Las estructuras de poder en Sri Lanka han saltado por los aires. Las imágenes de una multitud asaltando el palacio presidencial, bañándose en las aguas azules de su piscina o tomándose selfis en los lujosos dormitorios de la residencia se han retransmitido esta semana en medio mundo. Una profunda crisis económica —agravada por años de corrupción— y la acuciante falta de productos básicos, como combustible o medicinas, prendieron la mecha de unas protestas que se han prolongado durante meses hasta forzar, esta semana, la huida del presidente, Gotabaya Rajapaksa.
Pero esta no es solo una crisis económica, sino de modelo político: es la caída de la dinastía Rajapaksa, que en las últimas dos décadas apostó por el nacionalismo cingalés y budista —dejando al margen a otras minorías—, acabó por las armas con la guerrilla tamil en una violenta ofensiva final y se sintió dueña…
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