Una jungla suele definirse como un terreno tropical de vegetación muy espesa. En la localidad francesa de Calais, hasta hace no mucho, La Jungla era el campamento de refugiados más grande de Europa: 15 hectáreas de territorio en las que llegaron a vivir hacinadas unas 10.000 personas, la mayoría de paso en su ruta hacia el Reino Unido. El campo había existido bajo otros nombres durante más de diez años, pero fue en 2015 cuando se convirtió en un foco mediático que, a raíz de su desmantelamiento parcial en octubre de 2016, se fue apagando.
La lingüista y fotoperiodista Séverine Sajous se propuso mostrar La Jungla desde otra óptica. Redefinir su realidad. Contarla con otras palabras: con las de sus habitantes. Con esta voluntad surgió Password: Fajara, un cortometraje documental de Laudiovisual —producido y escrito junto con Patricia Sánchez, y con música de Chris Blakey— que conduce al espectador por un camino etimológico en el que confluyen dos vertientes del lenguaje: la adaptación de las palabras a las necesidades del momento —en este caso, de una situación extrema— y la insuficiencia de estas para hablar sobre los movimientos de población y los derechos humanos. El agotamiento de la palabra y, a la vez, su vigor renovado para nombrar nuevas realidades.
“No Photo”
Sajous llegó a Calais en 2015 con un proyecto en mente y quince cámaras bajo el brazo. Pronto vio que La Jungla estaba llena de carteles como “No Photo” o “Photo 10€”.
“Había mucha hostilidad por parte de las personas del campo, que se daban cuenta de que la atención de los medios no les servía para cambiar su situación”, dice. En ese entorno fundó JungleEye, un colectivo de fotografía participativa que ha realizado proyectos relacionados con la identidad refugiada como La Roboteca. El hecho de vivir durante seis meses en La Jungla y de participar en la vida diaria de sus habitantes le permitió penetrar en sus códigos internos. Pudo aproximarse “desde las entrañas”, tal y como ella dice, a esta realidad. El enfoque transgresor del documental es una prueba de ello.
Al otro lado de la valla, en las casas residenciales cercanas al campo, Sajous observó que cada vez había más cámaras de videovigilancia. “Pregunté en una tienda y me dijeron que las ventas de estas cámaras habían aumentado un 70%”. Las cámaras eran la metáfora del miedo de los habitantes franceses y representaban la deshumanización que se generó en torno al campo. El cortometraje muestra la vida nocturna de los habitantes de La Jungla con una cámara de visión infrarroja (en blanco y negro) y sigue sus intentos cotidianos de alcanzar el Reino Unido subiendo a un camión y cruzando el eurotúnel. La frialdad de las grabaciones clásicas de videovigilancia —relacionadas habitualmente con el miedo, con el crimen— contrasta con la cotidianeidad y la humanidad que describen: una ironía que nos interroga sobre la xenofobia y nuestra mirada a los movimientos de población.
Un desliz semántico
No es casualidad que la zona Nord-Pas de Calais fuera uno de los puntos calientes de la ultraderecha en las elecciones regionales de 2015 y en las presidenciales de 2017. Invasión, seguridad, fronteras y orden fueron cuatro de las palabras más utilizadas por Marine le Pen durante su campaña política, y su discurso antinmigración actuó en esta región norteña como catalizador en las urnas: el Frente Nacional obtuvo el 40,6% de los votos en las elecciones regionales y más del 50% en las presidenciales. El lenguaje levantó barreras y dividió a los habitantes —ciudad y “jungla”— de Calais.
Un pequeño mapamundi de las guerras del momento se observaba a lo largo del territorio que ocupaba La Jungla. Sudán, Afganistán, Siria, Eritrea, Etiopía, Irán e Irak eran las nacionalidades más numerosas. Dividido en barrios según el país de origen, el campo tenía además barreras intracomunitarias que se hacían visibles. Los idiomas y dialectos eran tan dispares como las nacionalidades, y resultaba difícil que el vocabulario de unos y otros se encontrara. Pero al caer el sol, empezaba el murmullo. “A partir de las nueve de la noche todo el mundo se necesitaba”, cuenta Sajous. A oscuras no importaba el origen de las personas, y a todos les unía el mismo objetivo: hacer fajara. Fajara es una palabra árabe que significa explosión y que ahora se disolvía para tomar un nuevo significado colectivo. De forma arbitraria, se convirtió en el grito proferido al conseguir el sueño de llegar al Reino Unido.
La manera en que el lenguaje se subvirtió para adaptarse a la nueva realidad común es la espina dorsal del documental, que muestra ese “desliz semántico como si fuera un viaje”. Séverine Sajous y Patricia Sánchez articularon el discurso del cortometraje a partir de la definición de cuatro palabras que en ese momento y en ese lugar formaban un nuevo lenguaje transnacional: jungle, abas, dougar y fajara. Eran los gritos nocturnos. El relato se nutre así de las palabras de los protagonistas —una proviene del persa, dos son sudanesas y otra árabe, reflejo de la mezcolanza— para explicar esta realidad migratoria.
De camino al otro lado, dos voces resuenan en el eurotúnel. Francia y el Reino Unido —los países que construyeron un muro de un kilómetro de largo y cuatro metros de altura, además de numerosas vallas, para evitar el paso de los “inmigrantes ilegales”— despiden y dan la bienvenida, respectivamente, a los conductores y pasajeros que cruzan la frontera. Mientras una voz pide precaución a los conductores en la carretera, los ya exhabitantes de La Jungla, que arriesgan su vida en el camino, están más cerca de su sueño. Es el tramo final de un camino de esperanza y miedo durante el cual una palabra, fajara, se ha resignificado. Ya no es una explosión, sino el grito de alegría por haber llegado al otro lado.