Las carreras de la fortuna

De París a Uagadugú: caballos y apuestas en Burkina Faso

Las carreras de la fortuna
Felipe Camacho

En la pista del aeropuerto de Uagadugú, en Burkina Faso, una ola de aire caliente y seco cae sobre los recién llegados. Después de caminar unos cuantos metros sobre la pista, los viajeros son dirigidos hacia el control de pasaportes. En la terminal, la única distracción es un televisor que emite publicidad de la Lotería Nacional de Burkina. Su eslogan: “Los premios, para los felices ganadores; los beneficios, para la nación entera”. Es la LONAB, la Lotería Nacional de Burkina Faso, una empresa gestionada por el Estado desde 1994 y presente en cada rincón del país. Agrupa diferentes juegos de azar, como la tómbola, la rueda de la fortuna y el más popular de todos: el PMU’B, las apuestas sobre carreras de caballos que se celebran en la lejana Francia.

Introducidas en la década de 1990 por dos empresarios corsos, las apuestas hípicas son uno de los juegos de azar más populares en África Occidental, sobre todo en antiguas colonias francesas como Senegal, Mali y Costa de Marfil. Los PMU africanos, nombre tomado de la marca francesa PMU (“Pari mutuel urbain”, apuestas mutuas urbanas), no solo compran los derechos de transmisión de las carreras para emitirlas en sus casas de apuestas, sino también los folletos con la composición de las carreras e información sobre los favoritos.  

El PMU burkinés es propietario de los llamados Espacios de Carreras en Directo del país, salas de apuestas especializadas con pantallas de televisión que retransmiten en directo, continuamente, las carreras que se llevan a cabo a más de 5.000 kilómetros de Uagadugú, en hipódromos como el de Vincennes, Longchamp o Deauville. Actualmente hay quince salas de este tipo en la capital. A ellas se suma una red de más de 130 casas de apuestas, más pequeñas, en los diferentes barrios de la ciudad. Las apuestas hípicas generan el 80 % del volumen de negocio de la Lotería Nacional de Burkina Faso, que solo en 2015 movió unos 135 millones de euros, un 38 % de lo que movía tan solo tres años antes.

fd Felipe Camacho

En el Espacio de Carreras en Directo del sector 30 de Uagadugú, Boris observa con fervor a su jinete favorito, Jean-Michel Bazire, durante una carrera transmitida por Equidia, un canal francés especializado en hípica. No quita los ojos de la pantalla para no perderse la llegada a la meta: ha apostado mucho dinero. La sala está repleta. Sentado a su lado, un grupo de jugadores tira monedas sobre la mesa. Ninguno tiene el resguardo que confirma sus apuestas. Prefieren jugar al margen del sistema, entre ellos, ya que para apostar en regla se necesitan, como mínimo, 500 francos CFA (unos 0,75 euros) y no todos se lo pueden permitir. El más anciano, un jubilado, dirige el juego:

—Adama, ¿apuestas?

Adama le pide un segundo. Se vuelve hacia Boris y le toca el hombro. Ya sabe a qué jinete va a confiar su moneda, pero solo necesita una confirmación:

—¿Para apostar a Raffin hay que marcar el seis, verdad?

Boris mira el programa que está sobre la mesa y asiente. Es el primer número que aparece en el papel. Adama duda porque no sabe leer y no quiere perder su última moneda. Finalmente apuesta por el seis, pero termina tercero. Boris también está decepcionado porque su jinete, Jean-Michel Bazire, tampoco ha ganado.

Boris es un apostador como muchos otros en la capital. Nunca ha puesto un pie en los hipódromos franceses, pero todos los días va a la sala de apuestas de su barrio a jugarse unas monedas. Cada mañana, antes de salir, Boris se sienta unos momentos en el patio de la casa que comparte con varias familias. Con una taza de té en la mano, calcula las probabilidades de victoria de los caballos de ese día, en compañía de su esposa y su hija de doce meses.

Boris en el local de carreras mirando el final de una carrera. Felipe Camacho

Las apuestas de caballos se han convertido en un verdadero deporte nacional en Burkina Faso, explica Boris: algunos pueden dejarse en ellas hasta la mitad de su sueldo y quedarse sin dinero para la “olla familiar”. Pintor de brocha gorda, Boris gana apenas lo necesario para sobrevivir cada mes. El salario mensual en Burkina Faso es de

unos 50 euros. El 75 % de la población vive con menos de 2,80 euros al día. Muchos burkineses, según Boris, ven en las carreras una esperanza. “Se han vuelto algo indispensable. Si pides a alguien que te preste dinero para hacer realidad tus proyectos, muy pocos te dirán que sí. Pero la LONAB da. Si eres uno de los ganadores, claro está. Yo soy pintor y de momento no tengo trabajo. Nadie tiene dinero para pintar la fachada de su casa. Y no me voy a quedar en casa cruzado de brazos, prefiero buscar otras soluciones.” Su hijo llega de la escuela. Boris está orgulloso de él. Afirma que gracias al dinero que ganó con las apuestas pudo costear su escolarización. Cuando sea mayor será piloto de avión, dice el padre. Pero por ahora las preocupaciones del hijo son más urgentes: “Papá, tengo hambre”, repite.

¡Se acabó el analfabetismo!

Son las siete de la mañana y Boris se dirige al local de apuestas en una zona industrial. Los clientes esperan delante de la sala o en el maquis, como llaman a los pequeños cafés en Burkina, tomando un café soluble. El local de apuestas seguirá llenándose hasta que concluyan las carreras, poco después de mediodía. En la entrada, un hombre está sentado con varios programas de carreras frente a él. Muchos le saludan y se paran a hablar. Su nombre es Djibri: vivía en este mismo barrio hace algunos años. Ahora reside al otro lado de la ciudad, pero cada día se acerca a la sala para jugarse unas monedas y charlar con amigos. Djibri se fue de su pueblo natal a Uagadugú con diez años. Al principio vendía cigarrillos en las calles, luego frutas y verduras. Con el tiempo logró ahorrar un dinero y lo invirtió en diferentes puestos en mercados de la capital. Ahora está jubilado y ha encontrado una nueva pasión en las carreras de caballos. Se ha forjado una sólida reputación entre los apostadores, que lo apodan “Gibson El Matemático”.

Djibri analiza los programas que Sadia, la mujer que dirige la sala, ha dejado en la mesa para que los apostadores les puedan echar una ojeada. Llega un hombre en moto y aparca al lado del tablero de resultados. Es Issouf, otro jubilado amigo de Djibri. Al ver a Sadia escribir los resultados de la carrera y a Djibri sumido en sus programas, exclama con ironía: “¡Todos se han vuelto escritores, se acabó el analfabetismo!”, y suelta una carcajada.

Djibri y su amigo Issouf se conocen bien: cuando el dinero escasea, a fin de mes, hacen sus apuestas juntos y comparten cálculos para predecir los caballos ganadores. Según Issouf, las carreras son un juego complicado: “No es para los pobres; es para los jubilados, o para los ejecutivos que no saben qué hacer con su dinero. Yo no aconsejo a un joven dedicarse a esto: es como una droga, no lo puedes dejar. Aquí, los jóvenes suelen apostar su dinero con la esperanza de ganar algo para poder llevar a cabo sus proyectos. Miren todos esos jóvenes que van a las casas de apuestas: están allí desde las nueve de la mañana, pero lo poco que ganan a duras penas les alcanza para comer algo.”

Muchas veces, para liquidar sus ganancias más rápido se dirigen a otros apostadores con más dinero para venderles la papeleta ganadora y embolsarse el beneficio de sus apuestas justo después de la carrera. Así evitan la intermediación de la casa de apuestas y la espera interminable hasta el día siguiente. Esta transacción tiene un costo y se hace a escondidas: se llama “rápido-rápido”. Otros son más discretos y prefieren esperar a que les pague la casa de apuestas, sin pregonar su victoria a los cuatro vientos. Djibri recuerda un dicho popular: “En África, si pierdes hablas mucho, pero si ganas permaneces callado”.

Djibri estudia los programas de las carreras. Felipe Camacho

Hipódromos abandonados

El auge de las apuestas sobre las carreras de la lejana Francia ha perjudicado a los criadores locales de caballos: los hipódromos de Burkina Faso se encuentran en estado de abandono y muchos se han visto obligados a cerrar sus puertas, relata Djibri. Su amigo Souleymane, propietario de una caballeriza en las cercanías del hipódromo de Uagadugú, lo puede confirmar.

El hipódromo está ubicado en el barrio de Hamdallaye, en el oeste de la ciudad. Parece un inmenso terreno baldío, un estadio abandonado. Las motos y las bicicletas atraviesan el lugar esquivando a los jugadores de fútbol y las vendedoras callejeras. Cada domingo por la tarde, los criadores de caballos organizan carreras para entrenar a sus jinetes, niños de entre diez y quince años. Si son tan jóvenes es porque los caballos en Burkina no pueden soportar un peso mayor, por las dificultades que tienen sus propietarios para alimentarlos y mantenerlos en buenas condiciones para las carreras.

Con una camiseta estampada con el rostro de Alpha Blondy, un conocido cantante de Costa de Marfil, Issa Ouedraogo tiende una cuerda de cuero para marcar la línea de salida. Los jockeys, impacientes, tienen grandes dificultades para controlar sus caballos, que se echan para atrás y a los lados agitando sus poderosos músculos. De pronto un grito estridente marca el inicio de la carrera y los espectadores, pillados por sorpresa, se alejan para dejar paso a los caballos. Estos brincan y galopan al ritmo de los latigazos. La arena ocre del hipódromo se levanta y deja intuir los posibles triunfadores. Después de 1.800 metros, Casa Blanca, montado por Ismael, obtiene la victoria. Souleymane está contrariado. A Ismael lo formó él, pero ahora corre con otra caballeriza. Las peleas entre entrenadores son frecuentes: según Souleymane, esta es la razón por la que todos los intentos de cerrar un acuerdo entre la LONAB y la Federación Deportiva Ecuestre para crear una red de apuestas sobre carreras locales han fracasado. Y esto perjudica a los hipódromos burkineses, que atraviesan serias dificultades financieras. Mantener a los caballos y formar a los jinetes es costoso, y es bastante común ver a un caballo morir por falta de atención o a un joven jockey herido tras chocar contra alguna moto que se cuela en la pista.

Hipódromo de Uagadugú en el barrio de Hamdallaye. Los jockeys se preparan para las carreras que se llevan a cabo todos los domingos. Felipe Camacho

Lo único que mantiene las carreras a flote es la pasión de los habitantes de Burkina Faso por los caballos. Para sobrevivir, los dueños alquilan sus animales para animar matrimonios o bautizos. Estas son sus únicas fuentes de ingresos desde que los jugadores cambiaron los hipódromos locales por las casas de apuestas.

El país de los caballos

Si hay un país donde los caballos son venerados, es Burkina Faso. Según la leyenda, la princesa Yennenga, una valiente guerrera que cabalgaba de forma excepcional, tuvo un hijo, Uedraogo, fundador del reino Mossi, la tribu más numerosa en el país. Uedraogo es un apellido muy común en Burkina Faso: significa “caballo macho” en mòoré, el idioma mossi. Cada viernes, el Moro Naba, rey supremo de los Mossis, reproduce en el patio de su residencia, bajo la mirada atenta de niños y turistas, un ritual en el que finge montar uno de los caballos de su guardia para ir a la guerra.

El año pasado los caballos de la guardia real fueron enviados para el desfile del Día de la Independencia (11 de diciembre) a Kaya, en el norte del país. La LONAB también participa este año en ese desfile con un resplandeciente camión rojo y amarillo, los mismos colores que engalanan las casas de apuestas de la ciudad. Los empleados de la lotería marchan al lado de funcionarios del Estado, bomberos, los Dozos (una hermandad de cazadores presentes en varios países africanos) y los diferentes regimientos militares, estos últimos vestidos con uniformes donados por Francia. A tan solo unos metros del desfile, los maquis están repletos y la música suena a todo volumen.

La del año pasado fue la primera fiesta nacional que Burkina Faso celebró con el presidente Roch Marc Christian Kaboré, elegido democráticamente después de 27 años de dictadura de Blaise Compaoré.

En el maquis, un joven empresario del norte de Burkina Faso, Issouf Yameogo, se indigna por cómo el Gobierno maneja el dinero de la lotería nacional. Es una crítica que comparten muchos burkineses. Después de las manifestaciones populares de 2014 que acabaron con la dictadura del presidente Blaise Compaoré, este fue acusado de haber huido con el dinero del Tesoro Público, que incluía las ganancias de la LONAB. Tras las elecciones, la antigua directora, Amélie Tamboura, fue despedida y reemplazada por Lucien Carama, nombrado director de la LONAB por el consejo de ministros el 14 de enero del 2015. Desde su primer día como director, precisó que quería reforzar las inversiones de la LONAB en las estructuras sociales del país, lo que Issouf considera como un impuesto tácito del Estado: “Por ejemplo, la lotería financia la BNSP (brigada nacional de bomberos), al igual que los centros de salud.” Antes de partir, el joven resume: “El Estado se apoya en el dinero de la lotería nacional para volver a lanzar las actividades del país.”

Una desilusión que los miembros del servicio de comunicación de la LONAB casi logran transformar con su publicidad. Cerca de la tarima presidencial hay una gran carpa para recibir a los invitados del presidente y a las delegaciones internacionales. El evento comienza con el presentador del canal de televisión de la Lotería, que invita al presidente Kaboré y a sus ministros a entregar los cheques de varios millones a los tres “felices ganadores”, bajo la mirada complaciente de las cámaras de televisión. Una ráfaga de luces cae sobre el ganador del primer premio. Lucien Carama es invitado a hablar. Una vez más, la Lotería ha estado a la altura de su famoso eslogan: “Los premios, para los felices ganadores; los beneficios, para la nación entera”. Carama expresa su satisfacción porque con el dinero de la lotería se han construido “infraestructuras socioeconómicas para beneficio de la población”, como la Casa de la Mujer, una institución del Estado para fomentar la inserción de las mujeres en la vida económica y social, así como un coliseo para los artesanos, lugar dedicado a la venta de productos de artesanía locales.

Entrega de premios en presencia de la televisión nacional el día de la Independencia, en Kaya, Burkina Faso. Felipe Camacho

De Vincennes a Uagadugú

El presidente de la Lotería repetirá el mismo discurso meses más tarde en el hipódromo de Vincennes, a las afueras de París, con motivo del Gran Premio de África, organizado por la francesa PMU. Es un evento que “celebra la amistad con sus colegas africanos”. En la última edición había casetas con especialidades de Senegal, Mali o Burkina Faso para recrear un “mercado africano artesanal”, animado por miss Unión África 2017 y músicos senegaleses. Desde el palco más alto del hipódromo, todos los directores de las loterías nacionales africanas asisten a las carreras. Jean-Michel Bazire, el jinete estrella, también participa en el evento.

A 5.000 kilómetros de Vincennes, en el Espacio de Carreras en Directo del sector 30 de Uagadugú, la gente se empuja para mirar el televisor. Hoy es viernes, día de gran afluencia. Son las siete de la tarde y los resultados aparecen. Contra todo pronóstico, Jean-Michel Bazire pierde. Djibri baja la cabeza, Aquella mañana había compartido su pronóstico de victoria de Bazire con un joven frente a él, prometiéndole que seguro “comería” gracias a esa apuesta. Pero la suerte fue esquiva. La decepción se oye en su voz.

—Gané lo suficiente para comprarme dos cervezas —dice con amargura—. En realidad, el que inventó este juego no es bueno…

Djibri ha perdido por hoy. Con lo poco que le queda se toma una cerveza antes de regresar a casa. Felipe Camacho

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