Kazajistán ha vivido su particular semana trágica. Cinco días de protestas, caos y violencia que dejan decenas de muertos, miles de detenidos y muchas incógnitas. Lo que empezó como una ola de manifestaciones pacíficas alimentada por el descontento popular ante el aumento del precio de los combustibles degeneró en graves incidentes armados en las calles de la antigua capital, Almatí, aún hoy la ciudad más poblada del país y orgullosamente abierta, amable y cosmopolita. Según el presidente kazajo, Kasim-Yomart Tokáyev, los responsables de esta violencia fueron miles de “terroristas” locales y foráneos entrenados en el exterior y cuyo único fin era hacerse con el control del país.