Una cafetería en un centro comercial a las afueras de Argel. Probablemente sea un lugar tan malo como cualquier otro para citarse con un ahmadí en Argelia, pero a Fali Mohamed Ahmed no se le ocurría nada mejor. “Esperadme en una de las mesas a la derecha. Son más discretas”, nos pide por WhatsApp a las 9:55. Cinco minutos después se presenta puntual al encuentro. Ahmed, un capitalino de 45 años, barba perfilada y ojos rasgados, fue presidente de la pequeña comunidad ahmadí de Argelia desde 2009 hasta marzo de este año. Cuando decimos pequeña hablamos de “en torno a 1.500 fieles”, en sus propias palabras, aunque los niveles de acoso y amenazas que sufren nos hacen pensar en una cifra mucho mayor.
“No podemos levantar nuestras propias mezquitas, ni siquiera entrar en otras. Los viernes solíamos reunirnos en casa de algún miembro de la comunidad…
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