Arde sobre quemado. Año tras año, las imágenes de grandes incendios que devoran miles de hectáreas abren telediarios, ocupan portadas y se convierten en trending topic en las redes sociales. España termina este verano con un mapa lleno de manchas negras: el país lidera el ránking europeo de superficie calcinada.
Cuando el fuego sigue vivo se emprenden investigaciones, se buscan culpables, se indagan las causas y se repiten las mismas preguntas, casi siempre con el mismo resultado. Cuando cesa, los incendios pasan a un segundo plano para finalmente desaparecer en los márgenes de la parrilla informativa. Pero el fuego no termina cuando se apagan las llamas: no al menos para aquellos a los que los incendios destruyeron sus casas y calcinaron sus bosques.
“El fuego tiene la capacidad de borrar las vidas de centenares de personas de un plumazo: sus casas, sus propiedades, sus recuerdos. Es necesario ir allí después, hablar con ellos, acompañarlos y contar sus historias”, dice el fotoperiodista Brais Lorenzo, uno de los miembros del colectivo Ollo Photo. Recién fundado por siete fotoperiodistas, documentalistas y videógrafos de Galicia, este colectivo busca arrojar luz sobre historias relevantes para la sociedad a través del lenguaje de la imagen y la narrativa.
El primer proyecto de Ollo Photo, LUMES, abre una puerta visual a la Galicia calcinada: más allá de la espectacularidad de las llamas, sus imágenes ofrecen una mirada descarnada y completa sobre uno de los problemas medioambientales más graves. Solo este verano, Galicia ha sufrido los dos mayores incendios de su historia y ha registrado en total más de 44.000 hectáreas quemadas. Las imágenes de LUMES se adentran en los terrenos arrasados para hablar de la vida después de los incendios, de la precariedad en la que trabajan quienes luchan contra el fuego, de la muerte de miles de animales, de los problemas estructurales que debilitan la gestión forestal, de la implicación de los residentes y voluntarios por defender sus viviendas.
Mediante una selección de fotografías realizadas a lo largo de varios años y comentadas por cada uno de los autores, trazamos un recorrido fotográfico a través de la pérdida de los ecosistemas, el dolor de los vecinos y la lucha de las brigadas contra los incendios que, año tras año, consumen el territorio.
El segundo incendio más grande de la historia de Galicia se produjo aquí, en O Barco de Valdeorras, un municipio situado en el valle del Sil, en Ourense. Tomé esta fotografía el 17 de julio de este año; para entonces los montes que lo rodean llevaban varios días ardiendo y las llamas se habían extendido tanto que llegaban prácticamente a las puertas de las viviendas. Cuando terminó, el fuego había arrasado 10.500 hectáreas.
Los grandes incendios forestales, también llamados GIF, son aquellos que superan las 500 hectáreas calcinadas. Sin embargo, es probable que este parámetro se deba revisar en un futuro: estos incendios colosales son cada vez más comunes. Se denominan de sexta generación y, además de por su envergadura, se caracterizan por ser prácticamente imposibles de extinguir. Solo cesan cuando las condiciones climáticas lo permiten.
Más allá de sus dimensiones, con esta fotografía quería plasmar uno de los fenómenos que más he observado este año: la evolución de los incendios forestales a incendios urbanos. Hasta ahora era común que el fuego afectase a pequeños núcleos rurales, pero este año se ha detectado un cambio significativo: los incendios llegan cada vez más a las capitales de comarca.
Esta fotografía la tomé a una vecina del municipio de Vilamarín, en Ourense. Me parecía un buen retrato de lo que estaba ocurriendo en aquel momento. Por lo general, los incendios afectan a pequeños pueblos o aldeas en los que ya solo viven personas de avanzada edad, como esta mujer vestida con el típico mandil de las abuelas gallegas. Su rostro de preocupación ante las llamas que acechan a sus espaldas describe bien esos momentos de vigilia.
Siempre me ha interesado documentar el punto de vista de los vecinos que se ven afectados por las llamas y que en muchas ocasiones se ven obligados a realizar, ellos mismos, labores de extinción. Los incendios forestales que se producen en horario nocturno resultan más complicados de controlar porque los medios aéreos no pueden actuar. Yo mismo he sido testigo de cómo, muchas veces, podrían haber ardido muchas más propiedades de no haber actuado los vecinos.
Esta fotografía la tomé en Vilagarcía de Arousa (Pontevedra) en agosto de 2006. Aquel año se contabilizaron 92 incendios en menos de tres meses. Para mí, significó un punto de inflexión: fue la primera vez que vi cómo Galicia ardía, decenas de fuegos al mismo tiempo. Los servicios no estaban preparados, los bomberos escaseaban y faltaba mucha preparación. La respuesta de los vecinos fue unánime: hacían cadenas humanas con cubos de agua y consiguieron salvar todas las casas.
Con esta fotografía intento transmitir esa sensación de peligro, de cercanía con el fuego, de incredulidad. Había un gran desconocimiento, nunca se llegaba a saber quiénes eran los responsables. Se decía que podían ser pirómanos, o bomberos enfadados por su situación de precariedad, o empresas de construcción con intereses específicos. Hoy en día este tema sigue vigente, siempre ha sido algo desconcertante.
Esta fotografía está tomada en 2016 en Soutomaior, en la provincia de Pontevedra; se ve claramente la cercanía del fuego con las viviendas del fondo. A pesar de los intentos de la Guardia Civil por desalojar la zona, muchos vecinos optaron por quedarse a defender sus casas de los focos que iban apareciendo casi de manera espontánea. Esto se debe a que la vegetación de esta zona es de naturaleza pirófita. Este tipo de especies soportan bien las llamas, pero no solo eso: tienen la capacidad de proyectar pequeños puntos de fuego, diseminando nuevos focos.
Llevo años cubriendo esta problemática y divido los incendios en dos tipos: los que afectan a zonas despobladas y los que lo hacen en áreas densamente habitadas. Estos últimos no se pueden comparar ni en magnitud, ni en espectacularidad, ni en cobertura mediática, pero a diferencia de los forestales cuentan con una respuesta más rápida y efectiva por parte de la administración. ¿Por qué? La respuesta es sencilla: que una persona aparezca en televisión diciendo que perdió su casa es mucho más impactante para la opinión pública que el número de hectáreas calcinadas. En las zonas pobladas están en juego vidas, inmuebles y otras propiedades.
En esta fotografía, un helicóptero está aterrizando para recoger a los brigadistas en lo alto de la montaña de Seceda, en O Courel. En determinadas ocasiones, nuestro trabajo como fotógrafos choca con el de los equipos de extinción y se generan tensiones. En los últimos años se ha producido un cambio en la estrategia que siguen los profesionales para ahogar los fuegos: menos agua y más contrafuegos. Esta técnica se basa en quemar una parte del terreno para que, cuando llegue el fuego, las llamas no tengan combustible para seguir avanzando. Es una estrategia efectiva, aunque muy destructiva para la naturaleza. No deja de resultar extraño ver a forestales cargados con mecheros y antorchas, preparados para prender fuego a los montes; por eso muchos nos increpan para que no saquemos imágenes porque dicen que la opinión pública no está preparada para ver a un bombero incendiar el bosque, aunque el objetivo sea evitar que el fuego se expanda.
A principios del 2019, las altas temperaturas, entre otras razones, provocaron un aumento de los incendios forestales. Esta fotografía la tomé en marzo de ese año en la aldea de Meiquiz, en el Concello de Rianxo. El fuego terminó arrasando 850 hectáreas de monte y afectó a varios núcleos rurales como este.
Mientras fotografiaba las llamas, alguien me avisó de que iban a desalojar a una pareja de ancianos en una aldea cercana. No se podía acceder en coche, así que fui corriendo tan rápido como pude. Al llegar encontré esta escena: un perro visiblemente afectado intentaba escapar por la ventana de una casa. No sé si mi reacción está justificada, pero entonces, en lugar de seguir a la Guardia Civil para fotografiar el desalojo, me pareció más interesante lo que estaba ocurriendo allí. Empaticé con el perro, el pobre no podía salir. Este es otro retrato de la angustia y el terror que provocan los incendios.
La magnitud de los incendios de 2022 ha puesto en evidencia la falta de medios para combatirlos. Mientras cubría el incendió en la Sierra de Courel me encontré con escenas como esta, en la que eran los propios vecinos quienes se organizaban para sofocar las llamas que llegaban prácticamente a sus puertas. También constaté la precariedad del personal que lucha en primera línea de batalla. El bombero que aparece en el fondo de la imagen me comentó que en ese momento no estaba contratado. Era 15 de julio, plena época de incendios, y su contrato comenzaba la semana siguiente.
Cada año, la Xunta de Galicia invierte millones en extinción directa y solo durante los meses de verano. El resto del año los bomberos no trabajan, parece que no existieran los incendios en invierno; pero la realidad es que los bosques siguen ardiendo durante todo el año. Además, se subcontratan servicios a empresas privadas, se gastan el dinero en traer avionetas y helicópteros de otras partes de España, pero apenas se destinan recursos a la prevención.
En esta imagen, tomada el pasado 17 de julio, varios bañistas observan la evolución del incendio forestal de O Barco de Valdeorras desde la orilla del río Sil. Por desgracia, esta estampa se repite cada temporada de incendios. Con esta fotografía quería transmitir la impotencia que supone estar viendo tu patrimonio arder sin poder evitarlo. Por otro lado, la pasividad de sus poses refleja lo rutinaria que se ha convertido esta situación en muchas zonas de Galicia.
Esta fotografía está tomada el pasado 15 de julio en la aldea de Froxán, en el centro de la sierra de O Courel, una de las zonas con mayor diversidad natural de Europa. O Courel empezó arder casi de forma simultánea al incendio de O Barco de Valdeorras, tan cerca uno del otro que incluso llegaron a interactuar entre sí. El mayor incendio en la historia de Galicia quemó más de 11.000 hectáreas de bosque; especies de gran valor ecológico y árboles centenarios quedaron reducidos a pura ceniza. Es el caso de este castaño, que probablemente tenga varios cientos de años.
O Courel confirma la tendencia de los últimos tiempos: hay menos incendios, pero son más devastadores. En la búsqueda de los porqués hay que remontarse al franquismo, que representó un punto de inflexión en este sentido. En su objetivo de construir presas y embalses, el régimen repobló a base de pinares muchos campos de regadío para evitar la erosión del terreno y que las obras de ingeniería civil —la joya de la dictadura— lucieran en todo su esplendor. Sin cortafuegos que delimiten el alcance de las llamas, el fuego avanza voraz y de manera descontrolada.
Entre el 6 y el 8 de septiembre de 2021 se quemaron 1.720 hectáreas de superficie en Ribas de Sil. Fue el incendio más importante de ese año en Galicia. A pesar de su magnitud, las condiciones ambientales de baja humedad y poco viento ayudaron a que se extinguiera rápido, aunque su proximidad con algunos núcleos urbanos obligó a activar el nivel 2 de emergencia. Se movilizaron miembros de la Unidad Militar de Emergencias (UME), además de seis helicópteros de extinción, dos aviones anfibios y numerosas brigadas.
Este despliegue de medios contrasta con la precariedad sistemática que padecen otros grupos de extinción, como los bomberos o las brigadas antincendios. Desde que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero la fundó en 2005, la UME ha recibido críticas de los vecinos afectados por incendios e incluso de otros profesionales de extinción de la propia Xunta de Galicia. Se quejan del elevado coste que supone mantener una unidad así, que además suele actuar como apoyo y, en ocasiones, incluso entorpeciendo las labores de extinción puesto que no tiene un conocimiento del terreno tan específico como el de los bomberos o las brigadas de la zona. ¿Por qué entonces no se destinan esos recursos a evitar la temporalidad de los servicios de extinción? ¿Por qué el presupuesto no se invierte en mejorar la gestión del territorio durante todo el año?
En junio de 2022, apenas un mes antes de los incendios históricos de O Courel y de O Barco de Valdeorras, se produjo otro aún más catastrófico, esta vez en Zamora. Con más de 28.000 hectáreas arrasadas por el fuego, el de la Sierra de la Culebra (cerca de la frontera con Portugal) es uno de los más devastadores de la historia de España. Fui hasta allí con la intención de cubrir los incendios desde una perspectiva que casi nunca se tiene en cuenta: las consecuencias del fuego en la fauna salvaje.
Entre otras muchas especies, la Sierra de la Culebra alberga la mayor población de lobos ibéricos de la península y la Unión Europea. No obstante, documentar el impacto de los incendios en los animales es muy complicado porque no hay estudios científicos ni cifras concretas. A pesar de ser las principales víctimas —se calcula que centenares de miles de animales mueren en cada incendio—, siguen siendo invisibles. En esta fotografía se ve el cuerpo de un ciervo calcinado, pero más allá de los mamíferos hay también miles de invertebrados que no tienen la capacidad de escapar de las llamas. En las zonas que aún humean puedes sentir como si la tierra temblase bajo tus pies, cuando en realidad son los insectos que saltan y suben por tus piernas intentando escapar.
La protagonista de esta fotografía es Manuela Barja, de 83 años. Viuda de un bombero forestal, Manuela camina entre los árboles abrasados por el incendio que afectó al municipio de Vilar de Santos (Ourense) en 2012. A pesar de su avanzada edad, del sofocante calor y del humo, esta mujer avanzó hacia las zonas quemadas para ayudar en las labores de extinción del incendio. En una ocasión intenté retomar su historia y contacté con la familia, pero debido a su estado de salud no pude volver a hablar con ella.
Los incendios no terminan cuando se apagan las llamas, pero sí la cobertura mediática. En lo que va de 2022, en España se ha quemado una superficie de casi 300.000 hectáreas, según datos del Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales. El fuego tiene la capacidad de borrar las vidas de centenares de personas de un plumazo: sus casas, sus propiedades, sus recuerdos. Por eso creo que es necesario ir allí después, hablar con ellos, acompañarles y contar sus historias. Esta fotografía la tomé en el pueblo de San Cibrao, en Ourense, después de que el incendio que arrasó más de 2.000 hectáreas calcinara los terrenos de alrededor de esta casa, que logró resistir al fuego.
En la imagen vemos a Isaac Chamín, de 52 años, caminando con uno de sus perros entre los vehículos calcinados de su empresa de compraventa en Ábedes, Ourense, este agosto. “Se quemó todo lo que había, no queda nada”, decía. El 3 de agosto de este año, diez focos diferentes y simultáneos entre sí calcinaron 600 hectáreas en la zona.
El 18 de julio de 2022, en Vilar, otro pueblo de la Sierra de O Courel, el fuego alcanzó las casas. A las ocho de la mañana, el momento en que tomé esta fotografía, Emilio seguía en pie merodeando por las calles devastadas de su pueblo. Él, junto a otro vecino de Vilar, siguió en la zona pese a las indicaciones de desalojo de la Guardia Civil. Gracias a haber permanecido en la aldea pudo salvar su casa, una de las pocas que resistió al fuego. “Entre el humo y el fuego, pensé que iba a morir”, comentaba con los ojos visiblemente afectados por el incendio.
En esta fotografía aparecen Claudia Álvarez, Alexandre García y su perro junto a los restos calcinados de su casa. En Mandín, un pueblo de Ourense, un incendio forestal el pasado julio acorraló a los vecinos en sus casas. Claudia comentaba que fue su perro quien les alertó del incendio. Pero el fuego estaba ya dentro de su propiedad. Alexandre y su padre atajaron solos, como pudieron, el avance de las llamas, aunque el fuego arrasó prácticamente con todo. Ahora la pareja intenta asimilar la pérdida de su coche y de todo el material de construcción con el que tenían planeado restaurar la casa familiar.
Tras los bomberos y los servicios de emergencia, los voluntarios son una de las piezas determinantes en las tareas de extinción y restauración. En esta fotografía, tomada en 2017, aparecen algunos voluntarios de la Asociación Amigos da Terra en la Sierra Mameda, otro bosque de Ourense, colocando barreras de contención para evitar el paso de ceniza y proteger el manto natural, que tras el incendio puede ser arrastrado con la llegada de las lluvias. Si eso ocurriera, la tierra no podría volver a regenerarse, por lo que es un proceso muy importante.
Para unas cuantas empresas, los incendios suponen grandes beneficios. Galicia posee el 50% de la producción de madera en rollo y el 40% de la producción de madera serrada, pero los beneficios no repercuten en los gallegos. La administración solo gestiona el 10% de las plantaciones; el resto lo controlan grandes empresas privadas relacionadas con el sector forestal.
En muchas ocasiones se pone en el centro del debate a los incendiarios, se busca a los perpetradores, pero nunca se reflexiona sobre los intereses económicos que existen detrás de los grandes incendios. Hablé con Óscar, un pequeño empresario del sector de la madera: “Antes tenía empleados pero ahora estoy solo. ¿Ves esa cortadora? Costó medio millón. El negocio está ahora en manos de un par de grandes empresas. No sé a dónde vamos a ir…”, decía.
En septiembre de 2016 pude capturar esta escena: dos caballos cabalgando sobre la superficie quemada por un gran incendio en Entrimo, Ourense. Los fuegos devastan el patrimonio natural cobrándose vidas, destruyendo hogares y cubriendo nuestra existencia de humo. Por desgracia, todo apunta a que el futuro seguirá escribiéndose a base de llamas y cenizas. Existe una clara relación entre el cambio climático y los incendios forestales. A medida que aumenta el calor terrestre, también lo hace la frecuencia y virulencia de estos eventos extremos. La fórmula es simple: cuanto más calor, veranos más largos, bosques más secos, y más oportunidades para que Galicia y el planeta sigan ardiendo.