Cuando la crisis climática se conjuga con inestabilidad, infraestructuras maltrechas y un Estado fallido, las consecuencias son devastadoras. El ciclón Daniel ha dejado más de 6.000 muertos y cerca de 10.000 personas desaparecidas a su paso por Libia, un país sumido en el caos después de la revolución, apoyada por la OTAN, que derrocó y acabó con la vida de Muamar al Gadafi en 2011.
El Daniel, que a su paso por Grecia, Bulgaria y Turquía dejó una treintena de muertos, alcanzó Libia el pasado domingo por la tarde, con un impacto especialmente devastador en la zona oriental del país. El lunes a primera hora las autoridades locales ya apuntaban a un gran número de víctimas, pero no fue hasta más de 24 horas después del desastre cuando la auténtica dimensión de la tragedia empezó a colarse entre titulares centrados, hasta entonces, en el trágico terremoto de Marruecos.
Barrios totalmente arrasados, infraestructuras devastadas, edificios derruidos: las imágenes que llegan desde el este de Libia revelan un desastre cuyo balance de víctimas y daños no deja de crecer. La situación es “catastrófica más allá de lo imaginable”, resumió Rami Elshaheibi, responsable de comunicaciones en Libia de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Las autoridades de Derna, la ciudad más afectadas, temen que el balance final de fallecidos llegue a alcanzar los 20.000.
¿Qué supone el desastre para un país dividido, con dos gobiernos paralelos enfrentados y en el que actúan numerosas facciones armadas?
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