovacos, no para minorías” (el propio Fico).
Con miles de personas llegando cada día por tierra y mar. Sin solución a corto plazo para ninguna de las guerras abiertas. Sin un Gobierno con el que negociar en Libia o con el que buscar estrategias conjuntas. Sin una política europea absolutamente común. Sin una operación marítima capaz de verdad de cubrir el Mediterráneo y asistir a las embarcaciones que salen del Norte de África. Y con Schengen, la libre circulación, en peligro, es importante tener claras algunas de las cifras principales.