Bulgaria pierde habitantes cada día: la emigración, el envejecimiento y la baja tasa de natalidad lo han convertido en el país con mayor pérdida de población del mundo. Sus cerca de 7 millones de habitantes se reducirán en más de un 23 % para el año 2050, según las previsiones de la ONU, y serán menos de 4 millones para 2100.
A caballo entre el mundo occidental y los vestigios del comunismo, algunas zonas de Bulgaria siguen ancladas en el pasado, arrastrando aún efectos de la larga crisis económica a raíz de la caída de la URSS. Muchos jóvenes emigran a Europa occidental en busca de más oportunidades, y el rápido envejecimiento de la población merma las perspectivas de desarrollo. Uno de cada cinco habitantes tiene 65 años o más, lo que convierte a Bulgaria en uno de los países con mayor porcentaje de ancianos del mundo.
Interesado por este fenómeno demográfico, el fotógrafo italiano Mattia Marzorati viajó a Bulgaria en febrero de 2019 para captar en imágenes los efectos de esta caída de la población. “Es cierto que muchos jóvenes se están marchando, pero vi una cierta mirada de esperanza hacia el futuro. Los jóvenes quieren volver, su relación con la tierra y la familia es muy fuerte”, dice.
A través de esta selección de fotografías comentadas, Marzorati hace un recorrido por la sociedad y el territorio de Bulgaria, adentrándose en el fenómeno de la diáspora y la despoblación del país más pobre de la Unión Europea.
Esta imagen muestra un mapa de Bulgaria en la sede del Instituto Nacional de Geofísica, Geodesia y Geografía. Allí se realizan estudios sobre los cambios demográficos del país, que expertas como Nadezhda Ilieva, responsable del Departamento de Geografía Económica y Social, califican de “colapso demográfico” y “catástrofe”. En el último cuarto de siglo la población en Bulgaria ha disminuido un 16%, y en las áreas rurales el descenso ha sido de más del 30%. Para 2030, se prevé que casi el 60% del país sea un “desierto demográfico”: territorio con una densidad de menos de 10 habitantes por kilómetro cuadrado.
“Muchos estudios sobre la crisis demográfica de Bulgaria se centran en la baja tasa de natalidad o en el envejecimiento de la población. Pero el verdadero problema en el que deberían concentrarse las políticas gubernamentales es la hemorragia de jóvenes y la pérdida de la fuerza laboral”, me dijo Ilieva.
Una niña pomaca —la minoría musulmana búlgara— se prepara para ir a la escuela coránica en el pueblo de Ribnovo, en el suroeste del país. La madre lleva el pañuelo de flores típico que usan las mujeres pomacas y la niña viste unos pantalones de pana tradicionales.
Los miembros de la comunidad pomaca, aunque son musulmanes, tienen facciones búlgaras y hablan búlgaro. Su origen es controvertido. La versión más aceptada dice que son búlgaros que se convirtieron al islam durante la ocupación otomana, desde el siglo XIV hasta 1878, año de la independencia. El Gobierno búlgaro, sin embargo, no los identifica como grupo étnico en el censo: son considerados búlgaros.
El pueblo gitano (o romaní) constituye casi el 10 % de la población búlgara, según estimaciones del Consejo de Europa, aunque el Gobierno búlgaro apunta a que solo un 5 % de los ciudadanos se identifican como miembros de este grupo étnico. En Plovdiv, la segunda ciudad del país, se encuentra Stolipinovo, uno de los barrios con más población gitana de Europa. Alrededor de 50.000 personas viven en este barrio degradado y marginado respecto al resto de la ciudad, con falta de infraestructuras y servicios básicos.
Sunny Beach es un complejo turístico de rascacielos y hoteles con piscina en la costa del Mar Negro que solo cobra vida durante los tres meses de verano. En este lugar todo está enfocado al turismo, y durante los meses de invierno el ambiente es desolador. Cuando fui, Sunny Beach era una ciudad completamente desierta. Parecía un paisaje posbélico. No había nadie por la calle, las casas y los hoteles estaban vacíos y solo había unos pocos obreros reparando los edificios antes de la temporada turística.
Estuve en casa de este anciano, Ivan Ivanov, durante tres días en la ciudad de Burgas, en la costa del Mar Negro. Lo conocí a través de su nieto, que trabaja temporalmente en Holanda. El nieto es hincha del equipo de fútbol CSKA Sofia, asociado a grupos de izquierda, mientras que el abuelo, de 82 años, era del Levski, que se vincula a grupos de derecha. Para el anciano, era impensable apoyar a un equipo de izquierdas por el recuerdo que tenía del comunismo. “Se mataba a la gente por nada”, me dijo.
Para mí, ese anciano representa el envejecimiento de Bulgaria: es el sexto país del mundo con mayor porcentaje de personas de 65 años o más. La esperanza de vida está en 74,8 años, la más baja de la UE.
El pueblo de Ribnovo, de mayoría pomaca, se encuentra en las montañas de Rhodope, en una zona aislada sin urbes importantes cerca. Tiene algo más de 2.500 habitantes. Cuando empieza la temporada de primavera-verano, el pueblo pierde a la mayoría de hombres jóvenes, que se marchan a trabajar a otros países de Europa. Durante esa época, Ribnovo se convierte en un matriarcado y las mujeres adoptan roles que normalmente ejercían hombres.
Desde hace unos años, algunas de las mujeres del pueblo trabajan en una fábrica textil alemana cosiendo pañuelos y ropa íntima. Esto les ha permitido salir del papel tradicional de ama de casa. En invierno, la mayoría de los hombres regresan y el pueblo revive.
Esta es una de las múltiples tiendas de venta de oro del barrio gitano de Stolipinovo. El comercio de oro sigue siendo una de las actividades económicas más comunes entre la comunidad gitana. Krasimir Asenov, teniente de alcalde de Plovdiv y antropólogo experto en minorías gitanas, asegura que en las últimas dos décadas el Gobierno búlgaro ha invertido mucho dinero en proyectos de integración, pero los resultados han sido desastrosos. A su juicio, el Gobierno consideró a la comunidad gitana homogénea, sin contemplar sus diferencias, y aplicó proyectos sin entender su estilo de vida ni escuchar sus propuestas. Se hicieron barrios nuevos que quedaron vacíos y los padres siguieron sin llevar a los niños a la escuela.
Para 2014-2020, Bulgaria tiene un plan de integración de la comunidad gitana financiado por la UE y ha aplicado programas para mejorar el acceso a la educación, al empleo, a la sanidad y a la vivienda. Aun así, todavía existen grandes desigualdades con el resto de la población.
El 17 de febrero de 2019 se celebró en Sofía una marcha en honor al general pronazi Hristo Lukov. Fue un líder nacionalista búlgaro y ministro de Guerra entre 1935 y 1938, asesinado por dos jóvenes comunistas en 1943.
La marcha la organiza cada año desde 2002 la formación de extrema derecha Unión Nacional Búlgara, que afirma que desde 2013 consigue reunir anualmente más de 2.000 participantes. Lo que más me impactó fue que la gente caminaba en silencio, sin hablar. Solo de vez en cuando alguien daba un grito. Esto daba una solemnidad al acto que choca con las manifestaciones nacionalistas del resto de Europa.
Esta fotografía muestra a varias personas rezando en una de las dos mezquitas del pueblo pomaco de Ribnovo. En esta mezquita había gente de todas las edades, también jóvenes. Aunque la comunidad pomaca tiende a conservar sus tradiciones, la asimilación de los valores occidentales se empieza a notar, sobre todo en los jóvenes que se marchan a trabajar fuera.
En el interior de la mezquita había una biblioteca. El vigilante me enseñó ilusionado un libro del Corán escrito en árabe que se veía muy antiguo. Aunque los pomacos no hablan árabe, tienen una tradición islámica de siglos.
Este padre de una familia pomaca me abrió su casa de par en par cuando llegué al pueblo de Ribnovo. Me vio tomando fotos y se acercó. Iba con su hijo, que hablaba algo de inglés. Me paseó por el pueblo, me invitó a un café en un bar y después a su casa. Fuera la temperatura era de 12 grados bajo cero, así que se lo agradecí profundamente. Él estaba muy contento de que alguien se interesara por su pueblo.
Al llegar a la estación de tren de Kazanlâk, en el centro del país, tuve la sensación de haber viajado a otra época. Algunas zonas de Bulgaria no han superado aún la crisis económica del postcomunismo y existe una gran diferencia de desarrollo entre las áreas rurales y la capital.
Durante la época de la URSS, la economía de Bulgaria dependía de las exportaciones al resto de países comunistas. Al caer la URSS y entrar en el mercado global, sus productos industriales dejaron de ser competitivos y el país entró en una crisis que muchos aún recuerdan vivamente. Actualmente Bulgaria es el país más pobre de la Unión Europea, con el PIB más bajo y el mayor número de personas en riesgo de pobreza o exclusión social.