En la parte superior del bastón, Desmond Tutu lleva una cinta negra para atárselo a la muñeca. No la usa. Se apoya en la empuñadura en forma de “T” para andar pero, en cuanto me estrecha la mano, el bastón le estorba y se lo pasa a un ayudante treinta o cuarenta años más joven. “Ten, tú lo necesitas más que yo”, dice. Y suelta una carcajada.
En el año 1995, el arzobispo sudafricano y Nobel de la Paz pensó por primera vez en retirarse de la vida pública. Dos décadas después, a sus 83 años, sigue riéndose del cansancio y la vejez. “Me voy a tener que retirar de nuevo. Si no, mi mujer me dejará”, bromea de nuevo. Si no ha cumplido su palabra es por amabilidad. “Tengo que aprender a decir que no, pero la gente se molesta si no la…
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