Misbah Yousaf Begum busca el barrio en el que empezó a caminar hace veintiún años. Le han dicho que dando sus primeros pasos casi se electrocutó, que había un charco de agua y cables sueltos y que su abuelo la rescató. Le han dicho que esquivó la muerte por poco. Le han dicho que se enfermó, que en los diecinueve días que pasó en el barrio de su familia paterna tuvo fiebre y diarrea, que esquivó la muerte, de nuevo, por poco. Le han dicho.
Ella no lo recuerda porque la última vez que estuvo allí tenía apenas un año, porque toda esa biografía temprana la ha construido a partir de la transmisión oral, de lo que su familia le ha ido contando a lo largo de los años. Pakistán no entra para ella en el territorio de la memoria, sino en el de las ensoñaciones, en el de las vibraciones lejanas.
A sus veintidós años, Misbah emana una desconcertante serenidad. Ni siquiera sus gestos tardoadolescentes pueden eclipsar su aura flemática, su amable hieratismo, su temprana madurez. He pasado muchos días con ella y me cuesta descifrarla: esconde sus emociones con una extraña energía. Pero hoy no puede. La coraza no funciona. Misbah está nerviosa. Viaja en el asiento trasero de un coche alquilado para recorrer Pakistán, para pulsar alguna sensación dormida en el fondo de su ser, para cumplir su voluntad. Mueve compulsivamente la pierna derecha. Se muerde los labios. Parece a punto de romper a llorar. Tiene el estómago cerrado. Sabe que en este barrio no la esperan. No sabe si la recuerdan.
Estamos en la pequeña localidad de Daska, situada en Punyab, la provincia más poblada de Pakistán y de la que proviene la mayor parte de la comunidad pakistaní en Barcelona. Antes de llegar a nuestro destino, Misbah pide al conductor que pare. Se baja del coche y compra unos dulces que cuestan una fortuna para una estudiante universitaria como ella. No me deja pagarlos: es algo personal. Reemprendemos la marcha y nos cuesta encontrar el barrio de su familia paterna, Rahmat Pura. Los lugareños nos envían de un lugar a otro.
—Los abuelos son los que más saben —dice el conductor al ver a unos hombres sentados en sillas de plástico a la espera de una brisa que no llega. Les pregunta, pero solo nos hacen dar más vueltas.
En Daska está la familia del padre de Misbah. Sus primos, sus tías, sus tíos-abuelos. No los ve desde que empezó a caminar porque su relación con la familia paterna está rota. Sus padres se divorciaron después de que él agrediera a su madre varias veces. Ella se quedó con Misbah y sus hermanos y él se fue a Inglaterra tras pasar unos años en otro piso del barrio barcelonés del Raval. Misbah sabe que su padre no está aquí, en Daska, pero está nerviosa porque no sabe cómo la recibirá la familia paterna. Le he dicho varias veces a lo largo del viaje que no tenemos que venir aquí. Que tiene otros familiares, aunque más lejanos, en otros puntos del país, y que podemos ir a verlos. Pero ella insiste. Hasta el punto de hacerme entender que esto es lo que da sentido a su viaje. Esto es lo que da sentido a venir a Pakistán.
—Es mi familia —dice.
Cuando nos empezamos a desesperar, Misbah saca su móvil y le enseña la fotografía de uno de sus primos a un vecino. Reconocimiento inmediato. El hombre señala el final de un camino estrecho, bordeado por una ciénaga en la que bucean búfalas de agua cubiertas con hojas verdes, su particular camuflaje militar. Son los últimos cientos de metros. Misbah pide que paremos el coche y se baja. Un joven en shalwar kamiz (la tradicional vestimenta pakistaní) oscuro camina hacia ella. Se dicen algunas palabras. Aún sorprendido, aún deslumbrado por una revelación, él la abraza y pospone todas las preguntas que tiene. La abraza como diciendo: ya estás aquí, tranquila, no tengas miedo.
***
Ya llega Misbah con su paso armonioso, con su sonrisa sardónica, con su timidez atrevida. Ya llega Misbah la rebelde, Misbah la deslenguada, Misbah la estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Pompeu Fabra. Es el primer día que nos vemos: ha venido a la sede de Revista 5W, en el barrio barcelonés del Raval; le queda cerca, su casa está solo a unos quince minutos caminando.
Estoy entrevistando a muchas personas para escribir sobre la comunidad de origen pakistaní en Barcelona. Misbah es una más. Nos sentamos en el borde de una mesa de reuniones alargada y saco el móvil para grabar sus palabras. Sin que casi pregunte, ella cuenta y reflexiona: cuenta su infancia y su adolescencia en el Raval, reflexiona sobre la educación, sobre el uso del velo, sobre la xenofobia, sobre la inmigración.
—Los charnegos no cuentan, ¿eh? —me dice para evitar las comparaciones. Y porque sabe que soy hijo de inmigrantes andaluces.
Yo quería encontrar a alguien para contar la historia que —creía— no se ha contado: la de la comunidad de origen pakistaní, que pese a su fuerte implantación en Cataluña y sobre todo en algunos barrios de Barcelona, es ignorada por la población dominante. Tenía esa obsesión porque había sido corresponsal en Pakistán durante dos años y solo me había dedicado a escribir sobre violencia, pese a que el país y sus gentes me fascinaban. Había aprendido urdu y ahora ya estaba viviendo en Barcelona. Tenía que hacerlo.
Al escuchar sus palabras, me di cuenta de que lo interesante no era mirar hacia atrás, sino mirar hacia delante. Ella podía contar otra historia: no la de Pakistán —yo había vivido más tiempo en Pakistán que ella—, sino la de Barcelona. La Barcelona del siglo XXI.
Acabamos la entrevista y empezamos a hablar de verdad.
***
Quién eres, quiénes somos, quiénes seremos.
Kasur es una localidad situada al sur de la megaurbe de Lahore. La abuela de Misbah vivía en una casa de adobe en Kasur. Tuvo dos hijos y dos hijas: la menor es la madre de Misbah, Razia Begum Bibi. Con trece años, salió de Pakistán junto a todos sus hermanos y hermanas. Su destino fue Siria, donde Razia contrajo matrimonio —concertado— con Yousaf, un amigo de su cuñado que era de su misma casta. Razia aprendió árabe y tuvo una hija en Siria. Más tarde, en 1992, la familia —que seguía creciendo— se trasladó a Austria. Allí Razia dio a luz a dos gemelos. Emigraron entonces a Barcelona, donde la comunidad pakistaní cada vez era más nutrida. El 22 de enero de 1997, en el Hospital del Mar de Barcelona, nació Misbah Yousaf Begum, hija de Razia y Yousaf. La familia se instaló en la calle León, número 5, del barrio del Raval, el antiguo Barrio Chino que tantos relatos había inspirado y que ahora estaba en plena transformación y pedía otros relatos.
La infancia de Misbah fue dura.
Era una bebé cuando el edificio en el que vivía ardió; no era la primera vez, ya que era antiguo y, como la mayoría en esta zona, estaba en condiciones precarias. Pero esta vez la familia estaba en el piso —una cuarta planta— y solo pudo salir gracias a los vecinos, que hicieron un pasillo entre las llamas.
Cuando tenía solo tres años, mientras volvía con sus hermanos de la mezquita a casa, vio ambulancias y patrullas de policía frente a su portal, pero esta vez no había ningún incendio.
—Fui corriendo y subí las escaleras, quería saber qué había pasado. Estaban entrando y saliendo muchas personas con uniforme, y entré y fui hacia el salón, aún me acuerdo de la distribución de la casa, era una casa bastante grande, tenía un techo muy alto, y llegando al salón a mano derecha… Yo solía ser una niña que pintaba las paredes con pintalabios o con colores que me encontraba y mi madre se enfadaba mucho… Al llegar al salón vi que había mucha pintura de color rojo, y yo pensaba que era pintalabios, pero vi que no, me di la vuelta porque no encontraba a mi madre, y al verla al final del pasillo, que daba hacia un patio interior, la vi sentada en el sofá, cabizbaja. Fui corriendo, me acerqué a ella y le pregunté qué le había pasado, porque tenía el pelo revuelto y los labios muy rojos. Me dijo que mi padre le había pegado. No sabía cómo tomarme eso, quizá no lo comprendía muy bien, pero fui a buscar a mi padre y vi que se lo estaba llevando una chica policía esposado. La única reacción que tuve fue sacarle la lengua.
Hubo más agresiones, hasta que Misbah, su madre y sus hermanos se fueron a una casa de acogida. Tras una batalla legal, la madre conseguiría la patria potestad de los menores. Cuando Misbah y sus hermanos se lo encontraban por el Raval, él los ignoraba. El padre acabó yéndose al Reino Unido.
Misbah estuvo viviendo en aquel piso hasta los diez años. Entonces la familia fue desalojada, porque el edificio se caía a pedazos y necesitaba una reforma.
—Este edificio —dice Misbah señalando su hogar de infancia— ahora está reconstruido, es más pijo. Están haciendo el barrio más hípster y así venden todo más caro. Ahora en el edificio se entra pulsando unos dígitos, o si tienes llaves puedes entrar con ellas. Pero antiguamente pegábamos un grito a nuestra madre, porque además vivíamos arriba del todo. Y como no funcionaba el timbre, pegábamos berridos. “¡Mamá, ábrenos!” Ella nos tiraba las llaves y abríamos.
Misbah sigue caminando, recorre su barrio, recupera recuerdos a cada paso.
—Recuerdo que en el año 2000 el lema que se utilizaba mucho en el Raval era el de Papeles para todos. Ahora es Queremos un barrio digno. Me preocupa un poco ver cómo lo van a dejar, porque el Raval está cambiando tanto que ha perdido parte de la esencia que tenía antes. Ahora es más como un parque temático para los turistas. Como ciudadana y vecina del barrio, considero que estamos perdiendo muchas costumbres que eran muy bonitas, como la de conocer a tu vecino y la persona que está viviendo a tu lado.
La comunidad pakistaní se ha convertido en la más importante del Raval y en una de las más numerosas de Barcelona, solo por detrás de la italiana y la china. En la ciudad condal hay 19.240 pakistaníes empadronados, según el Ayuntamiento. Esta cifra, obviamente, no incluye a Misbah: ella, como muchos otros, forma parte de una generación que se ha criado en Barcelona pero que vive entre dos mundos.
La escuela de primaria de Misbah estaba en la plaza Castella, en pleno corazón del Raval. Cuando Misbah habla de identidad —española, catalana, pakistaní— lo hace de forma desapasionada. Pero cuando habla del Raval, no puede disimular su orgullo de barrio, que tiene su origen aquí.
—Este cole [el CEIP Castella] es la base de todo lo que soy ahora, de muchos valores, de mucho respeto hacia otras culturas, porque este es un barrio multicultural, y en mi clase y en la de mis hermanos y mi hermana siempre hemos sido alumnos y alumnas y compañeros y compañeras de muchas partes del mundo. Filipinos, latinoamericanos, pakistaníes… Había de todo un poco, y la verdad es que las profesoras siempre nos han tratado de iguales. Cada año hacíamos algo típico de cada país y lo compartíamos. Nadie de este colegio se puede quejar de la educación que ha tenido. Solemos venir a saludar a nuestras exprofesoras y a explicarles cómo nos va la vida y se ponen muy felices cuando ven que estamos en la universidad, o que ya estamos trabajando, muchos tienen hijos… Es un orgullo tanto para ellas como para nosotros volver y explicar cómo nos va la vida.
Misbah alumna aventajada, Misbah ambiciosa, Misbah soñadora. La mayoría de los alumnos de la escuela no acabarían yendo a la universidad; en la comunidad de origen pakistaní, eran una minoría los que lo hacían. Pero Misbah lo tenía claro, sobre todo gracias a la insistencia del claustro, que veía en ella mucho potencial. Recuerda sobre todo a Leonor, la directora del centro, que le ayudó a mejorar su comprensión lectora y le inculcó el amor por los libros. Y a una profesora de religión, Núria, con la que conectó pese a que nunca la tuvo como alumna. El último día de clase de primaria, mientras Misbah bajaba las escaleras del colegio por última vez, Núria le dijo:
—¡Misbah! ¡Hasta la universidad!
Fue una frase premonitoria. Para Misbah fue una promesa tácita que se empeñó en cumplir. Dos días después de superar la nota de corte para entrar en la carrera que quería, se encontró a Núria en el metro, con más canas y con la misma sonrisa. La profesora parecía no recordar aquel momento exacto, el momento de la epifanía, pero se mostró feliz al saber que Misbah estudiaría Ciencias Políticas.
—Hace falta cambiar las cosas. Y qué mejor que de la mano de alguien como tú —le dijo.
***
—Con Fajar puedo hablar de todo.
Fajar Butt, de 24 años y estudiante de Medicina en la Universidad Autónoma de Barcelona, es otra de las personas que entrevisté para esta serie de reportajes. Vive en Santa Coloma de Gramanet. Se instaló junto a su madre y sus hermanas en 2008 en esta ciudad del área metropolitana de Barcelona a la cual su padre había llegado unos años antes. Da la casualidad —que no es tanta, porque casi todo el mundo se conoce en la comunidad de origen pakistaní— de que ella y Misbah son amigas, así que propongo que nos veamos los tres para que ellas puedan discutir sobre todo lo que les ocupa y les preocupa. Son universitarias, son vocales, son combativas, son mujeres: son conscientes de que tienen la llave del cambio, de que están transformando lo que las rodea. Creen que tienen una responsabilidad y la asumen con un desparpajo que no se corresponde con su edad. En otras muchas cosas, no se parecen.
Quedamos en la sede de la revista para charlar y, como se nos hace tarde, vamos a comer un kebab a la calle Joaquín Costa, que queda cerca. Cuando entramos en el establecimiento, el camarero intenta descifrar qué relación nos une, e incluso le pregunta a Fajar si soy pakistaní, si soy musulmán. Hablan en una mezcla de urdu y castellano. Nos sentamos en una de las mesas desangeladas del local: Misbah y yo devoramos un kebab, pero a Fajar no le gusta comer fuera y pide que le calienten el táper que trae de casa en el microondas del restaurante.
No hay mucha gente.
La gente nos mira.
Misbah. Fajar.
Fajar.
Misbah.
Salimos del restaurante y cruzamos la plaza dels Àngels, tomada por los habituales skaters que hacen acrobacias con el emblemático Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) de fondo. Mientras el sonido de los monopatines nos amenaza por detrás, Misbah me dice con melancolía —la peor melancolía, la melancolía de no haber vivido algo— que nunca ha estado en Pakistán. (Después descubriré que sí, que estuvo con un año, pero casi no se acuerda de nada). De ahí surge la idea de su viaje a Pakistán, de filmarla en su descubrimiento de Pakistán, de hacer un corto documental con su historia. La seguiremos con una cámara, pero el hilo narrativo lo construirá ella grabándose con el móvil, ese aparato que usa de forma compulsiva. A partir de entonces ya no me acercaré con libreta en mano después de que suceda algo para anotar sus impresiones frescas: es ella quien buscará la soledad, estirará un palo selfi y se grabará. Durante las próximas semanas comprobaré, con dolor, que sus confesiones al móvil son más interesantes que mis notas: hay una intimidad incomparable. Me pregunto si estamos enloqueciendo como sociedad (signifique lo que signifique “sociedad”) o si la forma en que hacemos periodismo cada vez tiene menos sentido. No encontraré una respuesta.
***
Mientras se acerca el día de nuestra partida —en el calendario tenemos rodeado en rojo el 9 de abril—, reviso las notas de Misbah y Fajar: nuestras entrevistas, nuestra conversación en el restaurante pakistaní, las transcripciones de los vídeos que Misbah ya está grabando con el móvil para explicar lo emocionada que está con su viaje a Pakistán. Me doy cuenta de que, sin que apenas yo haya preguntado por ello, hay un tema recurrente: el velo.
Fajar lleva velo normalmente; Misbah, no.
Misbah: “Yo me lo pongo cuando voy a ver a mi familia, cuando voy a la mezquita, cuando tengo que ir de visita a casa de alguien que es de la comunidad pakistaní. Hubo un tiempo en que lo llevaba puesto permanentemente, y hace un par de años que me lo quité por razones personales. Fue más difícil quitármelo que ponérmelo”.
Me obsesionó desde el principio que el velo no ocupara un lugar que no le correspondía en esta investigación: no quería abusar de un tema que podía fagocitar toda la historia. Se lo comenté a ambas. Me confirmaron que era un tema habitual de conversación entre ellas. Y entre los demás.
Fajar: “Yo soy hiyabi, llevo hiyab, en mi familia las mujeres no lo llevan mucho, o lo llevan con significado cultural, no como sumisión a Dios. No entienden su significado; yo lo he investigado, me he formado mucho”.
Misbah: “Me quité el velo en agosto de 2017. Entonces se produjeron los atentados de Barcelona y en la gran manifestación que se hizo me lo volví a poner. Me lo puse como reivindicación. Expresamente. Quiero ir a la manifestación y quiero ir con velo. No quería ir a la manifestación de tres o cuatro días más tarde organizada por las entidades musulmanas. Me lo quise poner en la manifestación de todos. Justo cuando bajé del metro en Passeig de Gràcia, delante de mí había tres mujeres mayores que iban diciendo: ‘Qué poca vergüenza tienen las mujeres que hoy vienen con las cabezas tapadas’”.
También hablan de educación, de lo que ellas representan.
Fajar: “Hay gente de la comunidad pakistaní que me tiene como referente y le gusta mi forma de ser, pero le preocupan cosas como que tengo casi 24 años y aún no me he casado. Cuando acabe la carrera de Medicina tendré 28 años. El estilo de vida que escojo parece muy idealista, muy bonito, pero no lo escogerían nunca para sus hijas”.
Misbah: “Mi familia no está acostumbrada a tener a alguien que llegue a estudiar algo tan elevado, además siendo mujer. Todo esto es como muy nuevo para toda la comunidad. Alguien tiene que dar el paso. Y supongo que somos nosotras. A la vez, es mucho más difícil, porque somos las primeras en lidiar con todos los conflictos que ello conlleva.
Fajar: “Cuando iba a Pakistán siempre quería hacer hiking, cuando los chicos iban en moto yo quería sentarme como ellos [de horcajadas y no de lado, como acostumbran las mujeres en el Sur de Asia], ellos no querían, querían que fuera de lado, eso es muy machista. Las mujeres no pueden hablar. El movimiento feminista me ha inspirado mucho toda la vida… De repente, al ir a Pakistán y ver que los hombres que te quieren son machistas… Ves que el patriarcado existe y está normalizado”.
Misbah: “Pienso sobre dónde estoy yo como persona, como mujer y como musulmana”.
Fajar: “Yo soy partidaria de que haya muchos feminismos: afrofeminismo, feminismo islámico… Yo, por ejemplo, sufro discriminación por llevar hiyab, y muchas veces no son los hombres, sino las mujeres quienes me discriminan. Sería mucho más fácil ir sin hiyab, porque me integraría mucho más fácilmente en esta sociedad, pero desconectaría de mi identidad pakistaní. Yo nunca me he puesto el hiyab para satisfacer a mi madre. Y yo no quiero que una mujer blanca piense que me puede liberar; yo estoy capacitada para liberarme a mí misma”.
***
Estamos en Lestonnac, un colegio del barrio de Sant Roc, en Badalona. En el muro del aula hay pintados un niño de espaldas, un fondo azul con nubes blancas y una cita de Miguel de Cervantes. Un corro de sillas escolares: a un lado, las chicas; al otro, los chicos. Son estudiantes de cuarto de ESO. En medio, algunos profesores del centro, Misbah y varios integrantes de ECOP (Estudiantes Catalanes de Origen Pakistaní), una entidad de la que Misbah es vicepresidenta.
Hoy han venido para explicar su experiencia a los estudiantes de origen pakistaní y, sobre todo, para que les pregunten todo lo que quieran. ECOP se dedica a dar charlas en barrios e institutos que, como este, cuentan con un importante número de alumnos de origen pakistaní. La idea es que los responsables de ECOP, a menudo con experiencia universitaria, sirvan como referentes. Que expliquen cómo lo hicieron, qué obstáculos tuvieron que superar. Todo nació de un grupo de Facebook creado por una estudiante de Derecho para intercambiar libros e información sobre becas, y acabó en un proyecto que busca soluciones a un problema: los adolescentes dejan los estudios pronto y pocos llegan a la universidad.
—Me gustaría que hubiera más pakistaníes en la universidad —dice una de las responsables de ECOP.
Al principio cuesta romper el hielo. La profesora les da permiso para que hablen en urdu.
—Si queréis que llegue el mensaje, hablad en urdu. Y no lo digo nunca en clase, solo aquí. Hay algunos alumnos que no tienen la competencia en catalán o castellano para seguir todo un discurso —dice la profesora. Esto sucede con los niños no nacidos en Cataluña y sobre todo con los que llegaron hace poco.
—¿Qué queréis ser de mayores? —les preguntan los miembros de ECOP en urdu, y empiezan una ronda para que todo el mundo conteste.
Un estudiante se levanta y se va más lejos para que su turno llegue más tarde.
Otro dice no lo sé.
Medicina.
Informática.
Administración y Gestión de Empresas.
Quiero ser mosso d’Esquadra.
Cada miembro de ECOP da una especie de discurso motivacional. Sentada en una silla —al contrario que sus compañeros, que lo hacen de pie—, Misbah es la que menos habla y la que lo hace de forma más pausada. Con autoridad. Sabe que, si un compañero habla, los alumnos acostumbran a callar y escuchar. Cuando lo hace una mujer, los chicos murmullan, son irrespetuosos. Por eso tiene que ponerse seria.
Antes de acabar, se forman varios corros alrededor de Misbah y sus compañeros, y los estudiantes les preguntan un montón de cosas cómo es ir a la universidad puedo ir a la universidad qué les digo a mis padres si quiero ir a la universidad cómo decido qué carrera debo estudiar quizá la universidad no es para mí qué otras opciones tengo si quiero seguir estudiando.
Salimos del colegio y nos despedimos de los compañeros de ECOP. Misbah y yo volvemos en metro a Barcelona. Reflexiona sobre la labor del colectivo y se alegra de que haya institutos como este que les abran las puertas. Pero cuando echa la vista atrás, se muestra crítica con algunos docentes. Y con la comunidad pakistaní.
—Hemos detectado que los padres y los profesores tienen parte de culpa. Los padres por no estar centrados en lo que le pasa a su hijo o por no saber que lo han expulsado de clase… Y los docentes tiran balones fuera. Cuando yo estudiaba y fuimos a un instituto para hacer un seminario, había algunos alumnos que tenían que bajar de clase y el jefe de estudios le dijo a un chico que estaba espachurrado en una silla en la sala de actos (el lugar donde íbamos a hacer el seminario): “¿Dónde está el resto de tus compañeros?”. “En clase”, dijo él. “Pues sube a buscarlos y siéntate bien, que este no es tu país”. ¡Y eso delante de nosotros! Desde ECOP pedimos a los alumnos que respeten a los profesores, pero los profesores también tendrían que respetar a los alumnos.
Quedan once días para el viaje de Misbah a Pakistán.
***
Misbah pide el visado pakistaní con su pasaporte español, Misbah consulta el móvil. Misbah habla con su familia para decidir a qué sitios puede ir en Pakistán, Misbah cuelga una historia en Instagram. Misbah está nerviosa, no puede dormir: Misbah revisa sus redes sociales y ahí circulan todas las cuentas que sigue: @mystapaki (Bilal Hassan, viajero y médico de Karachi), @ukhano (Umar Khan, youtuber), @miriamhatibi (consultora de comunicación y activista), @desiree_bela (Desirée Bela-Lobedde, autora de Ser mujer negra en España), @riumbaumarta (influencer), @trevornoah (humorista sudafricano), @hasanminhaj (comediante estadounidense)…
Misbah está ansiosa por partir, Misbah graba un vídeo con su móvil. Misbah repasa los sitios que ha visitado en el extranjero, los otros viajes, que no podrán compararse a este.
—Quiero ir a Pakistán sin prejuicios. Marruecos fue el primer país musulmán al que fui. Una de mis cuñadas es de allí, me llevó, estuvimos doce días y fue la experiencia más increíble de mi vida. Fue justo entonces cuando me quité el velo. Me quité el velo en un país musulmán. Tenía muchos prejuicios sobre Marruecos, pero qué va. Rabat, Casablanca, Marrakech, Tánger… También me lo pasé muy bien de Erasmus en Alemania, en Mainz. Era la primera vez en mi vida en que llegaba tarde a casa y no había nadie para interrogarme. Pero no fue un cambio radical, porque cuando volví a Barcelona ya estaba montado el tema del compromiso, todo apuntaba a que ese año me iba a casar.
Misbah, que entonces tenía veinte años, se negó a aquel matrimonio concertado y la familia tuvo que aceptarlo.
Solo quedan dos días para el viaje de Misbah a Pakistán. Está en casa con su madre y sus hermanos. Ya se ha hecho el equipaje y su madre le da varias maletas más con ropa —para la familia, para la oenegé de una amiga pakistaní—; resoplo de forma egoísta porque no sé cómo vamos a embarcar, siempre me gusta ir ligero de equipaje.
—Vaya morro tienes —dice a Misbah su hermano Yasín.
Yasín se casó hace dos años en Islamabad, pero Misbah no pudo acudir. Firmaron los votos, el contrato matrimonial (nikkah), aunque la gran celebración está pendiente porque su esposa está aún en Rawalpindi, ciudad vecina a Islamabad, a la espera de que le den el visado. Parece que esa será la primera visita de nuestro viaje. Conoceremos a Shah Rukh, la esposa de Yasín, la cuñada de Misbah.
—Yo sigo soltero, ¿eh? —bromea Yasín.