Giovanny Berroterán toca el piano. Tuvo una banda. Se llamaba “Giovanny Show” y, en sus buenos tiempos, llegó a tener doce integrantes. Lo que la hacía verdaderamente especial era que sus seis hijos formaban parte de ella: Jessica Natalia, Mildre Villalobos (hija de su exmujer con otro hombre, pero criada por él), Giovanny Xavier, Gianni Daniela, Daniela Alejandra y Giovanny Moisés proceden de cuatro matrimonios distintos y todos han heredado el gusto por la música de su padre. “Hacíamos de todo: cumbia, salsa, reguetón, melódico”, recuerda Berroterán en su domicilio, ubicado en un área residencial junto al barrio La Vega, en el oeste de Caracas.
Eran los buenos tiempos para la familia Berroterán.
Giovanny, de sesenta años, ya no toca con sus hijos. Todos ellos han emigrado. La situación económica les empujó a marcharse, dice. Solo uno permanece en Caracas y está contando los días para hacer las maletas. Ya tiene el billete a Madrid comprado. De ahí irá a Marrakech (Marruecos), donde reside Gianni Daniela, otra de sus hermanas. El grupo sigue porque el pianista sigue, porque le gusta la música y necesita más ingresos ante la escasez que golpea el país, pero ya no es un negocio del clan. Ahora solo tocan tres: Giovanny y dos cantantes, Eily Gutiérrez, de 25 años y con estudios de contable, y Heileing Castillo, de 28 y fisioterapeuta. Ellas dicen que también quieren abandonar Venezuela. Él bromea con la idea de que se vende “al mejor postor” para que sus hijos “no discutan”.
El pianista es un tipo extrovertido, más por carácter que por oficio. Lo llaman “el viejo” y siempre tiene una broma soez en la recámara, de esas que harían sonrojar a un marinero ruso. Comenzó en la música por su padre, Teodoro, a quien todos llamaban Teodosio. Las partituras son una especie de legado en esta casa y Venezuela es un país al que le gusta rumbear.
“Es algo que siempre había querido hacer con mis hijos para que, cuando llegue a viejito, les quedara a ellos también”, dice Giovanny sobre la banda. ¿Qué piensa ahora que casi todos han emigrado?
“Cuando era pequeño, yo decía que iba a tener bastantes hijos, para que cuando estuviese viejito me cuidaran y estuviesen conmigo”. Se detiene. Se quiebra. Se le humedecen los ojos. Se le saltan las lágrimas. “Disculpa”. Se seca. Sigue con su reflexión. “La idea de los que se fueron era: ‘Nosotros volvemos, papá, y seguimos’. Veo que no hay vuelta atrás. Y, sí, me pega bastante. El golpe fuerte es cuando se vaya Giovanny, el menor. Es con el que he tenido más contacto, más apego, ya de mayor. Me haces esa pregunta dentro de quince días y creo que me quedo mudo”, afirma.
El voto de Giovanny
Nicolás Maduro ganó las elecciones presidenciales del 20 de mayo y celebró su reelección en el palacio de Miraflores, ante cientos de partidarios. Según los datos ofrecidos por el Consejo Nacional Electoral (CNE), el actual presidente obtuvo 5.869.123 votos. Por detrás, Henri Falcón, antiguo gobernador chavista que pasó a la oposición y luego rompió con esta por presentarse a elecciones, 1.832.603, y Javier Bertucci, pastor evangélico que apareció en los “Panama Papers”, 933.561.
La participación se desplomó hasta el 46%, la cifra más baja desde el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez en 1958. Por poner en contexto: en 2013, cuando Maduro se impuso a Henrique Capriles, entonces líder de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), votó casi el 80% de los venezolanos.
A pesar de las circunstancias adversas, Giovanny padre es una de las personas que acudió a depositar su papeleta. Lo hizo en el Liceo Ramón Díaz Sánchez, en Caricuao, un barrio popular en el oeste, donde pasó buena parte de su juventud. Nunca cambió su residencia en el registro para encontrarse en ocasiones como esta con sus amigos de siempre y con su madre, que residía allí. Ella murió hace una semana. “La cremamos el lunes”, dice mientras conduce su moto atravesando una de las autopistas que cruzan Caracas de este a oeste.
No quiere Giovanny especificar sus preferencias electorales. “¿Tengo que decirlo en público?”. Tras algún rodeo, termina defendiendo los programas sociales iniciados por Hugo Chávez en 1999. La llegada al poder de este exmilitar que trató de acceder a la presidencia a través de un golpe de Estado en 1992 y que se hizo con los mandos del país por la vía de las urnas en 1998 supuso un terremoto para América Latina. Partidarios y detractores coinciden en una cosa: Chávez ha ejercido una influencia indudable para la región. Sus políticas de protección social, que llegaron a ser conocidas como “socialismo del siglo XXI”, se extendieron a países como Bolivia o Ecuador, mientras se enquistó el enfrentamiento con Estados Unidos.
“El problema es la gente que se le pegó, que fueron oportunistas y dañaron buenas ideas”, opina Giovanny, quien recuerda que parte de su familia apoyó al chavismo durante sus primeros ocho años. Sin decirlo abiertamente, parece que él es el único que va a votar por Maduro, pero no se ahorra críticas. “En los barrios, las misiones [programas sociales] se las dan a quienes están cerca de la comuna [institución de gobierno de base]. Si no van a las marchas, se las quitan. Eso no debería ser así”, reflexiona. “También hay gente que se ha hecho rica. Personas a las que yo conozco, que vienen de barrio y ahora viven en zonas exclusivas y casi no te saludan”, se queja.
A pesar de todo, votó el día en que más venezolanos decidieron quedarse en casa.
El hijo no comparte la opinión de su padre. Desde el principio tenía claro que no iba a acudir al colegio electoral. Se pasó el domingo en casa, ensayando. “Siempre he sido provoto y siempre he votado contra el Gobierno, aunque desde hace un tiempo me planteo si sirve para algo”. Dice que participó en las protestas de 2014 y también en las de 2017. En las primeras, al menos 43 personas murieron. En las segundas, el número de fallecidos se disparó hasta superar el centenar. “Yo no tengo coraje para tirar una piedra”, afirma, “pero animaba a los que lo hacían”. Con un billete de avión en el bolsillo, piensa más en qué va a encontrarse en Marrakech, su destino final, que en las vicisitudes de la política venezolana.
El éxodo familiar
Con la marcha de Giovanny Moisés se cerrará el círculo del éxodo de la familia Berroterán.
Jessica Natalia, de 35 años, es enfermera y trabaja en Colombia.
Mildre, de 32 años, es cantante y trabaja en Colombia.
Giovanni Xavier, de 33 años, es chef y toca en una banda en Ecuador.
Gianni Daniela, de 28 años, trabaja en un hotel en Marrakech, Marruecos.
Daniela Alejandra, de 27 años, es la que más tiempo lleva fuera. Trabaja como enfermera en un hospital en Estados Unidos. Llegó al país con 19 años gracias a una beca: no huyó de la crisis.
Giovanny Moisés es el único que queda en Venezuela. Tiene 25 años, lleva tres trabajando como músico y se marcha a mediados de junio a Marrakech.
En Venezuela no hay datos oficiales sobre migración, pero en los últimos años, a causa de la grave situación económica, se ha disparado. Cada día hay personas que hacen las maletas. Las remesas se han convertido en un elemento clave para la supervivencia de muchas familias.
Todo son datos interesados y estimaciones. Las cifras que se ofrecen sobre el número de personas que se han marchado oscilan entre 1,5 y 4 millones, aunque es posible que se haya inflado el número. Estadísticas muy elevadas para un país que, tradicionalmente, fue de acogida.
En realidad, la familia Berroterán puede sentirse privilegiada. Todos marcharon con un trabajo arreglado desde el origen. Hay muchos venezolanos que, con 200 dólares en el bolsillo y algunas pertenencias, se plantan en la estación y se lanzan a ver qué encuentran en Colombia, Chile o Perú.
“Me marcho porque me he dado cuenta de que no puedo pasar a otra fase en mi vida. Tengo tres años trabajando como músico, no puedo plantearme una casa o vivir alquilado, me frustra no poder ayudar a mis papás y devolverles lo que me han dado”, asegura Giovanny Moisés en el estudio de casa de su padre, junto a la batería con la que suele ensayar.
Se ha dedicado a la música desde muy joven. Estudió en una escuela llamada Taller de jazz de Caracas. Su director, que ahora se encuentra en España, era Óscar Fanega. El centro cerró y el joven quedó a falta de un año. Trabajo no le ha faltado, pero para él no es suficiente. “Aquí puedo seguir siendo músico, tengo conocidos que me pueden dar trabajo, pero no me siento satisfecho con el esfuerzo que hago en relación con la ganancia”, asegura.
Tuvo otra banda con su hermano. Eran seis personas, pero su hermano emigró. El saxofonista emigró. Él va a emigrar.
“La segunda razón que me llevó a marcharme es la inseguridad y la delincuencia”, dice. “En Caracas hay que evitar zonas, situaciones, lugares en los que sabemos que han ocurrido cosas”.
Hace cuatro años, cuando conducía el coche de su madre, un tipo en una moto lo apuntó con un arma. Giovanny Moisés pisó el acelerador y escapó. Por suerte, el atacante, que tendría su misma edad, no reaccionó. No siempre ocurre lo mismo. “Seguramente era para quitarme el carro o secuestrarme”, reflexiona. “Tengo amigos que los han secuestrado, que les han robado a punta de pistola. A mi novia la secuestraron en la camioneta, con todos los pasajeros dentro. No permitieron que el conductor parara, les robaron y encima le obligaron al piloto a dejarles en el barrio en el que ellos viven”, dice. Al final, termina riéndose. “Han salido decenas de memes sobre la violencia”, afirma.
En Venezuela no existen datos oficiales sobre el número de homicidios que se perpetran anualmente. Las cifras las aporta el Observatorio Venezolano de la Violencia, de tendencia opositora. Según sus estadísticas, en 2017 fueron asesinadas 26.616 personas, lo que daría como resultado una elevada tasa de 89 muertes violentas por cada 100.000 habitantes. Caracas es considerada una de las ciudades más violentas del mundo. En España este índice no llega a un asesinato por cada 100.000.
Giovanny Moisés no quiere decir la fecha exacta de su partida. “Desde las protestas en la universidad hemos aprendido a medir qué es lo que le decimos al prensa”. El boleto le ha costado mil dólares. Su padre ha vendido material musical, incluso por debajo de su valor real, para tener efectivo y poder ayudarle.
El delirio de la hiperinflación
“Éramos doce músicos. Cobrábamos 7-8.000 bolívares. Pero era dinero, no como ahora. Cada músico cobraba 600 o 700. Y pasaba bien la semana. Vendemos cinco horas con tres shows de 45 minutos y descansos, cuando suena el display”, dice el pianista. En aquella época el cambio estaba a 2.150 bolívares por dólar en el mercado paralelo, pero los precios eran muchísimo más bajos.
La entrada de sus hijos en la banda se dio de forma natural. Primero lo acompañaban a los conciertos. Luego quisieron ayudarle. Y al final, terminaron todos sobre el escenario. “A las dos mayores las maquillé bonitas, les enseñé unas canciones y las puse a trabajar”.
El dinero con el que Giovanny pagaba a varios músicos ahora mismo no sirve ni para comprar un caramelo.
La razón es la grave crisis económica que padece Venezuela, que ha pasado por diversas fases. La actual viene marcada por la hiperinflación, que implica un incremento desorbitado de los precios.
El Banco Central de Venezuela no ofrece datos oficiales desde 2015, pero la Asamblea Nacional asegura que los precios se incrementaron un 4.000% en un año. Esta institución tiene mayoría opositora desde las elecciones celebradas hace tres años. Una disputa con el Tribunal Supremo, chavista, la dejó sin poder efectivo y su capacidad de maniobra terminó enterrada con la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, en julio de 2017.
Resulta muy complicado explicar qué ocurre con la economía venezolana. En otros tiempos hubo problemas de escasez: no había bienes básicos como papel higiénico. Ahora los mercados están surtidos, pero a un precio que nadie puede pagar.
El salario mínimo está en un millón de bolívares, al que se suma otro millón y medio en un bono para comida. Un kilo de arroz cuesta 700.000 bolívares. Un pollo, al menos dos millones. Una botella de aceite de oliva, ocho millones. Es decir, se necesitan tres salarios mínimos para comprar aceite.
El origen de este desfase económico está, entre otras cosas, en el cambio del dólar. Por un lado, está el tipo oficial, denominado Dicom, y que paga un dólar a 70.000 bolívares. Nadie lo utiliza, salvo las empresas que compran moneda norteamericana al Gobierno a un precio reducido para las importaciones. En la calle funciona el denominado “dólar paralelo”. Tradicionalmente, este se ha guiado por lo que decía una página web llamada DolarToday. Actualmente por un dólar se pagan 850.000 bolívares, pero la semana que viene esta cantidad podría ser aún mayor. Han surgido webs imitadoras y cada una pone un precio más alto que el anterior.
La desorbitada inflación ha provocado la práctica desaparición del dinero en efectivo. Hace unos meses era habitual ver a venezolanos con grandes fajos de billetes para pagar bienes cotidianos. Ahora, directamente, casi no hay papel moneda. Hay gente que lleva meses sin utilizarlo. Esto lleva a situaciones surrealistas, como que un billete de 100 bolívares se pague a 200. Es decir, tú entregas la moneda y te ingresan el doble en tu cuenta, porque comprar billetes se ha convertido en un negocio en sí. O que haya productos en los mercados populares que tengan diferente precio dependiendo de si se compra en efectivo o pagando “en el punto”, que es como se conoce al lugar para abonar con tarjeta. Hoy en día prácticamente todo funciona con tarjeta de débito o transferencia.
Los pequeños gastos de cada día son en buena parte imposibles en Venezuela, porque prácticamente no se dispone de efectivo para el intercambio.
Giovanny padre también padece los rigores de la crisis. Durante veinte años trabajó como profesor de música en una escuela pública. Actualmente está jubilado. Cobra la pensión mínima: unos dos millones y medio de bolívares, que apenas alcanza para vivir. Sale adelante con lo que gana en los shows, que cada vez son menos, y con los 100 dólares mensuales que le manda su hija desde Marrakech. Al cambio actual (recordemos, puede variar en días), con esa cantidad se pueden obtener algo menos de 90 millones de bolívares. “Con eso uno antes era millonario. Podía comprarse una casa, un carro y hasta dos. Ahora solo llega para comida. Un par de zapatos cuesta 40 millones”.
Hace dos años, el Gobierno de Nicolás Maduro puso en marcha los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP). Entre sus labores está el reparto de una bolsa con productos básicos (aceite, harina, grano, pasta arroz) que llega cada tres semanas a la mayoría de la población. También ha introducido bonos especiales con los que trata de paliar la escasez de dinero población, que está con el agua el cuello.
El chavismo culpa de las penurias a lo que denomina “guerra económica”, una mezcla entre las sanciones de Estados Unidos (que existen) y actividades de acaparamiento y especulación (que también existen). La oposición considera que el modelo bolivariano no funciona. “Vivimos según lo que dicta un libro del siglo XIX, el libro de Karl Marx”, dice Ivlev Silva, diputado en la asamblea elegida en 2015.
Venezuela tiene las mayores reservas probadas de petróleo del mundo. Esto le ha convertido en una economía muy dependiente. Importa casi todos sus bienes de consumo y está a merced de los precios del crudo. Con Chávez en el gobierno, el barril llegó a pagarse a 140 dólares. En los primeros años de Maduro en el poder, se desplomó hasta bajar de los 40.
Un sueño en Ecuador
Sábado 19 de mayo. Giovanny padre toca en una fiesta privada en el club Cocodrilos, en el oeste de la capital. No es una zona exclusiva, pero se trata de un evento privado al fin y al cabo. El anfitrión, dueño de una cadena de ferreterías en Caracas, celebra el segundo cumpleaños de su hija. En cualquier otro contexto, una fiesta de estas características, con catering y banda de música, no bajaría de los 5.000 dólares. Esta ha costado 500. Si tienes dólares puedes vivir muy bien en Venezuela.
“Echo muchísimo de menos la banda. Es divertido trabajar con la familia, había mucha confianza entre nosotros”, dice el hijo. “La música se basa en confianza entre los músicos y tocar con la familia te relaja”, afirma. Pero no hay vuelta atrás, él también se va y está nervioso. Dice que le gusta aprender de otras culturas, por lo que le excita la idea de llegar a un país completamente desconocido como Marruecos.
Giovanny padre, por el contrario, jamás ha viajado fuera de Venezuela. “Nunca he salido. Me da pavor. No sé qué va a pasar”. Relata que su hijo menor es el que le había mantenido atado a Caracas. Era joven y no percibía la crisis.
Los últimos dos años han sido los más duros. Ahora que su último hijo se marcha, él también se plantea hacer las maletas. “Me dicen que me vaya, que esto es insostenible. Dejaré algunos equipos aquí y otros los venderé. La casa la voy a mantener, por lo que venga, ya que la tengo en propiedad”.
La victoria de Nicolás Maduro, la opción de Giovanny, abre un futuro incierto. La baja participación refuerza la estrategia de la oposición tradicional, anteriormente agrupada en la MUD, que apuesta por no reconocer las elecciones y por buscar el apoyo de la comunidad internacional. Estados Unidos y algunos países latinoamericanos ya han anunciado que no reconocen los resultados.
Giovanny padre no quiere hablar de política, pero tiene un sueño. Uno de sus hijos, el que vive en Ecuador, piensa en la posibilidad de abrir un restaurante con espectáculo. “Él, que es chef, se encargaría de la comida, el resto podríamos ser meseros y en la noche hacer el show”. Le cambia el rostro. Se le ilumina. Su aspiración es “volver a la Venezuela que era antes, que mis hijos regresen, poder cuidar a mis nietos”. No habla del chavismo o de la oposición: habla de vivir en su país con dignidad.
Nota: Este reportaje tenía prevista una imagen que no se ha incluido, la de Giovanny Berroterán votando. El domingo, sobre las 13:00 horas, un grupo de miembros de la Guardia Nacional Bolivariana lo impidieron. Aseguraron tener órdenes de no permitir que se tomase ninguna imagen de alguien depositando su papeleta.