Entre uno y dos millones de personas cruzaban cada año las fronteras de Libia antes de la caída de Muamar al Gadafi para trabajar en el país o embarcarse hacia Europa. El caos posrevolucionario ha convertido aquella peregrinación en un éxodo desesperado al cementerio mediterráneo.
Adam pela patatas sentado en su trono entre contenedores repletos de hombres. Con la derecha sujeta un cuchillo de picnic, con la izquierda recibe los tubérculos de manos de un pinche y los coloca en el otro extremo de la mesa. A los pies tiene el cubo donde arroja las pieles descartadas.
Es diciembre de 2013 y la imagen tiene algo de excepcional, casi regio, en el entorno del campo de detención de migrantes de Guerián, el más grande de Libia. Es tan excepcional como ver a un pastor alemán haciendo guardia frente a las rejas de…
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