En enero de 2017, una frase apareció en los muros de Banjul. La pintada decía #GambiaHasDecided, así, con la forma de las etiquetas que se usan en las redes sociales. Acabó imprimiéndose en camisetas y escribiéndose en pancartas que se exhibían en manifestaciones. La frase había superado la barrera del mundo virtual y se había convertido en uno de los lemas principales de un movimiento de protesta popular. El grito de libertad del pueblo gambiano tenía forma de #hashtag. El altavoz ya no eran solo los muros de la ciudad, como siempre, sino también las redes sociales.
Desde Nairobi hasta Conakry y desde Niamey hasta Ciudad del Cabo, en los últimos años las calles africanas se han inflamado. La ciudadanía las ha tomado para plantear sus exigencias y demandar más protagonismo. En esos procesos han caído dictadores, se han desatado represiones brutales o se han cocinado reformas que abrían el camino a modelos más democráticos. En la mayor parte de los casos, las manifestaciones, las sentadas o las marchas han ido acompañadas de campañas digitales. Internet ha recogido el grito de las sociedades civiles. Aunque no ha sido solo un cambio de herramientas.
Burkina Faso: cuando solo quedan las redes
Uno de los primeros escenarios de una movilización paralela en las calles y en las redes fue Burkina Faso, que en menos de un año vivió una insurrección popular y después la resistencia ciudadana a un golpe de Estado militar. Blaise Compaoré llevaba 27 años en el poder cuando organizó para el 30 de octubre de 2014 la votación de una reforma constitucional que le iba a permitir volver a presentarse a unas elecciones.
Cheick Omar Ouedraogo, miembro destacado de la comunidad de ciberactivistas burkineses, recuerda que, durante todo 2014, movimientos sociales como Balai Citoyen usaron Facebook para hacer pedagogía de la oposición a la reforma constitucional. “Las publicaciones en Facebook llamaban a participar en las manifestaciones y además daban instrucciones: dónde había que encontrarse o cómo mantener la calma, porque las manifestaciones tenían que ser pacíficas”. Esta red social se convirtió en un referente de información para estas actividades. La última de esas llamadas convocaba a una concentración en la plaza de las Naciones Unidas de Uagadugú el 29 de octubre de 2014, la noche antes de la votación.
Líderes de la oposición y movimientos sociales quemaban su último cartucho con aquel plante junto a la Asamblea Nacional. El desenlace de los acontecimientos era poco previsible. La concentración creció, cobró vida propia. Los manifestantes acabaron asaltando e incendiando el Parlamento. La revuelta se generalizó: los militares se negaron a disparar contra los civiles, el presidente comenzó a recular discretamente y acabó tomando el camino del exilio de forma precipitada. La transición a la democracia se abrió de forma insospechada.
En medio de la crisis, Twitter tomó el relevo de Facebook y la etiqueta #lwili, que utilizaba como rasgo de identidad la incipiente comunidad burkinesa de tuiteros, se convirtió en la notaria de los hechos, el espacio en el que se informaba, se discutía y se debatía, el lugar desde el que se transmitían al mundo en tiempo real los acontecimientos que se desarrollaban en Uagadugú. Aunque solo sea una anécdota, Blaise Compaoré anunció su dimisión a través de Twitter, mientras se ponía a salvo en territorio marfileño.
“La insurrección coincidió con un momento de madurez de la utilización de las redes sociales en Burkina y justo después hubo una ola de liberación de la palabra y de la opinión que hizo que mucha gente se dirigiese a Facebook para expresarse”, dice Ouedraogo. Chantal Naré, una activista referente de la comunidad digital burkinesa, está convencida de que las redes fueron eficientes en ese momento porque las autoridades “las habían menospreciado y no las conocían”. Los activistas les llevaban ventaja.
Apenas un año después, cuando en septiembre de 2015 los militares del Régiment de Sécurité Présidentielle (RSP) intentaron frustrar la transición con un golpe de Estado, los ciberactivistas estaban más entrenados. “La enorme resistencia que los burkineses plantearon al golpe se organizó a través de las redes. La noticia del golpe se difundió en Facebook, en primer lugar, y luego en Twitter. Después se llamó a las manifestaciones contra los golpistas”, explica Ouedraogo. Desde esas plataformas se transmitió información de interés social, como dónde había farmacias o centros de salud abiertos, o dónde había disparos.
Las principales radios habían sido silenciadas, asaltadas, incendiadas o censuradas, y se recurrió a las redes sociales. Naré recuerda las emisoras que, como no podían emitir, tuiteaban, o la creación de una radio pirata que se difundía a través de internet.
República Democrática del Congo
En la República Democrática del Congo las redes sociales son una herramienta fundamental de la protesta desde que el movimiento Lucha (Lutte pour le Changement) llegó a la primera línea de la contestación contra Joseph Kabila. El presidente, que tras recibir presiones ha convocado elecciones en diciembre de 2018 y ha renunciado a presentarse como candidato, está en el poder desde 2001 y, a medida que se acercaba el final de su segundo mandato, desplegaba una serie de estrategias que hacían pensar que pensaba mantener su cargo. La organización lleva años trabajando en educación cívica o participación ciudadana desde Goma, en la remota provincia del Kivu Norte, pero en marzo de 2015 dio un giro en su enfoque y su estrategia. Se acercó a otros movimientos recién nacidos, como Filimbi; acentuó su perfil político y sufrió más represión, y las células de Lucha y de Filimbi se extendieron por las principales ciudades.
A partir de ahí, la estrategia de comunicación digital ha sido fundamental en sus reivindicaciones y, junto a otros colectivos, ha puesto en marcha varias campañas. En marzo de 2015, etiquetas como #FreeFred, #FreeYves o #FreeLucha recordaban a militantes detenidos y reclamaban su liberación. En diciembre de 2016 se lanzó la campaña #ByeByeKabila cuando expiraba el mandato del presidente y una buena parte de la sociedad civil exigía la celebración de elecciones. En julio de 2017 se concibió #DeboutCongolais para intensificar la presión sobre Kabila, más de medio año después de que su mandato expirase. Todas estas campañas han combinado protestas en la calle y en las redes.
Las herramientas digitales se adaptan perfectamente a las necesidades de un nuevo tipo de movimientos sociales que proliferan en África y del que Lucha es un ejemplo. “Somos una organización horizontal, con secciones en todo el territorio nacional y en la diáspora, en la que no hay líderes y discutimos las acciones, sobre todo, a través de WhatsApp. Las redes nos permiten consultar a los militantes y tomar decisiones con su apoyo en 24 horas”, dice Bienvenu Matumo, un militante destacado del movimiento.
Más allá de la organización interna, Matumo destaca que las redes han ayudado a difundir el mensaje de Lucha y a movilizar a la ciudadanía. “En nuestras campañas hemos podido compartir informaciones que han empujado a mucha gente a comprometerse, a indignarse y a pedir cuentas a las autoridades”, dice. Pero además es un canal de intercambio en el que se encuentran con otros movimientos sociales del Congo para discutir y estudiar acciones conjuntas. “Las redes sociales han revolucionado nuestra lucha respecto a la década de 1960, porque tenemos la suerte de poder difundir directamente el mensaje”, dice Matumo.
Uno de los militantes más carismáticos de Lucha es Fred Bauma, que está entre los fundadores del movimiento y que pasó un año y medio en prisión tras ser detenido en 2015. Bauma atribuye a las redes el potencial de difundir los mensajes de los movimientos sociales en contextos en los que los medios convencionales están controlados. “Hoy cualquiera puede difundir una información que antes podía ser silenciada”, dice. En las campañas desarrolladas en el país, muchos usuarios “se han sentido en un entorno seguro” y por eso se han atrevido a expresar su desacuerdo “con un riesgo de represión menor”, según Bauma.
A pesar de las ventajas que encuentran, mantienen algunas reservas a que la contestación se centre solo en el ámbito digital. Bauma se queja de lo complicado que resulta pasar de la movilización en las redes a la movilización en las calles. “Ese paso es importante porque hay reivindicaciones para las que las redes son efectivas, pero en la mayoría de los casos no dan suficiente miedo al Gobierno como para obligarlo a reaccionar”, dice. “Ya es un éxito haber podido movilizar a tanta gente en torno a una causa a escala nacional, pero esperamos que en el futuro la gente que se nos una desde sus despachos o sus teclados venga con nosotros también a la calle”.
Gambia
La experiencia en Gambia es una buena muestra del papel que pueden desempeñar las redes sociales cuando el puño cerrado del poder hace imposible la contestación. Yahya Jammeh se hizo con el sillón presidencial en 1994 mediante un golpe de Estado y desde entonces se documentaron numerosas violaciones de los derechos humanos. Con sus medidas autoritarias y sus salidas de tono, Jammeh se fue convirtiendo en la caricatura de un dictador extravagante. En diciembre de 2016 convocó unas elecciones. Nada extraño. Exigencias de la imagen internacional, porque elecciones no son sinónimo de democracia. Lo que no era tan previsible era que se proclamasen unos resultados en los que resultaba perdedor y, menos aún, que él aceptase su derrota; al menos, temporalmente. Una semana más tarde, Jammeh volvió a comparecer para denunciar un supuesto fraude y anunciar que continuaba al frente del país.
Pero el espejismo de democracia había tenido unas consecuencias irrevocables. Finalmente, el 21 de enero de 2017 Jammeh abandonó Banjul a bordo de un avión con destino a Malabo. Habían pasado semanas entre las negociaciones sobre las condiciones de la salida de Jammeh y una intervención de tropas de la Cedeao (Comunidad Económica de los Estados de África Occidental). El presidente gambiano consiguió un exilio cómodo, al menos de momento, en Guinea Ecuatorial.
Durante aquellas semanas, las redes sociales fueron otro de los tableros en los que se jugaban algunas partidas. Los ciberactivistas cerraban filas, intentaban cohesionar a la sociedad civil gambiana en torno al desalojo del perdedor de las elecciones y aumentaban la presión sobre la comunidad internacional para que tomara cartas en el asunto. En realidad, era la última etapa de una larga carrera de contestación.
Durante el gobierno de Jammeh, en Gambia se impuso una especie de paz de cementerio basada en la represión. En medio de ese clima, las redes sociales habían sido el último refugio de la disidencia. “Bajo el régimen de Jammeh, en cuanto había una crisis la gente que estaba en el país compartía la información con los que estábamos en el exterior, para que se difundiese masivamente”, dice Aisha Dabo, una popular ciberactivista gambiana afincada en Dakar que impulsa la contestación contra Jammeh.
Los activistas digitales lanzaron sucesivamente #WatoSeeta (“es el momento de partir”), #GambiaRising o #JammehMustGo. A medida que se acercaban las elecciones, la comunidad digital acompañó a la sociedad civil, que se desperezaba e intentó generar un estado de opinión. #JammehFact, por ejemplo, denunciaba las violaciones de los derechos humanos de Yahya Jammeh. Ante la rectificación del perdedor de las elecciones, lanzaron #SaveGambiaDemocracy y #SaveNewGambia. Una arenga a la movilización: la democracia o el abismo. La etiqueta #GambiaHasDecided fue el último órdago con un mensaje claro: el pueblo gambiano se había pronunciado y había decidido desalojar a Jammeh. Trascendió el entorno virtual y pasó a ser pintada o pancarta, con la almohadilla incluida.
Dabo considera que #GambiaHasDecided fue el culmen de una escalada de contestación digital. Era una forma pacífica de protestar para la que no hacían falta ni siquiera manifestaciones, algo importante en una sociedad con miedo a la represión. “La gente llevaba las camisetas, ponía pegatinas en sus coches o en sus bicis o se ponía una pulsera en la que se podía leer #GambiaHasDecided. He oído que alguien incluso se rapó la cabeza con el lema. Al final, estaba en todas partes. En el juramento de Barrow [el presidente que sustituyó a Jammeh], las pancartas que decoraban el estadio eran, precisamente, la etiqueta”.
Salieu Taal, uno de los activistas que concibió #GambiaHasDecided como una campaña en las redes y en las calles, cree que las redes permitieron “difundir rápidamente el mensaje de la voluntad del pueblo gambiano” y superar las fronteras. La dimensión tecnológica fue en realidad “un catalizador” de la movilización. “En tres horas habíamos creado el logo de la campaña y lo habíamos puesto en línea. En solo tres horas”.
Togo
En Togo, la movilización callejera y las campañas digitales sumaron esfuerzos con un objetivo: propiciar una alternancia en una jefatura de Estado que lleva medio siglo ocupada por la misma familia. #TogoDebout era el reflejo digital de las convocatorias que transmitían el hartazgo de amplios sectores sociales y ha acabado dando nombre a un movimiento heterogéneo.
El Parti National Panafricain (PNP) lanzó la primera llamada a manifestarse en agosto de 2017. La reivindicación suponía defender la Constitución de 1992, que limitaba el número de mandatos. Sin embargo, la represión de la primera marcha expandió la contestación. En 2017 se cumplían cincuenta años de la llegada al poder de Gnassingbé Eyadéma, el padre del actual presidente, Fauré Gnassingbé, que tomó el relevo en 2005 en medio de un proceso lleno de irregularidades. #TogoDebout reclamó que se pusiera fin democráticamente a una dinastía del poder de cinco décadas.
La sociedad civil se imbricó en un movimiento que ha dejado de ser partidista para ser una respuesta popular. Han cambiado las formas de funcionar. De hecho, la etiqueta que empezó a utilizarse para dar apoyo a los actos de protesta ha acabado imponiéndose como la forma de referirse al fenómeno. Dentro de los impulsores de las acciones hay organizaciones de la sociedad civil, pero también ciudadanos anónimos, y por eso hasta ahora nadie se ha apropiado de la contestación. Al mismo tiempo, la estrategia de protesta de largo recorrido se apoya sobre la dimensión digital. Desde agosto de 2017 hasta ahora se ha desarrollado una misma protesta. Se han producido decenas de convocatorias de manifestaciones, marchas y concentraciones, pero lo que da unidad a la reivindicación es la dimensión digital, la campaña constante en las redes sociales.
Para Farida Nabourema, una de las caras más visibles del movimiento, las redes sociales han tenido tres efectos: democratizar el poder para opinar, movilizar a la ciudadanía y llegar incluso a más de la mitad de la población que no sabe leer ni escribir: “Esas personas han podido responder a las llamadas de las redes sociales y participar en los debates sobre todo en los grupos de WhatsApp, gracias a los mensajes de voz o los vídeos. Cualquiera puede hacer un vídeo o un audio en su lengua y difundirlo. Tenemos un sistema de comunicación accesible a todos, al alcance de mucha más gente, relativamente barato, que puede preservar el anonimato y que hace que la información circule rápido. En unos minutos miles de personas eran informadas”.
Nabourema destaca que, en el caso de #TogoDebout, “las redes sociales han sido un puente con los togoleses que se encuentran en la diáspora”. WhatsApp, Telegram o Signal han sido vías de comunicación que han permitido que se organicen acciones de protesta en diferentes ciudades, más allá de las fronteras togolesas.
“Las redes sociales han contribuido enormemente a las movilizaciones de los últimos meses. Quizá se puede decir que ha sido uno de los elementos determinantes, solo hay que ver cómo las autoridades han atacado su uso”, dice Maxime Domegni, periodista vinculado al movimiento Nubueke, uno de los que se encuentra dentro #TogoDebout. Domegni, que se ha visto obligado a abandonar el país “por motivos de seguridad”, recuerda que el entorno digital no garantiza la protección de nadie.
“Varias personas han sido detenidas por sus publicaciones en las redes sociales”.