Decía recientemente el escritor nigeriano Wole Soyinka, primer nobel de Literatura africano, que “más allá de sus fronteras, Nigeria es un relato de ciudadanos designados como parias de la comunidad mundial”. En el país más poblado de África, con casi 200 millones de habitantes, al menos 86 millones viven bajo el umbral de la pobreza extrema. Es también la economía más grande del continente, pero padece gigantescas desigualdades y se encuentra entre los países considerados más corruptos del mundo. Amplias zonas sufren la violencia de grupos armados, entre ellos el yihadista Boko Haram: solo este ha dejado más de 20.000 muertos y unos dos millones de desplazados internos en los últimos diez años, principalmente en el noreste del país.
En este escenario, los nigerianos están llamados este sábado día 23 de febrero a las urnas para elegir a su presidente. Los comicios —la primera gran cita electoral del año en África— debían haberse celebrado hace una semana, pero se pospusieron tan solo cinco horas antes de la apertura de los colegios electorales por “problemas logísticos”, un anuncio recibido con una mezcla de rabia y frustración por buena parte de los 84 millones de votantes inscritos.
Los dos principales candidatos son el actual presidente, Muhammadu Buhari, de 76 años y líder del gobernante Congreso de Todos los Progresistas (APC), y el exvicepresidente Atiku Abubakar, de 72 y al frente del Partido Democrático Popular (PDP). El primero, cuyos problemas de salud y desapariciones públicas han empañado su mandato, venció las elecciones de 2015 con tres promesas: luchar contra la corrupción, hacer despegar la economía —que depende en buena medida del petróleo— y acabar con las amenazas a la seguridad. Las tres han quedado incumplidas en gran medida. Su oponente, Abubakar —uno de los empresarios más ricos de Nigeria—, aboga por un programa que pone acento en el crecimiento económico. Los sondeos auguran una competencia reñida entre ambos septuagenarios, y no se descarta una segunda vuelta: para proclamarse presidente, el vencedor debe lograr, además de la mayoría, al menos un 25% de los votos en 24 de los 36 estados del país.
El fotógrafo Luis Tato, que trabaja para la Agence France-Presse (AFP), ha recogido en imágenes el ambiente en Nigeria ante esta cita electoral que determinará el futuro de la potencia africana. A través de fotografías comentadas por él mismo, recorremos desde megaurbes como Lagos hasta localidades del noreste como Jimeta Yola o lugares azotados por la amenaza de Boko Haram.
Con 84 millones de votantes registrados, estas elecciones se prevén como unas de las más ajustadas de la historia de Nigeria. Los dos principales candidatos se enfrentan en una dura contienda.
El opositor PDP de Atiku Abubakar celebró un gran mitin en Lagos unos días antes de la fecha inicialmente prevista para las elecciones, posteriormente aplazadas por la Comisión Electoral. Había una gran pancarta con la frase “La libertad se acerca” a la entrada del estadio donde Atiku se dirigió a sus seguidores. Un policía nigeriano aparece en la fotografía. La cantidad de agentes desplegada en las calles de Nigeria durante los días previos a las elecciones es sorprendente: no han faltado las voces críticas que hablan de un Estado policial.
La megaciudad de Lagos es el conglomerado urbano más poblado de Nigeria y de todo el continente africano. También es una de las ciudades con mayor índice de crecimiento demográfico. Se calcula que su población está entre 14 y 21 millones, según la ONU y las autoridades estatales.
En la fotografía, centenares de personas se agolpan a la entrada de un estadio en Lagos Island, una de las islas que conforman Lagos, a la espera de conseguir acceso a un mitin electoral del partido opositor PDP.
La gente ha vivido la campaña electoral en Nigeria con una gran intensidad. Entregados por completo al apoyo a sus partidos y rozando el culto por sus líderes, los nigerianos han afrontado la campaña con una mezcla de festividad y exaltación. En un mitin del presidente Buhari en Port Harcourt, en el sur del país, una estampida acabó con la vida de al menos 15 personas.
En la fotografía, decenas de personas subidas al tejado de un abarrotado estadio esperan la llegada de Atiku al mitin de cierre de campaña electoral en Jimeta Yola, en el estado de Adamawa. En la pancarta aparece el eslogan central de campaña del PDP, “Pongamos Nigeria a trabajar de nuevo”, que juega con el doble sentido sobre la necesidad de impulsar Nigeria como nación y la de crear nuevos puestos de trabajo en un país con cerca de un 30% de desempleo.
El descubrimiento de pozos petrolíferos en el sur de Nigeria en la década de 1950 cambió por completo su estructura económica y lo convirtió en el mayor productor de crudo de África, lo cual creó una gran dependencia económica del sector. Pese a ello, Nigeria es uno de los países con mayores desigualdades del mundo.
En la imagen, un joven asiste al acto de campaña electoral del PDP en Jimeta Yola con un cartel que dice: “La economía depende de tu voto”. La pujante corrupción y la desigualdad han alcanzado niveles alarmantes en Nigeria y han atacado el corazón de una economía hasta hace poco en recesión.
Los mítines electorales en Nigeria se prolongan durante todo el día. Son fiestas llenas de música y color, en las que los políticos solo se dirigen a los simpatizantes durante los minutos finales. Desde la mañana, miles de personas se reúnen y bailan, discuten sobre política y pasan el día en comunidad celebrando a su líder. Los principales líderes políticos normalmente llegan al final simplemente para dirigir una palabras a las masas y marcharse rápidamente.
A veces, la larga espera enciende las tensiones y es común observar enfrentamientos entre los asistentes y las fuerzas del orden. En la imagen, un grupo de simpatizantes del PDP se enfrenta a miembros de las fuerzas de seguridad y vigilantes que impedían el acceso al escenario desde donde intervenían los principales miembros de la formación.
Nigeria es el séptimo país más poblado del mundo. Las proyecciones hablan de un crecimiento demográfico vertiginoso que lo situará como el tercer país más poblado en 2050, solo por detrás de la India y China.
En Nigeria es común encontrar imágenes y situaciones donde la densidad de la multitud resulta sorprendente, desde las abarrotadas calles de los barrios populares de Lagos hasta mítines con decenas de miles de asistentes. En la imagen, miles de simpatizantes del PDP celebran la llegada de su candidato presidencial a un mitin en el estado de Adamawa.
Con el objetivo de “purificar el islam en el norte de Nigeria”, Boko Haram ha asesinado a decenas de miles de personas en un conflicto que sigue activo. Mubi, localidad en el estado de Adamawa, es uno de los conglomerados urbanos que limita con las áreas bajo control del grupo yihadista. En 2014, Mubi cayó en manos de Boko Haram y fue liberada por el Ejército nigeriano unos meses después, tras crudos enfrentamientos. En 2017, un atentado con bomba atribuido a Boko Haram en una mezquita de la localidad mató a 50 personas durante la oración islámica del viernes.
Mubi está repleta de historias de dolor relacionadas con el grupo yihadista, pero también está llena de resiliencia y solidaridad. Cristianos y musulmanes de la ciudad viven en armonía entre ellos, con Boko Haram como enemigo común. En la imagen, un hombre empuja un carro con garrafas frente a carteles electorales en apoyo a gobernadores del estado, cerca del mercado y la mezquita donde tuvo lugar el atentado de Boko Haram de 2017.
Nigeria suspendió su cita con las urnas del 16 de febrero, apenas unas horas antes de la apertura de los colegios electorales. En una decisión sorprendente anunciada de madrugada, la Comisión Electoral dijo que había importantes problemas logísticos en la distribución de material electoral y que las elecciones se aplazaban una semana. Los líderes políticos de los principales partidos utilizaron la decisión para lanzar acusaciones de fraude y manipulación.
En la imagen, una mujer busca su nombre en las listas de votación del edificio de la Comisión Electoral de Jimeta Yola, donde decenas de personas buscaban comprender la situación tras intentar acceder a los colegios electorales para votar.
Se calcula que Boko Haram ha matado a unas 27.000 personas y desplazado a cerca de 1,8 millones, pese a las promesas del presidente Muhammadu Buhari y sus predecesores de acabar con el grupo yihadista.
En el campo de Malkohi, en Jimeta Yola, viven cerca de 2.800 desplazados internos que huyeron de la amenaza de Boko Haram, principalmente llegados de Maiduguri y Gwoza. Este es uno de los muchos campos para desplazados internos de Nigeria. En la imagen, algunas de las tiendas de Malkohi en las que viven estos refugiados internos.
A Malkohi los refugiados llegan tras un recorrido agotador por el caluroso norte del país, sorteando zonas amenazadas por Boko Haram. Aseguran sentirse olvidados por políticos e instituciones, frustrados por ser ciudadanos de segunda y desesperados por volver a un hogar que se encuentra dentro de sus propias fronteras. Muchos en Jimeta Yola acusan a los habitantes de Malkohi de ser ladrones por labrar las tierras de alrededor. Los desplazados internos aseguran sentirse forasteros en su propio país.
La vida cotidiana en Malkohi no se puede comprender sin el relevante papel de las mujeres, principales impulsoras de las dinámicas económicas y productivas dentro y fuera del campo. En la imagen, una mujer y dos niñas desplazadas por Boko Haram y pertenecientes a la misma familia recogen agua de un pozo situado junto a sus viviendas en el campo de refugiados.
Entre los refugiados internos de Nigeria existe una larga historia de marginalización, así como altas tasas de pobreza, analfabetismo y desempleo. El acceso a la educación es limitado, especialmente en el caso de mujeres y niñas.
En la fotografía, una niña corre hacia la tienda en la que vive junto a su familia, tras jugar con otros pequeños frente a un colegio construido por la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) y oenegés en la zona sur del campo de refugiados de Malkohi.