Un ojo es de Karim, un adolescente que partió de costas libias en una barcaza abarrotada para alcanzar Europa. El otro pertenece a Sara, una joven de clase media que estudia en un instituto en la ciudad siciliana de Agrigento. Los labios son de Ahmad, cuya familia murió en un bombardeo en Trípoli. Los nombres son ficticios pero los rasgos son auténticos, igual que las historias que hay detrás. Ojos, nariz, mejilla, boca: a modo de collage, estas facciones de diferentes personas sirven para construir, como si fuera un retrato robot, un rostro común y una nueva identidad para quienes perdieron la suya al huir de su país.
Trabajar sobre la identidad del otro y superar prejuicios es el objetivo de La Roboteca, un proyecto protagonizado por jóvenes de entre quince y diecisiete años en la localidad siciliana de Agrigento, de unos 60.000 habitantes. Algunos son italianos, estudiantes de instituto. Otros, en cambio, son adolescentes que residen en el centro de acogida de esa ciudad: están incluidos en la abrumadora cifra de 64.000 menores no acompañados que en los últimos tres años han llegado a costas italianas atravesando el Mediterráneo. A la gran mayoría de ellos se les ha perdido la pista: muchos abandonaron los centros de acogida para tratar de reunirse con familiares o conocidos en otro país europeo. En el sistema de acogida italiano había registrados el año pasado unos 17.000 menores. Sicilia es la región que más de estos niños y adolescentes acoge: cerca de 7.000.
Pese a estos números, “cuando preguntamos a los chicos y chicas del instituto de Agrigento qué sabían sobre la crisis de refugiados, o si conocían a algún refugiado, la respuesta era negativa”, explica la fotoperiodista Severine Sajous, cofundadora del colectivo Jungle Eye con la arquitecta Julie Brun y una de las impulsoras del proyecto. “Los chavales del centro de menores, por su parte, tampoco sabían nada de la juventud siciliana: solo tenían derecho a salir del centro una hora al día”.
De la voluntad de acercar estos dos grupos, de plantear preguntas y ofrecer respuestas sobre sus identidades nació La Roboteca. Junto con la fotógrafa Carla Sutera y en colaboración con el museo MEDEX, Sajous organizó un taller de retrato con jóvenes italianos y migrantes de entre quince y diecisiete años. “Al ser todos menores de edad, necesitábamos el permiso de sus padres para utilizar su imagen. Teníamos el visto bueno de los padres italianos, pero no el de los padres de los chicos refugiados”. La solución pasó precisamente por el proceso de collage: “Para solventar ese problema, y que el proceso fuera lúdico, imprimimos los retratos. Luego, todos juntos, tenían que cortarlos”. Quitarse ojos, boca, nariz, y de ahí crear un “cadáver exquisito”, como lo llama la propia Sajous refiriéndose a ese término que define un juego de creación colectiva. “El nombre ‘cadáver exquisito’ es irónico, es un homenaje a todos los muertos del Mediterráneo”, explica.
Este es un recorrido por los retratos robot construidos por estos jóvenes, un viaje por su identidad que nos acerca también a la peligrosa travesía por el Mediterráneo que vivieron aquellos que partieron desde Libia. Cada retrato está acompañado de un recuerdo de uno de los menores refugiados sobre su relación con el mar. “Son las cinco de la mañana. El mar está agitado y el agua se mete en el bote (…). Estamos apretados como sardinas”, evoca uno. “En el mar tuvimos un accidente. La gente moría ante mis ojos”, cuenta otro. En el mismo soporte, junto a las fotos y reflexiones, aparecen ilustraciones de los propios adolescentes, siempre relacionadas con ese mar en el que, solo el año pasado, murieron más de 3.000 personas.
Mantuve mis ojos cerrados durante dieciséis horas. No quería ver nada.
Algunos mantienen cierta compostura, mientras otros gritan. Yo permanezco en silencio.
Mi madre me enseñó a escuchar las olas y el viento.
Mirarlo me producía ansiedad y un sentimiento de impotencia.