Todo el mundo se lo pregunta, pero la respuesta no es fácil. Este es un recorrido, en palabras e imágenes, por los últimos años de la crisis griega.
Atenas en llamas
Diciembre de 2008
Deuda: 264.000 millones (109% del PIB)
Desempleo: 8,6%
Todo arde al paso de la manifestación. Marquesinas de las paradas de autobús, tiendas de telefonía móvil, grandes marcas de ropa (las librerías, en cambio son respetadas). Al llegar a la sede del Banco Nacional de Grecia, junto a la Plaza de Omonia, uno de los jóvenes encapuchados rompe los cristales de la institución y arroja a su interior un cóctel molotov, ante el júbilo de los presentes. Los paquistaníes y bangladeshíes de las calles adyacentes se refugian tras las persianas metálicas de sus puestos de kebab, atónitos ante el espectáculo de fuego, piedras y gases lacrimógenos. Jamás habrían esperado que, tras escapar de la violencia y pobreza de sus respectivos países, aquello podría pasar en la Vieja Europa.
Dos noches antes de aquella escena, un agente de policía había asesinado a Alexis Grigorópulos, de 15 años, en el barrio de Exarjia. Esa fue la gota que colmó la paciencia de los jóvenes griegos ante un sistema de corrupción generalizada, en el que todos los ascensores sociales se habían detenido en la planta baja y donde las nuevas generaciones a lo máximo que podían aspirar era a un trabajo precario con un salario de 700 euros, mientras en España aún se hablaba de mileuristas.
“Nuestros hijos serán carne de cañón para los hijos de los ricos que estudian en Oxford y otras universidades de la élite”, se quejaba Irini, una madre que se unió a las protestas.
En ese invierno de 2008, la crisis financiera originada al otro lado del Atlántico ya se había empezado a sentir en Grecia, un país que hasta entonces crecía a un ritmo del 4% anual gracias a los préstamos baratos llegados del norte de Europa, a la obra pública (la deuda de los Juegos Olímpicos 2004 aún se arrastra) y a la contratación de más y más funcionarios a través de las redes clientelares de los principales partidos políticos. Los casos de corrupción, en la compra de armamento dentro del elevado presupuesto militar heleno (superior entonces al 3% del PIB) o en la venta de terrenos a la Iglesia, se sucedían mes a mes y, durante el otoño, el Gobierno había aprobado un paquete de rescate de 28.000 millones de euros (11,5% del PIB) sin contrapartidas a los mismos bancos que, durante décadas, han perdonado continuamente las deudas de los dos grandes partidos griegos: el conservador ND y el socialdemócrata PASOK.
Todo estaba empezando. Los hijos de la clase media se echaron a la calle durante dos semanas, en una revuelta que se extendió por toda Grecia en forma de ocupaciones y manifestaciones de inusitada violencia. Era el fin de una era, y los adolescentes fueron los primeros en oler el grisú del sistema derrumbándose.
“Lo voto porque es mi tío”
Octubre de 2009
Deuda: 301.000 millones (127% del PIB)
Desempleo: 10,1%
Una riada de banderas verdes se dirige avenida Patission arriba. Son seguidores del partido socialdemócrata PASOK, en su mayoría personas de mediana edad, que pretenden arrebatar el gobierno a la conservadora Nueva Democracia (ND) tras una legislatura turbulenta. Pero entre los voluntarios electorales que reparten silbatos y banderines, hay también una chica de 20 años que distribuye panfletos con el rostro de uno de los candidatos. ¿Por qué apoyas al PASOK? La joven se encoge de hombros y responde:
“Es que el candidato es mi tío”.
La política en Grecia —también la economía— ha estado tradicionalmente gobernada por un puñado de familias poderosas. En esas elecciones de 2009, de hecho, se enfrentaban el primer ministro saliente, Kostas Karamanlis —sobrino de Konstantinos Karamanlis, fundador de ND, jefe de gobierno durante 14 años y presidente de la República durante una década— con el jefe de la oposición, Yorgos Papandreu, hijo del fundador de su partido y primer ministro, Andreas, y nieto de otro primer ministro. Un sistema clientelar que se reproduce también a pequeña escala y que ha sido un agujero negro de corrupción.
Venció en los comicios Papandreu, un socialista liberal formado en EEUU (el que sería jefe de la oposición conservadora, Andonis Samarás, fue su compañero de habitación en el exclusivo Amherst College) dispuesto a recuperar el gasto social y transformar la economía griega con el lema “¡Hay dinero!”. Pero no lo había: tras acceder al cargo Papandreu anunció que el déficit de 2009 iba a ser superior al 12%, el doble de lo que se había calculado, puesto que el Gobierno saliente llevaba años manipulando las cuentas.
El primer ¿rescate?
Mayo de 2010
Deuda: 330.000 millones (146% PIB)
Desempleo: 12,2%
El 9 de mayo, las prostitutas volvieron a verse en los alrededores de Omonia y los politoxicómanos se pinchaban con tranquilidad en el centro de la plaza de Exarhia. Un indicador de que, después de varios días de protestas que dejaron tres muertos y decenas de heridos, se había calmado la revuelta contra las medidas de ajuste impuestas por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI) al Gobierno de Papandreu, a cambio de un paquete de préstamos de 110.000 millones de euros. Recortes de gasto público por valor de 30.000 millones de euros (13% del PIB), salario mínimo reducido hasta los 540 euros, pensiones rebajadas en un 26%, salarios públicos en un 15%, despido de decenas de miles de funcionarios…
Jóvenes griegos como Stéfanos, estudiante de Arquitectura, ya pensaban en marcharse del país —“irse es la única solución”—, una huida que se producía en paralelo a otra, de muy distinto calado. En el pudiente barrio ateniense de Kolonaki, Stavros, empleado de banca, explicaba que su sucursal estaba sacando el dinero al extranjero:
“Estamos enviando dinero de nuestros clientes a Chipre, Reino Unido, Suiza y otros paraísos fiscales. En dos meses han salido ocho millones de euros solo de nuestra oficina”.
La primavera indignada
Mayo de 2011
Deuda: 356.000 millones (171% PIB)
Desempleo: 16,9%
Siguiendo los pasos de los indignados españoles, los jóvenes griegos se lanzaron a tomar las plazas en la primavera de 2011 para protestar contra las medidas de austeridad bajo el gráfico lema “Yo no pago”. En mayo y junio las convocatorias —apartidistas, extraña cosa en Grecia— llegaron a concentrar a 100.000 personas en la Plaza Syntagma de Atenas, frente al Parlamento, hasta que a finales del segundo mes de protestas —cuando se aprobó la segunda ronda de medidas de austeridad— la policía levantó los campamentos indignados por la fuerza.
Atenas se había convertido en un enfermo dependiente de las inyecciones de fondos de la llamada troika (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI). Algunos diarios del norte de Europa, como el Bild, instaban a Grecia a vender sus islas o alquilar la Acrópolis. Los gobiernos europeos no estaban dispuestos a asumir el riesgo político de seguir poniendo dinero en el saco roto de Atenas sin mayores muestras de sacrificio. Ya entonces se hablaba de la necesidad de una quita de deuda en los pasillos de Bruselas, pero los engranajes del poder del Viejo Continente impedían el acuerdo. Cuando llegó, ya era tarde.
El Golpe de Cannes
Noviembre de 2011
Deuda: 356.000 millones (171% PIB)
Desempleo: 20,6%
La tarde del 5 de noviembre, en los pasillos del Parlamento griego se fumaba como solo se puede fumar cuando desconoces si los que te rodean son leales o traidores. Los diputados que mataban la ansiedad con el pitillo apenas se molestaban en esconderse tras las columnas, pese a que habían sido ellos mismos los que aprobaron la prohibición de fumar en lugares públicos esa misma legislatura.
La crisis política había comenzado dos semanas antes. El primer ministro, Yorgos Papandreu, en sus niveles más bajos de popularidad y enfrentado a la firma de un nuevo rescate con nuevas y más duras medidas de austeridad, decidió someter el acuerdo a un referéndum. Las opciones estaban más o menos claras: aceptar las medidas de austeridad a cambio del dinero o no, rechazando también el rescate, y que pase lo que Zeus quiera. Pero la oposición se le echó encima acusando a Papandreu de “chantajista”, incluidos los conservadores de Nueva Democracia, que en esos momentos se oponían tanto a las medidas de austeridad como a la consulta. También fue crítico su ministro de Finanzas y líder de la oposición interna del PASOK, Evángelos Venizelos. Pero, especialmente, Bruselas y los socios europeos pusieron el grito en el cielo y llamaron a Papandreu a Cannes, donde se celebraba una reunión del G-20, en uno de cuyos descansos la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, leyeron la cartilla al primer ministro griego:
“Si haces un referéndum solo puede ser sobre la permanencia en el euro”, fue su mensaje.
Entre tanto, en Atenas se cocía el golpe palaciego. Varios diputados de la cuerda de Venizelos —que, casualmente, había sido ingresado en un hospital por problemas de salud, evitando así acudir a Cannes— anunciaron que abandonaban el grupo parlamentario socialista, con lo que el Gobierno perdía su mayoría absoluta en el Parlamento. La moción de confianza convocada para el 5 de noviembre corría así el peligro de provocar la caída del Gobierno.
Solo después de que Papandreu anunciase la retirada del referéndum y su dimisión, los diputados tránsfugas regresaron al redil del PASOK. Una vez fuera Papandreu, los socialistas —ya liderados de facto por Venizelos—, los conservadores de Antonis Samarás y los ultraderechistas del partido LAOS forjaron un gobierno de coalición. Al frente estaba el exbanquero Lukas Papadimos, un hombre de total confianza para las instituciones.
El segundo rescate y la quita de deuda
Febrero de 2012
Deuda: 350.000 millones (170% PIB)
Desempleo: 22,2%
El nuevo Gobierno se aprestó a firmar el segundo programa de rescate (130.000 millones de euros), que seguía la misma lógica de austeridad que los anteriores acuerdos. La novedad en este rescate fue la quita acordada con los acreedores (que supuso una reducción de unos 100.000 millones de euros en marzo más otros 20.000 en diciembre), pero esta dejó a los bancos helenos que poseían deuda griega —también a instituciones como universidades y cajas de la seguridad social, que no fueron excluidas de la quita— prácticamente temblando, lo que obligó a dedicar buena parte del segundo rescate a su recapitalización. El resultado fue que el volumen de deuda apenas cambió a medio plazo, pero sí su estructura: si antes los tenedores de deuda eran entidades privadas griegas, francesas y alemanas especialmente, ahora todos los contribuyentes europeos pasaban a ser los acreedores principales.
La noche del 12 de febrero, cuando se aprobaron en el Parlamento heleno las condiciones del segundo paquete, Atenas volvió a arder, después de que una manifestación pacífica de más de 100.000 personas frente al hemiciclo fuera reprimida por la policía. Medio centenar de edificios fueron pasto de las llamas en unas protestas que revelaban cómo el tejido social de Grecia se estaba deshilachando. A la mañana siguiente, junto a la boca de la parada de metro de Panepistimio, apareció esta pintada:
“Muerte a los judíos y los anarquistas”.
La Gran Depresión
Marzo de 2012
Deuda: 287.000 millones (140% PIB)
Desempleo: 22,7%
“Las semanas que ganamos 50 euros son una fiesta, porque podemos poner algo de gasolina en el generador y comprar champú”. El resto de los días, Tania, su marido y sus tres hijos viven en una oscuridad que a duras penas combaten la docena de velas esparcidas por la casa. Pese a que el invierno en Salónica no es precisamente templado, tampoco hay otra calefacción que la ofrecida por el calor de ramas y muebles viejos al arder en la estufa improvisada por esta familia que, hasta bien entrada la crisis, se podía permitir donar alimentos y ropa a su parroquia, la misma de la que ahora depende para vivir. Todo lo que parecía seguro —la ebanistería de su marido, su hogar, el futuro— se ha convertido en incertidumbre:
“Yo ya no espero nada para mí —afirma Tania a sus 43 años—. Lo único que quiero es una vida mejor para mis hijos”.
Una de cada tres tiendas cerradas (según datos de la patronal del pequeño comercio), salarios recortados en un 40%; más de la mitad de los jóvenes en paro; un 30% de griegos bajo el umbral de la pobreza; un alza en los suicidios nunca vista… Son algunos de los indicadores que dan cuenta del pozo en que se ha hundido Grecia en un momento en que el sector privado no levanta el vuelo y el Estado parece retirado de la vida pública: tres millones de griegos carecen de acceso a la sanidad pública gratuita, los desempleados durante más de un año no tienen derecho a subsidios y la asistencia social recae, cada vez más, en ONG, la Iglesia, instituciones privadas o incluso el partido neonazi Amanecer Dorado, con sus campañas de ayuda “solo para griegos”. En algunas ciudades han surgido iniciativas de intercambio basadas en monedas inventadas y hay quienes ya viven de forma paralela al sistema.
“Por favor, explicadme cómo salir de esta mierda de país. Si llego a saber cómo era no vengo”, dice un viejo argelino que, como otros inmigrantes, y tras perder el empleo, se ha instalado en uno de los vagones abandonados de la vieja estación de trenes de Corinto, buscando así guarecerse de los ataques de la policía y los nazis, cuyas patrullas de “camisetas negras” se han hecho habituales en la Grecia de la crisis. El argelino quiere escapar “hacia Europa”, es decir, hacia el norte, porque Grecia, para ellos, ya no lo es.
Dos elecciones que estremecieron Europa
Mayo de 2012
Deuda: 304.000 millones (157 % PIB)
Desempleo: 24%
Un periodista anglosajón se lleva las manos a la cabeza cuando las pantallas del centro de convenciones Zappion ofrecen los primeros resultados de las elecciones. En las televisiones se dibuja un Parlamento dividido entre siete partidos, el primero de los cuales, Nueva Democracia, apenas llega al 19% de los votos. Los dos grandes partidos (ND y PASOK), que hasta entonces aunaban el 80 % de los votos, pierden más de la mitad del apoyo. La Coalición de la Izquierda Radical (Syriza) se coloca como segunda fuerza, con el 17 %, y entran los neonazis con un 7% del sufragio.
La formación de un gobierno se convirtió en imposible y se convocaron nuevas elecciones. Ganó nuevamente la ND de Samarás pero sin mayoría absoluta, lo que le obligó a pactar un gobierno de coalición con el PASOK y el partido centroizquierdista Dimar. Syriza, reforzada, se convertía en la principal oposición.
Promesas incumplidas
2013–2014
Deuda 317.000 (177% PIB)
Desempleo: 27%
Una de las primeras promesas arrancadas por Samarás a la troika fue “aliviar la carga de la deuda”, un eufemismo para indicar que los socios europeos aceptarían algún tipo de quita o reestructuración de la deuda una vez Grecia lograse cuadrar unas cuentas con superávit primario. Además, el nuevo primer ministro prometió a los electores rebajar las medidas de austeridad apoyándose en que incluso el FMI había reconocido “errores” en los cálculos de los programas de ajuste, en concreto sobre los efectos económicos de la austeridad.
En 2013, el país logró su primer superávit primario pero desde la UE y especialmente desde Alemania se insistió en la necesidad de más recortes y reformas. Presionado por Bruselas para profundizar en la austeridad y por la calle y la oposición en sentido contrario, Samarás hizo un uso cada vez más autoritario de su poder ejecutivo. En apenas ocho meses, el Gobierno liderado por los conservadores emitió tres decretos de “movilización forzosa” —contra maestros, empleados de la compañía eléctrica y marineros— con el objeto de prohibir sus huelgas. La represión de las manifestaciones se convirtió, si cabe, en más violenta y las detenciones en más frecuentes. En junio de 2013, en lugar de examinar adecuadamente las plazas redundantes en la Administración, Samarás decidió acabar de un plumazo con la policía local y con la radiotelevisión pública ERT a fin de cumplir con el cupo de empleados públicos despedidos que exigía la troika.
En la primera ocasión que se le presentó para bloquear el Parlamento, durante la elección del Presidente de la República (para la que era necesario el voto a favor de al menos 180 diputados), Syriza no lo dudó ni un instante. Desprestigiados como estaban, ND y el único socio de coalición que le había quedado, el Pasok, fueron incapaces de conseguir los votos exigidos, obligando al país a volver a las urnas por cuarta vez en menos de seis años.
La mística del ‘no’
Enero de 2015
Deuda: 315.000 millones (176% PIB)
Desempleo: 25,7%
Zoi intenta contener las lágrimas que se le agolpan en los ojos y sus pupilas brillan iluminadas por la luz blanca de los focos, pero lucha con una sonrisa inmensa para evitar que se desparramen sobre sus mejillas gastadas por cincuenta y nueve inviernos. El partido izquierdista Syriza, de Alexis Tsipras, acaba de ganar las elecciones.
Pese a la alegría incontenible de algunos en Atenas, predominaban las caras serias junto a la destartalada sede de Syriza, conscientes de la gravedad e importancia del momento. “Esto no va de cumplir los sueños de algunos izquierdistas, sino de solucionar los problemas reales, dramáticos, que hay actualmente en Grecia”, sostiene Ajileas Stavru, un joven militante del partido.
Un lustro de empobrecimiento generalizado en Grecia desembocó en la victoria de Syriza, que acudía a las elecciones de enero con un programa de “salvación social” y la promesa de poner fin a la espiral de austeridad y depresión. Pero no solo se puede explicar su triunfo electoral de esta forma.
Grecia es probablemente el único país que tiene una festividad dedicada alno. El día del no se celebra cada 28 de octubre y conmemora la negativa del dictador heleno Ioannis Metaxas a cumplir el ultimátum dado en 1940 por su entonces socio, el también dictador fascista Benito Mussolini, quien exigía que tropas italianas tomasen posiciones estratégicas en Grecia para contribuir a la guerra contra los aliados. Metaxas desechó esa opción, lo que a la postre significó la invasión de Grecia por nazis alemanes y fascistas italianos, pero el no quedó ahí, como un monumento al orgullo heleno y a la soberanía nacional.
Los helenos son un pueblo de larga tradición nacionalista y de ahí que más del 60% de la población, según las encuestas, aprobara que el nuevo Gobierno de Alexis Tsipras se plantase ante Bruselas y Berlín después de años de sumisión a sus políticas.
De acuerdo con la empresa demoscópica Marc, en febrero la mayoría de los griegos se daban por satisfechos con un pacto “honroso” con los acreedores: ni siquiera hacía falta que se cumpliesen todas las exigencias de Syriza. “Lo que necesitamos es que nos dejen un poco de tiempo para respirar, que dejen de asfixiarnos”, explica Yorgos mientras conduce su taxi por las desvencijadas calles del Pireo: “No se nos puede seguir menospreciando, este país tiene una larguísima historia”.
Un paso hacia el abismo
Junio de 2015
Deuda: 320.000 millones (180% PIB)
Desempleo: 25,6%
De la misma manera que los griegos celebran el no, la troika está poco acostumbrada a recibir la negativa por respuesta. Todos los países “rescatados” fueron doblegados de una manera u otra y terminaron por firmar los programas de ajuste. Incluso la díscola Chipre, pese a haber rechazado su Parlamento la propuesta de la troika, terminó aceptándolo en 2013, una vez el Banco Central Europeo canceló las inyecciones de fondos, lo cual obligó a la isla a establecer un corralito. De ahí que la llegada a esos exclusivos centros de poder del nuevo negociador griego, el ministro de Finanzas Yannis Varufakis, con su aspecto de intelectual playboy, sus camisas sin corbata, su alta autoestima y sus heterodoxas teorías económicas, provocase un terremoto mediático a su alrededor.
Si bien resulta difícil saber qué ha ocurrido en la mesa de negociaciones durante los últimos cinco meses, pues cada parte acusa a la otra de “inflexible”, la esencia del desacuerdo radica en que ni la UE ni el FMI están dispuestos a admitir desviaciones en el espíritu del programa de ajuste: inciden en la necesidad de recortar pensiones y salarios públicos y elevar el IVA (por ejemplo del 13 al 23% en la restauración, pese a que al Gobierno de Samarás le permitieron reducirlo). Y en que el Gobierno griego, si bien acepta parte de los objetivos de déficit impuestos, insiste en alcanzarlos a través de sus propios métodos —por ejemplo, subiendo los impuestos de los más ricos o luchando contra la corrupción y los oligarcas— pues, sostiene, eso forma parte del mandato popular que ha recibido.
Atenas ha sido un quebradero de cabeza para la UE, que ha dedicado cientos de miles de millones a sucesivos rescates y un ingente esfuerzo diplomático a resolver la situación. La trayectoria negociadora del Gobierno de Syriza ha sido errática, atado por sus promesas electorales y presionado por el ala más izquierdista del partido. La parte europea está presionada por otros gobiernos rescatados –que quedarían en ridículo si Grecia obtiene concesiones—, por los estados del norte, que exigen más sacrificios, y por un FMI capaz de perdonar sus deudas a Ucrania pero no a Grecia.
En este complejo escenario, las negociaciones se rompieron a finales de junio. Los griegos aseguran que se les puso delante una propuesta inaceptable que debía ser aprobada en espacio de 48 horas. La parte europea niega que hubiese un ultimátum. Entonces Tsipras decidió hacer lo mismo que acabó con Papandreu: consultar a su pueblo. El resto está en el telediario.