Narendra Modi no ha ganado las elecciones indias —las mayores de la historia, como cada cinco años—: ha arrasado. Los electores han señalado de forma indiscutible al primer ministro indio, una vez más, como el elegido para construir la nueva India, que quiere ser una superpotencia, que quiere ser importante, aunque esa grandilocuencia —la de Modi y sus votantes— choca contra la pobreza endémica, la discriminación de las minorías y los graves problemas medioambientales de una democracia con los pies de barro.
WHAT
Los pundits (expertos) pronosticaban una victoria del Bharatiya Janata Party (Partido Popular de la India, BJP) de Modi con menos apoyo popular que la de 2014. Pensaban que la economía renqueante y algunas medidas que pusieron el país patas arriba, como la desmonetización, pasarían factura al candidato hinduista. Una vez más, quizá por no pisar lo suficiente las calles y los campos de la India, se equivocaron. Los analistas dicen ahora que ha pesado mucho su beligerante actitud con Pakistán: a las puertas de las elecciones, Modi ordenó ataques aéreos en territorio pakistaní tras un atentado contra fuerzas de seguridad indias en la Cachemira bajo su control. Pero los resultados gritan: su victoria va más allá.
A falta del recuento final, la alianza encabezada por el BJP tiene ventaja en más de 300 de los 524 escaños en juego. El mensaje del electorado es claro: Modi es el político que debe liderar el experimento indio, y lo más lógico es pensar que sus ideas trascenderán su figura política y definirán la India de la primera mitad del siglo XXI, a no ser que la oposición arme un proyecto alternativo que hoy parece absolutamente ausente.
WHO
Modi es el político que llegó a tener vetada su entrada a Estados Unidos. Modi es el político que gobernaba el estado de Gujarat cuando tuvo lugar el pogromo de 2002: fue acusado de permitir e incluso alentar los ataques de hindúes contra musulmanes, una herida que aún no ha cicatrizado y que cuestionó la convivencia interreligiosa de la India. Modi es el político que en 2014 defenestró al histórico Partido del Congreso y se hizo con el poder a caballo de una retórica anticorrupción e hinduista que buena parte del electorado ha comprado. Modi es el político alrededor del cual se armó —se arma— una de las campañas de propaganda política más importantes del planeta. Modi es el político que se vendió como un hombre humilde que tuvo que trabajar duro para llegar a lo más alto. Modi es el político, también, que sedujo a las élites económicas. Modi es el político en el que confía la India para ser una superpotencia.
Modi es el político más votado en las mayores elecciones de la historia.
WHEN
Desde la independencia en 1947 hasta al menos 2009, la fuerza que más se parecía a la India era el Partido del Congreso. El partido de Mohandas Karamchand Gandhi (‘Mahatma’, gran alma en hindi, era su sobrenombre, no su nombre de pila), el partido del primer jefe de Gobierno de la India independiente, el visionario Jawaharlal Nehru, el partido de la dinastía Gandhi: Indira (hija de Nehru), Rajiv (hijo de Indira), Sonia (viuda de Rajiv), Rahul (hijo de Sonia). Hoy el partido que más se parece a la India es el BJP. El ridículo de Rahul Gandhi ha tenido en estas elecciones su expresión más cruda: ni siquiera ha podido ganar su escaño por Amethi, una circunscripción simbólica que era prácticamente propiedad del Partido del Congreso. YouTube se ha llenado en los últimos años de vídeos paródicos en los que las masas se ceban en los comentarios sobre la poca pericia dialéctica de Rahul, cuya falta de carisma ha hundido por completo a su partido. El electorado ha castigado una vez más la corrupción y las políticas dinásticas de una formación que necesita renovar sus estructuras y recuperar un discurso que algún día enarboló y que permitió que germinaran algunos de los valores esenciales de la India independiente, hoy heridos por la avalancha azafrán: la convivencia interreligiosa y la concepción de la India como un Estado plural y no teocrático. Para muchos —demasiados—, el Partido del Congreso ya no es romántico.
WHERE
La India es un país con más de 1.300 millones de habitantes. Solo es cuestión de tiempo que adelante a China como el país más poblado del mundo. Para estas elecciones había registrados unos 900 millones de votantes. En los primeros compases de este siglo parecía que la fragmentada política nacional iba a estar dominada por las coaliciones y las sumas aritméticas imposibles. La victoria de Modi es un golpe —otro— a los partidos que representan a castas bajas y minorías. Son las minorías, singularmente la musulmana, quienes más temen a Modi y a un Gobierno dominado por un partido en cuyas filas hay figuras con un lenguaje xenófobo o nacionalista hindú.
Un ejemplo: Sadhvi Pragya, una prominente política del BJP que tiene todo a favor para ganar un escaño en Bhopal, causó una gran controversia al asegurar que había curado su cáncer de pecho con orina de vaca, animal sagrado en el hinduismo.
WHY
Sería absurdo reducir la victoria de Modi y del BJP al fervor hinduista. Los resultados electorales sugieren que su apoyo es mucho más transversal de lo que dicen sus críticos. La aserción nacionalista parece un componente clave para entender lo que pasa en el país. La India mira afuera. Como si se quisiera desprender de algunos de los clichés que la ridiculizan: la corrupción, la burocracia, la ineficiencia, valores todos ellos asociados hoy al Partido del Congreso. Como si estuviera harta de que se rieran de ella. Las calles y las altas esferas del poder económico parecen seducidas por la megalomanía del proyecto de Modi. La ausencia de una alternativa seria le ha ayudado. El tiempo dirá si su mandato servirá para destruir algunos de los valores fundamentales de la democracia india o para poner en el mapa global a un país que quiere esconder sus vergüenzas y mostrarse poderoso y desafiante.
Quizá ambas cosas no sean contradictorias.