En octubre de 2021, la periodista filipina Maria Ressa participaba en un seminario online sobre periodismo independiente cuando recibió una llamada inesperada: era del Comité Noruego del Nobel para comunicarle que le habían concedido el Nobel de la Paz. Quienes estaban siguiendo el seminario por Zoom pudieron ver en directo la cara de sorpresa de la periodista al escuchar la voz al otro lado del teléfono. Poco después, aún conmocionada por la noticia, dijo a los espectadores: “Creo que es un reconocimiento de lo duro que es ser hoy periodista”.
A Maria Ressa ser periodista le ha costado diez órdenes de arresto en menos de dos años y una larga lista de causas judiciales en su país, de las que tres siguen abiertas. También ha sufrido oleadas de ataques online en forma de amenazas, acoso, insultos. Empezaron en 2016, cuando ella y el medio digital que fundó en 2012, Rappler, pidieron el fin de la impunidad en dos frentes: el de la brutal guerra contra las drogas del entonces presidente filipino, Rodrigo Duterte, y el de Facebook, la plataforma de Mark Zuckerberg. Pese a los ataques, la periodista se mantuvo siempre firme en su batalla por la verdad, la libertad de prensa y contra la manipulación en las redes sociales. En el centro de sus críticas están los gigantes tecnológicos que controlan las redes y que, movidos por la búsqueda de valor para sus accionistas, permiten la difusión intencionada de mentiras y odio online y crean un entorno en el que apenas hay espacio para los hechos, para el periodismo.
Nacida en Manila, Ressa creció en Estados Unidos y estudió en la Universidad de Princeton antes de trabajar como periodista en Asia durante más de 35 años. Dirigió las oficinas de CNN en Manila y Yakarta, y lideró ABS-CBN, el mayor medio de Filipinas, antes de fundar Rappler. Además del Nobel, ha recibido reconocimientos como el World Press Freedom Prize de la Unesco y fue nombrada Persona del Año por la revista Time en 2018.
Hablamos con la periodista filipina un martes de finales de febrero en Madrid con motivo de la publicación de su libro Cómo luchar contra un dictador, en el que analiza las técnicas de desinformación del gobierno de Duterte y el uso de las tecnologías para difundir mentiras. Nos encontramos en un hotel del centro de la capital. En las últimas 48 horas ha dado una decena de entrevistas y esta es la última de su agenda en España. Le pregunto si no está agotada tras el maratón de conversaciones y me dice, sonriente, que no me preocupe. Si está cansada, no lo parece: durante casi una hora y media la Nobel de la Paz hablará con elocuencia sobre el ecosistema de la información, las redes sociales, la manipulación, el acoso online y la batalla por los hechos frente a la mentira.
En Cómo luchar contra un dictador recuerda el momento en que le anunciaron que había ganado el Nobel de la Paz 2021 junto al periodista ruso Dmitri Muratov: dice que fue una victoria, pero también advirtió a su equipo de Rappler de que el premio podría empeorar la situación. ¿Ha sido así? ¿Qué supuso el Nobel para Rappler y para usted?
Fue la constatación de que hacíamos lo correcto. Lo sentí como una confirmación de que el mundo no está del revés. Entre los periodistas de Rappler hubo una sensación de alivio, de sentirse reivindicados; creo que fue un reconocimiento a lo mucho que hemos tenido que sacrificar para hacer nuestro trabajo. En la última década han sido encarcelados o asesinados más periodistas que nunca, y cada año es peor. La muerte de la democracia por mil cortes es también la muerte del periodismo por mil cortes [Ressa utiliza con frecuencia la expresión “a thousand cuts” para hablar de las heridas que desangran la democracia filipina; también es el título del documental en el que cuenta su lucha por la libertad de prensa y contra la desinformación]. Y nosotros lo sorteamos, hacemos como si no sucediera. Creo que el Nobel me hizo mirar al mundo de una manera diferente y tener un poco más de esperanza.
Dedica el libro “a los periodistas y ciudadanos que se mantienen firmes”. ¿Qué quiere decir?
Mantenerse firme no es estar a favor o en contra de nadie: es defender los derechos y libertades garantizados en la Constitución de Filipinas. La Administración de Duterte nos embestía como un bulldozer para obligarnos a romper filas. Unirnos, enlazar nuestros brazos y mantenernos firmes es la forma de proteger nuestros derechos. No estoy ni en contra ni a favor de Duterte; como periodista no estás a favor o en contra de nadie, estás a favor de unos principios. Esa es la idea detrás del lema hold the line [mantente firme]: proteger los derechos y valores recogidos en la Constitución, algo que estaba en peligro durante los años de gobierno de Duterte. Me han dicho que soy una luchadora. No pretendía serlo: solo quería ser periodista. Pero el mundo cambió y los periodistas, para hacer nuestro trabajo, tuvimos que dar mucho más. Cosas que antes eran impensables son ahora la norma. Los periodistas somos objetivo de operaciones de información [acciones coordinadas para influir en la toma de decisiones], y a eso le ha seguido el uso de las leyes como arma. Nunca pensé que iba a vivir algo así. Antes, si hacías una pregunta dura sobre tu presidente te ganabas respeto. Ahora te ganas una demanda. Es algo ridículo, destinado a evitar que hagamos nuestro trabajo.
¿Y nosotros lo estamos normalizando?
Lo estamos haciendo, en parte por nuestra propia incertidumbre. ¡Los cambios son tan rápidos! Es como estar sobre arenas movedizas. Todavía estamos intentando definir lo que ocurre, ni siquiera tenemos palabras para definir el modelo de negocio de las redes sociales. Nos hemos inventado el término weaponization de las redes sociales [en referencia a la utilización de las redes como arma] porque no teníamos palabras para definirlo. La tecnología ha quitado el sentido a palabras que antes tenían otro significado, como engagement [en redes sociales el término alude a la interacción]. ¿Qué es el engagement? Antes significaba algo. Las redes sociales han permitido esa pérdida de significado. Incluso la palabra democracia… Si China se llama a sí misma una democracia, ¿cuál es la definición de democracia?
¿Tiene que ver con el hecho de que consumimos la información demasiado rápido?
Va más allá de consumirla demasiado rápido. Imagina que bebes agua de una fuente: puedes sentirla y saborearla. Ahora imagina que, en lugar de una fuente, intentas beber de una manguera de bomberos: te arrasa. Es lo que pasa con la explosión de información a la que estamos sometidos. Y las compañías tecnológicas no diferencian entre hechos y ficción. Los periodistas sí que lo hacíamos cuando estábamos a cargo tanto de la creación de contenido como de su difusión, porque teníamos una responsabilidad legal si dejábamos que se difundieran mentiras. Pero cuando las compañías tecnológicas se hicieron con la difusión —y con los beneficios que ésta conlleva—, descubrieron que harían más dinero si no diferenciaban las mentiras de los hechos. Y aquí viene la otra parte: en 2018, un estudio del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) mostró que las mentiras se difunden más rápido y más allá que los hechos. ¿Qué tipo de mundo crea eso? Pone todo patas arriba. Es como si dijeras a tu hijo o hija: “¡Miente! Te daré un premio cada vez que mientas”. El sistema de valores está del revés y crea fallos en cascada.
¿Quiénes son los responsables de esta manipulación? ¿Las personas o gobiernos que la llevan a cabo, o los dueños de las plataformas —Mark Zuckerberg, Elon Musk…— que lo permiten?
Yo culpo en primer lugar a las plataformas. Su objetivo es crear valor para sus accionistas. Es un modelo de negocio basado en capitalizar la vigilancia, es la economía de la atención; utiliza nuestras emociones —diversión, miedo, ira y odio— para mantenernos haciendo scroll. Esto produce daños en el mundo real, y las plataformas nunca han asumido sus responsabilidades. Cuando difundes mentiras, cambias el sistema de valores. Un sistema que se creó para la publicidad y el márketing ha sido explotado por poderes políticos como Rusia o China para cambiar el equilibrio de poder geopolítico. No es una coincidencia que el 60 por ciento del mundo, según el instituto V-DEM, viva bajo gobiernos autocráticos. Si no puedes diferenciar los hechos de la ficción… Desde 2016 repito esto una y otra vez: si no conoces los hechos, no puedes saber la verdad. Sin verdad, no hay confianza. Y sin estas tres cosas (hechos, verdad, confianza) no se puede tener una realidad compartida, ni se puede resolver ningún problema —y no hablemos ya de problemas existenciales como el cambio climático—, ni se puede tener una democracia.
Las nuevas generaciones han crecido con las redes sociales ¿cree que son lo suficientemente críticas con ellas y conscientes de los riesgos que conllevan?
En el libro cuento cómo volví al instituto en el que estudié, en Toms River (Nueva Jersey, EEUU), para dar una charla a unos 600 estudiantes. Cuando empecé a hablar sobre las redes sociales y el impacto que pueden causar, se podía oír caer un alfiler. Instintivamente, sabían que hay algo en las redes que no funciona. Imagina que eres un adolescente y estás dando forma a tu vida para obtener likes de gente que puede convertirse en una turba virtual [chasquea los dedos] así de rápido. Algunos informes internos de Facebook publicados por Frances Haugen mostraron que las usuarias jóvenes de Instagram sufrían más desórdenes alimentarios, mayor incidencia de depresión… Nosotros crecimos construyendo nuestras identidades con nuestras familias y amigos. Hoy los niños y las niñas las construyen online. Da miedo. ¿Cómo encuentran significado? ¿Cómo construyen identidades que no sean performativas?
¿Cuál es la respuesta a esa pregunta? ¿Es una cuestión de educación?
A largo plazo es la educación. A medio plazo es la legislación. La UE tiene el Plan de Acción para la Democracia y aprobó el año pasado la Ley de Servicios Digitales y la Ley de Mercados Digitales. Es la primera que se fija en los algoritmos. La gente tiende a pensar que [el algoritmo] no está manipulado, pero lo está. Hay un gran libro, Armas de destrucción matemática, de Kathy O’Neal, que habla sobre cómo el algoritmo equivocado puede empeorar mucho una situación. Los algoritmos no son transparentes. A corto plazo, debemos dejar de actuar como consumidores de la tecnología de las redes sociales y empezar a actuar de nuevo como ciudadanos: intentar tener un acercamiento como sociedad en el que redefinamos lo que significa el engagement cívico en la era de las mentiras exponenciales.
“Crecimos construyendo nuestras identidades con nuestras familias y amigos. Hoy los niños y las niñas las construyen online”
Dmitri Muratov y yo, junto con una decena de premios nobel, planteamos una propuesta en septiembre del año pasado. Es un plan de acción de diez puntos con tres objetivos. El primero es poner fin al modelo de negocio de la vigilancia con ánimo de lucro. El segundo, detener el “sesgo codificado”: los algoritmos están hechos sobre todo por hombres jóvenes en Silicon Valley que nunca han vivido en ningún otro sitio, y lo que incorporan al algoritmo son sus propios sesgos. El último es reconstruir el periodismo como un antídoto contra la tiranía. Creo que una de las cosas que hemos perdido es el significado preciso de las palabras, debatimos cosas como qué significa propaganda… La misión del periodismo es hacer rendir cuentas a los gobiernos. Debemos estar de acuerdo en el significado de un término para que este tenga significado.
Dice que el periodismo debe ser el antídoto contra la tiranía. Pero en esta industria tan precaria, en la que los medios independientes tenemos muchas dificultades financieras, ¿cuál es la vía para protegerlos y hacerlos más fuertes?
Este es un momento de destrucción creativa [un término para describir el proceso por el que las empresas que no son capaces de innovar tienden a desaparecer, y las innovadoras cambian el modelo de negocio de una industria]. Lo escribo en el libro: vivimos sobre los escombros de un mundo que ya no existe. Ese viejo mundo dio un poder tremendo a los periodistas: creo que yo fui parte del último grupo de corresponsales extranjeros. Éramos expatriados, viajábamos en equipos de cuatro personas. ¡Ahora viaja una persona! Eso tiene un coste.
Pero lo primero es definir el problema: hay pruebas de que el ecosistema de la información está corrompido, se convierten mentiras en hechos y hechos en mentiras. Eso destruye la confianza, destruye la realidad compartida, y ese es el problema. En Rappler tratamos de afrontarlo en tres ámbitos: tecnología, periodismo y comunidad. Los medios independientes deben sobrevivir, y el modelo de negocio de la publicidad está muerto. Para ayudar al periodismo independiente a sobrevivir hemos creado el Fondo Internacional para los Medios de Interés Público. Soy copresidenta junto con Mark Thompson, exdirector general de la BBC y expresidente de The New York Times. El año pasado recaudamos unos 50 millones de dólares que se entregarán en subvenciones para ayudar a medios independientes [en entornos de ingresos bajos y medios] a salir adelante.
Luego está la tecnología. En Rappler estamos creando una plataforma tecnológica para construir comunidades activas; tenemos que dar voz a las comunidades en un espacio donde no se manipulen sus emociones de forma malintencionada. Es un experimento que no sé si funcionará. Es tecnología en manos de los periodistas, será diferente a la tecnología en manos de ingenieros que solo quieren mantenerte haciendo scroll.
Las redes sociales han sido muy utilizadas por gobernantes como Rodrigo Duterte. A pesar del coste humano, mucha gente apoyaba su guerra contra las drogas; en Manila decían que había hecho la ciudad más segura. ¿Cuál fue el papel de las redes sociales para construir esa percepción?
En 2016, poco después de que Duterte tomara posesión de su cargo, se produjo el primer asesinato [en el marco de la guerra contra las drogas]. Tuvo lugar muy cerca del palacio presidencial. Y vimos un cambio en Facebook: si criticabas los asesinatos y la guerra contra las drogas, te atacaban; eran ataques muy personales. Las personas críticas con los asesinatos fueron atacadas [virtualmente en las redes] hasta lograr que se callaran. Al mismo tiempo, se sembró en las redes esa metanarrativa de que las calles eran más seguras y se usó para justificar los asesinatos. Era como si estuviéramos viendo Un mundo feliz [la novela de Aldous Huxley] y las redes sociales fueran el soma. Yo fui ingenua, porque al principio pensé que eran solamente personas actuando mal. Es lo que las empresas de tecnología quieren que creas, que se trata solo de personas siendo ellas mismas. Esto es falso. Entonces lanzamos una campaña con el hashtag #NoPlaceForHate, que es lo que debería haber hecho Facebook. Pero nos bombardearon, no teníamos gente suficiente para moderar y frenar el odio. Así que empezamos a recopilar datos y nos dimos cuenta de que era astroturfing: hacen que una tendencia parezca espontánea y crean un efecto de arrastre.
Yo dejé de ver los ataques como contenidos y empecé a verlos como datos. Los recopilamos y analizamos: así descubrimos las operaciones de información. Era manipulación, sembrar mentiras para crear un efecto de arrastre, y eso incluía atacar a periodistas. En octubre de 2016, cuando hicimos una serie sobre el uso de Internet como arma, me vapulearon con una media de 90 mensajes de odio por hora. Al principio intentaba responderlos, ¡pero llegaban demasiado rápido! Hasta que me di cuenta de que no era una conversación, sino algo utilizado para machacarme hasta que me callara. Así que recopilamos los datos y luego hicimos un análisis de red. Entonces nos dimos cuenta: eran las redes de Duterte y de Marcos [Ferdinand “Bongbong” Marcos, hijo del fallecido dictador Ferdinand Marcos y actual presidente de Filipinas] trabajando juntas.
El ecosistema en el que esto sucede es muy amplio. ¿Es factible regularlo?
¡Sí! Las empresas tecnológicas siempre te dirán que no, como si tuvieran derecho a seguir creciendo sin control y a ganar mucho dinero a pesar de los daños que están causando. No tienen ese derecho. A mí me llevó más de un año abrir una oficina en Yakarta para CNN: tuve que ir a Indonesia, aprender el idioma, hablar con ministros, encontrar abogados. Las empresas de tecnología nunca han tenido que aprender costumbres locales, idiomas locales, leyes locales. Simplemente lo hicieron [llegar a otros países], sin ningún control ni equilibrio. La manipulación fue la misma en todo el mundo. Lo dije en el discurso de aceptación del Nobel: hay que reformar o revocar la sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones de 1996 [norma en EEUU que protege a las compañías de internet de responsabilidades legales]. Esa sección es lo que les permite salirse con la suya, difundiendo mentiras impunemente; [reformarla] es fundamental, es fácil, es rápido.
Se pueden hacer más cosas relacionadas con la privacidad de datos, con el antimonopolio, con la seguridad del usuario, con la moderación de contenidos. Todo esto se abordaría si las empresas tecnológicas tuvieran que rendir cuentas de lo que difunden. El ecosistema de la información es la base de nuestra realidad. ¡Por eso somos periodistas! Y, sin embargo, no hay leyes para protegernos. En muchos sentidos los autócratas, los futuros dictadores, están trabajando de la mano de empresas tecnológicas, porque sus intereses convergen. A las empresas tecnológicas lo que hacen los autócratas, los autoritarios digitales, les genera más dinero.
Y de alguna manera están contribuyendo a reescribir la historia.
En el libro recojo una cita de La insoportable levedad del ser de Milan Kundera: “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. Marcos [el actual presidente filipino] y sus operaciones de información en 2014 reescribieron nuestra historia delante de nuestros ojos, y pudimos verlo. De hecho, publicamos una serie de tres capítulos sobre cómo las redes de desinformación de Marcos, de la mano con las redes de desinformación de Duterte, ayudaron a cambiar la percepción de la historia.
“Bongbong” Marcos, de hecho, ganó el año pasado las elecciones presidenciales en Filipinas. ¿Cómo logró blanquear la imagen de su familia? [Además de declarar la ley marcial, Ferdinand e Imelda Marcos se enriquecieron con una dictadura conyugal que saqueó las arcas públicas].
Con la ayuda de YouTube y Facebook. También son bastante buenos en TikTok. Los sistemas de modificación de comportamiento de las plataformas cambian nuestra percepción a través de nuestras emociones. Hemos visto que el miedo funciona: cuando hay una gran incertidumbre, como la que hubo durante la época del covid, usas ese miedo. Las personas quieren que alguien los tranquilice, incluso con mentiras. Y hay una especie de nostalgia de líderes con mano dura; lo hemos visto en muchos países.
La batalla por la historia está teniendo lugar frente a nuestros ojos. Nunca había sido tan fácil reescribir la historia, nunca habíamos tenido esta tecnología para hacerlo. Y va a ser peor. La Inteligencia Artificial (IA) está irrumpiendo con OpenAI, que es el creador de GPT-3. El buscador Bing de Microsoft ya lo ha lanzado como un chatbot. Cuando alimentas con mentiras la Inteligencia Artificial y no distingues hechos de ficción… Si las redes sociales ya han hecho esto, ¿qué no hará la IA?
En este contexto, ¿es usted optimista sobre el futuro del periodismo?
Tengo que serlo, ¿no? ¿Tú no lo eres? [ríe] Tenemos que luchar por eso. Lo que hagamos en este momento determinará el modo en que sobrevivirá el periodismo. En Rappler estamos ahora mismo lidiando con esto [la irrupción de la IA]. En mayo [de 2022] utilizamos GPT-3 para escribir unas 50.000 páginas: alimentamos la IA con datos estructurados y le pedimos que escribiera 50.000 biografías de candidatos a los 18.000 puestos en juego en las elecciones [en las que se decidían puestos municipales, regionales y nacionales]. Queríamos tener una página por cada candidato, de modo que cualquier filipino que fuera a votar pudiera encontrar el candidato que buscara. En el pie de la página pusimos: “Esta página se ha generado con la ayuda de OpenAI GPT-3 y ha sido revisada por Rappler Research“. Hay que revisarlo, pero es alucinante. Pero si los datos que introduces son malos, el resultado es malo. Ahora mismo, como las empresas de redes sociales no diferencian entre realidad y ficción, [el ecosistema de la información] está contaminado.
Mucha gente ve Rappler como un medio de referencia. ¿Cuál es la situación en Filipinas, cuál es el estado de salud del periodismo en su país?
Nosotros fuimos el tercer medio atacado por Duterte. El primero fue el periódico más grande de Filipinas [Inquirer.net]. En dos semanas, la familia propietaria anunció que lo iba a vender. Al final no lo hicieron, pero aquello intimidó al mundo del periodismo. El segundo fue ABS-CBN, el grupo de noticias que yo lideré [entre 2004 y 2010] . Perdieron su licencia el 5 de mayo de 2020. Y luego fuimos nosotros. Creo que la razón por la que pudimos contraatacar fue que no somos ricos, no tenemos otros negocios y por eso no tenían muchas formas de presionarnos. Primero intentaron usar como arma las redes sociales, luego la ley. Pero seguimos adelante. ¿Cómo será el futuro? Espero que no sea lo que sucedió en Rusia, donde controlaron los medios y luego contaminaron instituciones; crearon think tanks que no tienen integridad. Esto ya está sucediendo en Filipinas.
Por otro lado, el miedo se ha disipado. Esa es una gran diferencia de lo que ocurría con el Gobierno de Duterte. En enero me absolvieron de cuatro cargos penales de evasión de impuestos que hubieran supuesto una sentencia de 34 años de cárcel. Fue la primera vez que ganamos un caso desde 2016. ¡Es una locura! Los cargos eran ridículos. Así que sigo teniendo esperanza.
Durante su carrera ha atravesado muchas crisis…
Lo digo en el libro: no sabes quién eres hasta que te obligan a luchar por ello. No sabes si vives realmente conforme a tus valores hasta que te ponen a prueba. Siento que Rappler ha salido más fuerte de todo esto.
¿Cuál fue el momento más difícil que recuerda?
Los primeros momentos de miedo cuando ocurría algo como ser arrestada [ríe]. ¿Por qué me arrestaron? Sentí incredulidad, y luego una gran tristeza por el hecho de que un Gobierno pudiera retorcer así la ley. Aquella noche me recluyeron en la sede de la Oficina Nacional de Investigación (NBI), se aseguraron de que sintiera el poder de la ley. Soy una figura relativamente pública, pero ¿qué les importa? También encarcelaron a la entonces senadora Leila de Lima [que lleva seis años en prisión por cargos que, según organizaciones como Amnistía Internacional, tienen una motivación política]. Si esto nos puede ocurrir a nosotras, ¿qué pasa con las personas con menos recursos?
¿Es más difícil por el hecho de ser mujer? ¿Corren las mujeres un riesgo mayor en el entorno online?
Sí, absolutamente. Los ataques de género, los ataques sexualizados, el abuso que nos vemos obligadas a soportar… Esto nunca había sucedido antes. Es como retroceder décadas. Hemos perdido protección, hemos perdido derechos. ¿Quién es responsable de esto? Hay un estudio de 300 páginas realizado por el Centro Internacional para Periodistas y la Unesco que habla sobre la violencia online con mujeres periodistas de todo el mundo. Se acaba de publicar uno sobre Ghada Oueiss, una periodista árabe que descubrió que el príncipe heredero de Arabia Saudí estaba detrás de los ataques de trolls contra ella, ataques sexualizados. Está también Rana Ayyub en la India, está Carole Cadwalladr en el Reino Unido…
Y hay otra parte que me enfada aún más. Hay un grupo de mujeres jóvenes periodistas que está investigando el acoso online. Como táctica, los agresores se dirigen a los medios en los que ellas trabajan; y como resultado, estos medios están despidiendo a las mujeres.
Las mujeres lo tienen peor, eso seguro. Eso no significa que los hombres no sean atacados, pero ciertamente no sufren el mismo tipo de ataques.
Su libro Cómo luchar contra un dictador lleva como subtítulo: “¿Qué estás dispuesto a sacrificar por tu futuro?”. Le devuelvo la pregunta: ¿Qué ha sacrificado para construir un futuro mejor?
Mi libertad. Mi tranquilidad. Mi familia. No es que me haya parado a pensar en ello en cada paso del camino. Mi pregunta a los lectores es: ¿Qué estás dispuesto a sacrificar por la verdad? ¿Qué estás dispuesto a sacrificar por los hechos? Porque, al final, la Tercera Guerra Mundial no es una guerra convencional entre una Rusia que ataca a Ucrania. La Tercera Guerra Mundial es una batalla individual, la llevamos con nosotros. Es una batalla por nuestros valores, por principios, por hechos, por integridad.
En 2016 y 2017 realmente tuve que parar y pensar qué estaba dispuesta a sacrificar, porque fue ahí cuando el miedo era mayor; me pregunté si realmente quería desafiar aquella locura. Y no había otra opción: hice lo único que podía hacer. De otro modo no sería periodista. No sería yo.
En el libro también dice que ve su vida dividida en segmentos de diez años. Dentro de unos meses cumplirá 60 años. ¿Cómo ve la próxima década?
¡No lo sé! Cuando estaba en los 40 me sentía en la cima del mundo, porque a esa edad te has convertido en una experta en lo que haces. Los 50 fueron los años de la reinvención: ahí empezamos Rappler, como un experimento. Los 60… No lo sé. Hay una parte de mí que está absolutamente agotada [ríe]. Son tiempos agotadores. Intentar seguir las mentiras exponenciales significa estar corriendo sin avanzar. Antes solía pensar que [cubrir] las noticias de última hora en CNN suponía ir a un ritmo muy rápido. Luego me di cuenta de que en absoluto, de que puede ser más difícil todavía.
No sé cómo serán los 60. Hay una cita de Ursula K. Le Guin que recojo en el libro. Cambié el género [Le Guin usa originalmente “niño”, “mago” y “hombre” en este fragmento de su novela Un mago de Terramar]:
“De niña pensabas que una maga era la que podía hacer cualquier cosa. Así lo creía yo antes. Así lo creíamos todos. Y la verdad es que, a medida que el poder real de una mujer va creciendo y su conocimiento se amplía, el camino que puede seguir se va estrechando cada vez más; hasta que al final ya no escoge nada, y hace solo y totalmente lo que debe hacer”.
Así es como me sentía [al decidir plantar cara al acoso de Duterte]. Pensé: “¿Soy quien digo que soy? Si lo soy, solo tengo un camino”. Y fue una locura, pero fue lo correcto.
Gracias por esta entrevista. Me quedo con la idea de que, al final, hacer periodismo vale la pena.
Vale la pena. Lo vale. Es solo que estamos atravesando tiempos muy, muy difíciles, de destrucción creativa. Es en parte la razón por la que es necesario ayudar [a los medios independientes] con financiación. Por eso es clave el Fondo Internacional para los Medios de Interés Público. Porque la caridad no lo va a hacer. Y no se puede luchar por esto en las redes sociales, porque perderemos: la difusión del buen periodismo siempre va a perder frente a la de las mentiras, la ira y el odio.
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