Con la mirada clavada en el muro de hierro, cien metros de valla que se adentran en el océano Pacífico, Richard Ávila lanza un suspiro.
—Tal vez solo pueda regresar a casa en forma de cenizas, o dentro de un ataúd, como aquel que asesinaron en Chihuahua; tantos años luchando por regresar a Estados Unidos después de servir en el Ejército…
Lo dice en un susurro que se alza entre el vaivén de las olas y los graznidos de gaviotas, como una reivindicación, como si quisiera que esa valla que separa dos países y cambió su vida fuera testigo de sus palabras y se apiadara de sus errores.
Ávila tiene 76 años y desde hace más de diez vive en Tijuana, ciudad a la que fue deportado desde Estados Unidos acusado de un delito de robo con arma. Pero antes, mucho antes, sirvió en las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos.
—La nación a la que entregué mi vida es un país que ya no me quiere en él.
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