Nota de 5W:
Judit Figueras y Alba Sanfeliu, estudiantes del máster de Periodismo y Relaciones Internacionales de Universitat Ramon Llul, propusieron esta crónica del Rif para 5W. De forma puntual, en la revista publicamos reportajes de estudiantes, reunidos aquí. En estos casos seguimos de cerca el proceso, hacemos un esfuerzo adicional de edición y, por supuesto, pagamos el trabajo.
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El vacío y el silencio se han apoderado de las calles de Alhucemas. Todos están en sus casas celebrando la fiesta del final del Ramadán. Los practicantes ya pueden comer y beber antes del atardecer y los menos religiosos ya no tienen que esconderse para hacerlo. Marruecos se paraliza para celebrar el fin de este sacrificio tradicional. Es el Eid al-Fitr, una fiesta en el calendario musulmán en la que las familias se reúnen, comen y festejan la purificación tras el periodo de ayuno.
Para Rachida, sin embargo, no hay nada que celebrar. Una tela negra cuelga sobria en la ventana de su casa en Alhucemas. Un símbolo de luto que refleja la tensión en la ciudad, donde los habitantes viven resignados bajo la atenta mirada de los militares. Rachida quiere dejar patente su tristeza entre los vecinos de la ciudad marroquí. “No tengo ganas de celebrar, me gustaría alejarme de la ciudad y aislarme en el campo”, dice esta rifeña de 47 años. Hace más de un año que su marido, Mohamed Majjaoui, está encerrado en la prisión de Oukacha, Casablanca. “Era un hakim en las protestas”, dice. Hakim: uno de los líderes del movimiento popular (Hirak) que se desató entre 2016 y 2017 en la región norteña del Rif.
Rachida sufre junto a sus dos hijas la condena de su marido, que aún debe permanecer cinco años más en prisión. Explica el tortuoso camino que ella y el resto de familias de los presos deben recorrer cada semana para visitarlos: salen de noche desde Alhucemas y llegan la madrugada del miércoles a la cárcel en Casablanca, frente a la cual esperan horas antes de poder ver a los presos. Gracias a las asociaciones de derechos humanos, los encuentros han pasado de durar diez minutos a dos horas. Finalmente, a las cinco de la tarde, el bus de regreso a Alhucemas sale de Casablanca: son casi mil kilómetros los que recorren en menos de 24 horas.
“Antes nos hacían pasar a la cárcel por turnos, una familia detrás de otra, por lo que no daba tiempo a todo el mundo y había gente que cuando daban las cinco tenía que coger el autobús y volver a Alhucemas sin haber visto a sus familiares presos”, lamenta Rachida.
Con el Hirak descabezado el año pasado tras las detenciones masivas y el procesamiento de sus líderes, el poder central utiliza el alejamiento de presos como una forma más de ahogar al movimiento. A los familiares no les queda más remedio que seguir luchando, y en muchos casos esa responsabilidad recae en las madres, hermanas y esposas de los presos, en una región en la que la mujer ha sido tradicionalmente relegada a la esfera privada y al hogar.
Pedir un hospital, mejores infraestructuras, una universidad o proyectos que generen empleo en la zona no solo ha llevado a la cárcel a activistas del Movimiento Popular Rifeño; el Estado también atemoriza y castiga a sus familias. “A mí nadie me ha dicho nunca nada, pero sé que me están vigilando. Antes siempre tenía a alguien detrás”, recuerda Rachida, que meses después de la detención de su marido todavía es reacia a dejar que sus hijas, de siete y cinco años, bajen a jugar a la calle con sus amigos. A su marido lo amenazaron con violar a su mujer y sus dos hijas si no cooperaba con la justicia marroquí, según el relato de Rachida.
El resultado de la represión ha sido la paulatina congelación de cualquier tipo de protesta, al menos en Alhucemas. “En este momento no hay manifestaciones porque si sales, te cogen”, dice Rachida. El último 8 de marzo se organizó en la ciudad rifeña una manifestación por el Día de la Mujer a la que acudieron las esposas, madres y hermanas de los detenidos por el Hirak. En el momento en que las manifestantes empezaron a repartirse entre ellas fotos de los presos, comenzaron las cargas policiales y se produjeron nuevas detenciones. “Aquí no hay derechos ni hay nada”, se queja Rachida.
Desde el Rif o desde la diáspora
Las protestas del Rif empezaron con la muerte de Mohcine Fikri, un vendedor de pescado que pereció triturado en un camión de basura el 28 de octubre de 2016 en Alhucemas, la ciudad más poblada del Rif. El hombre, de 31 años, murió al intentar recuperar la mercancía que las autoridades le habían incautado. El incidente conmocionó a la población de Alhucemas primero y de todo el Rif poco después, y lo que comenzó siendo un clamor popular que exigía una investigación a fondo sobre las lamentables circunstancias de la muerte de Fikri acabó convirtiéndose en un movimiento social contra la corrupción, el paro, la pobreza y la marginación social y económica que asolan la región.
El Movimiento Popular del Rif, o Al Hirak al Chaabi en tamazigh, el idioma local, ha conseguido que esta región tradicionalmente conservadora vea por primera vez a mujeres de todas las edades, clases y condiciones al frente de las protestas. No solo en el Rif, donde la población vive ahora resignada bajo la atenta mirada de los militares, sino también en los principales núcleos europeos de inmigración rifeña, como Barcelona.
En la plaza Sant Jaume de Barcelona, Omaima repasa nerviosa un discurso escrito en su teléfono móvil. Ni la lluvia, que cae débil pero constante, ni la presión de cientos de miradas ahogan su voz, que exige justicia para sus compatriotas. Sus 17 años la llenan de fuerza y pasión para implicarse por completo en la lucha social. “Mi padre estará orgulloso de mí”, dice esta catalana de origen marroquí minutos antes de adueñarse del megáfono y pedir, sin que le tiemble la voz, la libertad de los presos del Hirak.
Omaima lucha por el Hirak desde la diáspora. La rifeña no solo acude a las concentraciones de solidaridad con su pueblo, sino que también es integrante de la plataforma Libres y Combativas, un colectivo feminista que forma parte del Sindicato de Estudiantes, la principal organización estudiantil española de este tipo. Con ímpetu y convicción, Omaima se hace escuchar frente a las centenares de personas, en su mayoría hombres, que durante unos minutos callarán para dejar que sea una mujer la que ponga voz a sus demandas. Al acabar y ser aplaudida por las masas, vuelve con el grupo de mujeres.
—¡Viva la mujer rifeña! —le dicen.
Omaima visita una vez al año el pueblo de su familia, en la provincia de Alhucemas. Este año, sin embargo, la joven reconoce tener miedo. Sabe que sus acciones desde la distancia pueden traer consecuencias en Marruecos, donde muchos de sus familiares son perseguidos por participar en el Hirak. “Los que estamos metidos en el Hirak tenemos la responsabilidad de organizar una revolución, no solo para que en Marruecos se enteren de que aquí somos muchos y fuertes, sino para que también la gente de aquí sepa lo que está pasando allí”, dice la joven.
Las redes sociales son una herramienta esencial. Omaima las usa. “Muchos de mis seguidores lo son por las manifestaciones a las que voy y el contenido reivindicativo que subo”, dice.
No es la única. Karima, una rifeña instalada en Alemania, decidió hace unos meses que participar en las manifestaciones convocadas en Europa no era suficiente. La mujer, de 47 años, también ha encontrado en internet y las redes sociales una forma de mantener encendida la llama del Hirak. Lo hace a través de un programa que emite en el canal de YouTube de Rifision TV, en el que entrevista a mujeres que tienen familiares presos.
Karima es una de las muchas mujeres rifeñas que en la década de 1990 migraron. Ella lo hizo con sus hijos y su marido a los 23 años. No fue una decisión fácil: las razones que llevaron a su familia a marcharse fueron las mismas por las que estallaron las protestas del Hirak. “¿Por qué estoy aquí? Yo debería estar allí, buscándome la vida allí, trabajando, teniendo un futuro”, dice Karima.
Ahora vive en Berlín, aunque por circunstancias personales viaja a Barcelona muy a menudo. Sigue desde la distancia la lucha del Hirak y participa en manifestaciones para exigir justicia a Marruecos. “La sociedad ha cambiado, yo no soy como mi madre. Salgo a la calle y lucho. Soy una mujer libre, no necesito un hombre que me dé permiso para salir”, dice.
El proyecto de Karima es una de las muchas iniciativas que la población rifeña en la diáspora ha impulsado gracias a las nuevas tecnologías. Karima, además, ha querido enfocarlo con una mirada femenina, dando protagonismo a una mitad de la sociedad que históricamente ha sido silenciada. “Cada sábado invito a las familias de los chicos encarcelados para que hablen de sus problemas. Muchas de estas mujeres están enfermas y están sufriendo mucho”, explica.
Internet no solo se ha convertido en una herramienta útil para las rifeñas en el extranjero, sino para las que siguen en Marruecos. Una de las mujeres que colabora en el programa de Karima es Zoulikha, la madre de Nasser Zefzafi, considerado el líder del Hirak. El pasado 26 de junio, 53 personas fueron halladas culpables por un tribunal marroquí de “socavar la seguridad interna del Estado”, actuar “contra la unidad territorial del Reino”, “insultar” a cargos e instituciones públicas y organizar protestas no autorizadas. Zefzafi fue condenado a veinte años de cárcel.
Zefzafi ya participó activamente durante las protestas de la Primavera Árabe, conocidas en Marruecos como el Movimiento 20 de Febrero. Tras las manifestaciones que siguieron a la muerte de Fikri se convirtió rápidamente en la voz cantante del Hirak. Desde la detención de su hijo, Zoulikha se ha convertido también en una de las caras más visibles del movimiento rifeño, tanto en Marruecos como a nivel internacional.
Junto a otras madres, esposas y hermanas de presos, Zoulikha ha adoptado un papel esencial para la continuidad del Hirak. Los rostros de estas mujeres son el reflejo del dolor que vive el Rif y su imagen se ha convertido en el símbolo de lo que queda del movimiento social. Son ellas las que siguen luchando día a día por los derechos de sus hijos, esposos y hermanos. Y, por ende, por los derechos de toda la población rifeña.
“Oigo hablar a la madre de Nasser [Zefzafi] y es una militante. Sus demandas son claras, lucha desde la reivindicación social, desde lo que está padeciendo su hijo, y sabe adónde tiene que llegar su mensaje”, dice Salwa El Gharbi, diputada del Parlamento catalán y presidenta de Tamettut, Asociación de Mujeres Amazighs por la Cultura y el Desarrollo. “Aunque sus reivindicaciones no sean de carácter feminista, el hecho de que las haga en voz femenina es importante. También lo es el hecho de que los padres de Zefzafi vayan siempre juntos y hablen siempre los dos. Eso transmite una imagen de equilibrio familiar entre el hombre y la mujer”.
Sin embargo, un cáncer del que fue operada en agosto de 2017 ha obligado a Zoulikha a rebajar el ritmo de sus intervenciones públicas. Se trata de una enfermedad que afecta a buena parte de la sociedad rifeña. Por eso la construcción de un centro oncológico en Alhucemas constituye otro de los principales reclamos del Hirak.
8-M: liderazgos femeninos
La represión de la marcha feminista de este año contrasta con el éxito de la del año anterior. El 8 de marzo del 2017 fue un día histórico en Alhucemas. Las mujeres del Rif salieron a la calle como nunca antes lo habían hecho: nietas, madres y abuelas, del campo y la ciudad, unieron sus voces para reclamar sus derechos. Hasta entonces la presencia de las mujeres había sido importante, pero no protagonista. Aquel punto de inflexión dio lugar al surgimiento de las figuras activistas en el Hirak.
Un papel que desempeñó desde el principio Nawal Ben Aissa.
Esta ama de casa, de 38 años y madre de cuatro hijos, se puso al frente de una protesta bañada de morado y repleta de pancartas que exigían igualdad. A partir del 8-M, Nawal se convirtió en líder de las masas rifeñas, hombres y mujeres. Después del encarcelamiento de Zefzafi, fue ella quien pasó a liderar el movimiento social. “Nawal tomó la palabra y, aunque sus demandas no eran feministas, fue muy interesante ver cómo una mujer sin pañuelo se ponía al frente de las protestas”, dice Zohra Koubia, presidenta de la Association Forum des Femmes au Rif, un organismo que promueve el desarrollo socioeconómico de las mujeres de la región.
El 15 de febrero del 2018 Nawal fue condenada por el Tribunal de Primera Instancia de Alhucemas a diez meses de prisión condicional y una multa de 50 euros por “incitar a la violencia” y “actos ilícitos”. La rifeña se convirtió en una referencia para otras mujeres, que decidieron seguir sus pasos y romper con los estigmas de una sociedad con voz masculina. Es el caso de Silya Ziani, una joven cantante de música popular amazigh que, junto a Nawal, se puso a la cabeza del Hirak. El 5 de junio del 2017 fue arrestada y enviada a la prisión de Oukacha, donde permaneció durante dos meses antes de recibir un indulto del rey Mohamed VI.
“Nawal Ben Aissi y Sylia Ziani han sido un claro ejemplo de cómo las mujeres han incrementado su capacidad en el contexto del Hirak. Ha sido un periodo que ha permitido a las mujeres estar y participar como activistas”, dice la directora del diarioLe Monde Amazigh, Amina Ibnou-Cheikh.
El rol histórico de la mujer amazigh
Las protestas del Hirak no son las primeras en el Rif que cuentan con una presencia femenina significativa. Las mujeres ya desempeñaron un papel importante en la guerra del Rif contra el Protectorado español (1921-1926), la revuelta de 1958, las marchas estudiantiles de 1984, las protestas tras el terremoto de 2004 y las manifestaciones del 20 de febrero de 2011.
En todos estos acontecimientos, ellas rompieron temporalmente algunas de las tradiciones impuestas por la estructura patriarcal. En las revueltas de las décadas de 1920 y 1950, no solo se vieron obligadas a hacer el trabajo del campo, que hasta entonces era propio del hombre, sino que también ejercieron de espías y contrabandistas de munición e información.
Sin embargo, hay matices. “A pesar de que la contribución femenina en la guerra fue vital, su papel continuó en un segundo plano”, dice el historiador y experto en Oriente Medio C.R. Pennell en su estudio sobre el papel de las mujeres rifeñas en la resistencia al colonialismo de la década de 1920. Las mujeres, según Pennell, nunca estuvieron en la primera línea de la reivindicación política y su participación en las revueltas no conllevó un empoderamiento real.
Según algunas voces, el Hirak sí representa un giro respecto a las experiencias anteriores de movilización femenina en el Rif. Para el presidente de la organización internacional para la defensa de los derechos e intereses de la población bereber, la Asamblea Mundial Amazigh, Rachid Raha, “la fuerte presencia femenina en el Hirak se debe, en parte, a una toma de conciencia que guarda relación con el aumento de chicas que han tenido acceso a estudios universitarios”. Pero si bien la presencia de la mujer rifeña en el sistema educativo ha aumentado en los últimos años, la situación sigue siendo alarmante respecto al resto del país.
Aunque no hay datos recientes registrados, en su estudio La situación de las mujeres del Rif, la Association Forum de Femmes señala el analfabetismo como uno de los principales males de la región, con un 87% de mujeres adultas analfabetas en 2009. Ese mismo año, el Banco Mundial registró un 56% de analfabetismo entre las mujeres marroquíes, un dato significativamente inferior. El hecho de que no haya ninguna universidad en la provincia de Alhucemas sigue dificultando el acceso de las mujeres a la educación superior, debido al recelo de las familias a mandar a vivir fuera a sus hijas o a la falta de medios económicos para hacerlo.
En paralelo al factor educacional, el nuevo papel de las mujeres se explica gracias al trabajo de las asociaciones que desde la década de 2000 conciencian a la población sobre sus derechos, y al propio trabajo que han desempeñado ellas en proyectos sociales. Por ejemplo, la rifeña Souad Bouziane inició un proyecto de atención psicológica tras el terremoto de Alhucemas de 2004 que más tarde se transformó en una asociación de acogida, escucha y orientación para mujeres maltratadas.
Otro factor que puede explicar el fenómeno es la reivindicación de la identidad amazigh en las protestas del Movimiento Popular rifeño. “La cultura amazigh está marcada históricamente por un importante papel de las mujeres”, dice la diputada catalana El Gharbi. “La sociedad amazigh, en sus orígenes, era una sociedad matrilineal: la mujer tenía más peso que el hombre”, dice por su parte el presidente de la Asamblea Mundial Amazigh.
También lo cree la periodista Amina Ibnou-Cheikh, para quien la historia de las mujeres amazigh demuestra que son “fuertes, dinámicas en todos los ámbitos, con poder político, guerreras”. Su situación empeoró, según Ibnou-Cheikh, con la entrada del islam en Marruecos a finales del siglo VII. “Aunque la mujer haya estudiado y se haya instruido, no acaba de liberarse del todo de su familia, de la ideología; los estudios no equivalen a unos valores modernos”. Raha asegura que el Hirak “debe construirse como un movimiento laico que reivindique la identidad amazigh y aparte los valores islámicos”.
Quizá una de las herramientas más importantes para que las rifeñas reclamaran su voz fueron las redes sociales. Rifeñas como Karima y Omaima han creado en ellas espacios colectivos en los que expresar sus demandas y dar voz a otras mujeres, sin que sea el hombre el que imponga las condiciones. “Las redes sociales han hecho posible que esta toma de conciencia sea más expansiva. Muchas mujeres participan en manifestaciones, pero también intercambian opiniones en internet, debaten, discuten…”, dice el presidente de la Asamblea Mundial Amazigh.
Internet es fundamental debido al contexto de fuerte vigilancia policial en el espacio público de Alhucemas, donde ya no está permitido manifestarse o reclamar justicia. La represión amenaza con aplastar esta lucha en la que, aunque para algunos pasó inadvertido, muchas mujeres perdieron el miedo a tomar la palabra.