A primera hora del miércoles 20 de enero, el día de la investidura de Joe Biden, parecía que una bomba nuclear hubiera caído sobre Washington. Las calles desiertas no registraban tráfico y en las aceras no se atisbaba ningún signo de vida. El silencio ensordecedor solo quedaba ocasionalmente roto por el sobrevuelo de helicópteros y las eventuales sirenas de las patrullas.
La inquietud, casi se podría decir miedo, marcaba cada minuto de la insólita jornada de la toma de posesión de Biden, el presidente más votado de la historia de Estados Unidos. El segundo hombre más votado había sido su némesis, Donald Trump, el instigador del supremacismo blanco que logró dividir al país en dos bandos antagónicos, sin espacio común sobre el que dialogar. La seguridad masiva que rodeaba los accesos al Capitolio —una amalgama de uniformados de la Policía, el FBI, guardias de fronteras,…
Contenido solo para socios/as
Otra forma de ver el mundo es posible. Si te haces ahora socio/a, tendrás acceso ilimitado a la web, y recibirás cada año nuestra revista en papel con más de 250 páginas y un libro de la colección Voces.
Suscríbete ahora