Transnistria, un pedazo olvidado de la era soviética

Hanna Jarzabek

Un recorrido por el enclave exsoviético entre el río Dniéster y Ucrania a través de fotografías de Hanna Jarzabek

Una estatua de Lenin preside el Parlamento de Transnistria en su capital, Tiráspol, ante una bandera que muestra la hoz y el martillo. La huella del pasado soviético sigue grabada a fuego en la memoria de una población cada vez más envejecida que vive en este rincón olvidado de Europa del Este.

La autoproclamada República de Transnistria —en ruso, Pridnestriova—, que no tiene reconocimiento internacional, es una de las repúblicas de facto que surgió como consecuencia de la caída de la URSS y que todavía hoy continúa bajo influencia rusa. El territorio, cuya principal lengua vehicular es el ruso, declaró su independencia en 1990 para evitar formar parte de Moldavia (que proclamaría por su parte su independencia en 1991 en el contexto de la disolución de la Unión Soviética).

Instituciones, moneda, pasaporte y Fuerzas Armadas propias crean entre sus casi 500.000 habitantes un sentimiento de independencia; sin embargo, para la comunidad internacional Transnistria no existe como Estado, sino como parte de Moldavia.

Antes de la caída de la URSS, el nivel de vida en Transnistria era más alto que en el resto de la República Soviética de Moldavia, históricamente dividida entre el sentimiento nacionalista rumano y el soviético. La región oriental del río Dniéster, de donde provenían las élites políticas moldavas y donde estaban acuarteladas las tropas soviéticas, concentraba la industria eléctrica y producía aproximadamente el 35% del PIB moldavo. Tras la independencia de Transnistria, la mayoría de sus empresas pasaron a manos de oligarcas rusos y ucranianos o se convirtieron en propiedad del Estado ruso. Con el tiempo, el aislamiento internacional y el limbo legal dieron paso a la pobreza y al desarrollo de las desigualdades. Hoy en día el ostracismo, la difícil situación económica y la falta de trabajo son los principales problemas de este territorio, que se mantiene gracias al apoyo económico de Rusia.  

La fotógrafa polaca Hanna Jarzabek ha profundizado en la situación actual de Transnistria: con esta selección de imágenes, comentadas en primera persona, nos adentra en este pequeño enclave cuya población y autoridades siguen con el corazón en Rusia mientras miran de reojo a Europa.

En esta fotografía los niños de una escuela se preparan para un acto en Tiráspol que conmemora la victoria de la URSS en la Segunda Guerra Mundial. Desde su independencia, Transnistria se ha esforzado en crear un discurso patriótico edificado sobre la glorificación del pasado soviético y la victoria de la URSS. Los adolescentes adquieren este discurso de sus padres y de las escuelas, pero muchos se dan cuenta de que en el lado moldavo hay más posibilidades de futuro.

Los veteranos de guerra son uno de los pocos grupos que disfrutan de cobertura social gratuita. Muchos de ellos, como Ievdonija Filinovja, una veterana de la batalla de Stalingrado, piden la nacionalidad rusa para obtener una pensión pagada por el Kremlin, que es entre dos y tres veces más alta que la que ofrecen las autoridades de Transnistria.

Además de pagar pensiones a los jubilados, el Gobierno de Putin apoya también el desarrollo de pequeñas empresas, renueva y construye edificios públicos y hospitales, ofrece becas para estudiantes y se encarga del suministro energético. Todo esto refuerza el sentimiento de pertenencia a la órbita rusa, aunque para muchos pridnestrovianos —gentilicio que designa a los habitantes de Transnistria— las prioridades son económicas y la cuestión identitaria empieza a pasar a un segundo plano.

En esta imagen aparecen algunos alumnos de la escuela de cadetes del Ministerio del Interior de Transnistria durante una actuación para conmemorar la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial. El servicio militar es obligatorio y los pridnestrovianos se enorgullecen de tener su propio cuerpo castrense, pero es una institución muy opaca y no se sabe de dónde provienen la financiación y las armas.

 

En esta imagen aparece Vadim Krasnoselsky, el actual presidente, acompañado de su mujer, Svetlana Krasnoselskaya, durante la celebración del 610 aniversario de la fundación de Bender, la segunda ciudad más importante de Transnistria. Krasnoselsky ganó las elecciones presidenciales en 2016 gracias al apoyo de oligarcas locales y del potente conglomerado empresarial privado Sheriff, que se fundó tras la independencia y actualmente controla prácticamente toda la vida política y económica de la región. 

La posición política de Obnovlienie (Renovación), el partido al frente del Gobierno de Transnistria, es ambigua: mientras cultiva y glorifica el pasado soviético, participa en paralelo en negociaciones con Moldavia y la Unión Europea para romper el aislamiento económico. 

En esta fotografía muestro un póster electoral en la ciudad de Grigoriopol a favor de Putin durante la última campaña presidencial. El Estado y el Ejército ruso, con presencia en la región, son una garantía de paz para la población. Además de la propia, la bandera rusa también es un símbolo nacional en Transnistria y acompaña todas las celebraciones oficiales. En muchas instituciones y despachos oficiales es común encontrar retratos del presidente ruso.

Albina Georgievna llegó a la zona oriental del Dniéster con su marido durante la década de 1970. Como gran parte de la población local, apoya fervientemente a Putin —en su camiseta aparece un retrato del mandatario acompañado de las palabras “Mi amigo”— y se siente rusa. Su nieto, Stas Kovtum, se enfada cuando la gente critica Transnistria: considera que Europa hace propaganda antirrusa y que lo que se muestra de su país es siempre “triste, oscuro y negativo”.

En Transnistria viven unas 475.000 personas, según el censo oficial de 2015, aunque la Organización Internacional para las Migraciones calcula que la cifra actual ronda los 450.000. De ellas un 40% son moldavas, un 28% ucranianas, un 23% rusas y el 9% restante pertenece a otras minorías.

Stas, que en la imagen aparece con su hija Mascha, pertenece a una familia de patriotas pridnestrovianos de clase alta. Sus padres ocupan altos cargos regionales del partido Obnovlienie. Actualmente trabaja en una empresa de telecomunicaciones que pertenece al grupo Sheriff. Para obtener un título universitario reconocido internacionalmente el joven estudió en Moldavia, donde, además de abrirse una cuenta bancaria, se empadronó con el objetivo de evitar el servicio obligatorio en el Ejército de Transnistria.

Stas asegura sentirse ruso y explica que su Gobierno hace muchos esfuerzos para que la gente pueda vivir como en un país cualquiera y la región obtenga reconocimiento internacional. En realidad, para conseguir ese objetivo, el Gobierno de Transnistria acerca posiciones con Moldavia, con quien ha pactado para obtener el reconocimiento de títulos universitarios, matrículas para los coches o beneficios bancarios.

En Transnistria es muy común que los padres jóvenes dejen a sus hijos a cargo de los abuelos para poder ir a trabajar, pero en algunos casos deciden dejarlos en orfanatos durante el tiempo en que están fuera. Saqué esta fotografía en un orfanato de Cioburciu, un pueblo cuya población es mayoritariamenta moldava.

Sascha, como muchos pridnestrovianos, tiene más de un pasaporte: el de Transnistria, el ruso y el moldavo, que en esta foto aparecen de izquierda a derecha. El primero no está reconocido por la comunidad internacional, por lo que, para poder viajar, los pridnestrovianos necesitan obtener otra nacionalidad.

Sascha proviene de una familia en la que hablar sobre Moldavia era delicado. Su padre luchó por la independencia y en la escuela se señalaba como enemigos a los moldavos. Viajando, Sascha se dio cuenta de que esto era una simplificación y de que la historia tiene más de una versión.

En Transnistria hay tres idiomas oficiales: el ruso, el ucraniano y el moldavo. Todos ellos se escriben con el alfabeto cirílico; sin embargo, la escritura del moldavo en cirílico es una construcción soviética, ya que el idioma tiene claras raíces latinas. Saqué esta fotografía en el Liceo Lucien Blaga de Tiráspol, una de las pocas escuelas de la región donde está permitida la enseñanza en moldavo con alfabeto latino. Tanto el director, Ion Iovcev, como los demás trabajadores del liceo han tenido muchos problemas con el gobierno local y los servicios de seguridad rusos, ya que eran considerados agentes del “Estado enemigo”.

Según Gilles–Emmanuel Jacquet, profesor en la Escuela de Diplomacia e investigador en el Instituto Internacional por la Paz en Ginebra, “aunque la identidad y el idioma fueron componentes importantes para ambos bandos, el conflicto no tenía bases étnicas como tal. En realidad, las élites pridnestrovianas y moldavas trataban de mantener o de ganar poder, y los problemas lingüísticos, culturales y étnicos les sirvieron como pretexto”.

La emigración suele ser el proyecto de futuro más frecuente entre los jóvenes. Muchos salen por motivos económicos, pero también hay otras razones. En Transnistria no hay centros culturales ni espacios independientes para desarrollar la creatividad, y aunque hay teatro, solamente se representan grandes clásicos rusos. En esta imagen, algunos artistas locales esperan en la calle de Tiráspol antes de actuar en la fiesta de celebración de los 226 años de la fundación de la ciudad.

A pesar de tener universidad, hasta mayo de 2018 los títulos pridnestrovianos solo eran reconocidos por Rusia, y los estudiantes no podían participar en programas Erasmus. Tras un acuerdo con el Gobierno moldavo, ahora los títulos universitarios se pueden convalidar y, gracias a un acuerdo entre la embajada estadounidense en Moldavia y la Universidad de Tiráspol, ya han empezado algunos programas de intercambio.  

Esta fotografía la tomé en Balka, uno de los barrios de Tiráspol. La proclamación de independencia vino acompañada de la aparición de una oligarquía que, aprovechando el limbo legal internacional y el aislamiento de la región, desarrolló negocios opacos y concentrados. Como consecuencia, en la sociedad surgieron muchas desigualdades económicas.

Este es un partido entre el equipo oficial de Transnistria, el F.C. Sheriff Tiraspol, y el equipo moldavo F.C. Milsami Orhei. Para poder participar en competiciones internacionales, el F.C. Sheriff está registrado como moldavo. Tanto el estadio de fútbol como el club pertenecen al conglomerado Sheriff.

Esta es una sala de costura de la fábrica pública Odema, en Tiráspol. En tiempos de la Unión Soviética, daba trabajo a 7.000 personas y abastecía a toda la URSS. Actualmente solo tiene 530 empleados. Como no pueden acceder directamente al mercado internacional, muchas fábricas ofrecen mano de obra barata para las grandes marcas europeas, que venden el producto como si hubiera sido fabricado en Moldavia. Las empresas locales subrayan que la falta de inversiones y de modernización frustra todas las posibilidades de desarrollo.

Hasta hace poco los habitantes de Transnistria no tenían la posibilidad de comprar a través de internet. Gracias a un acuerdo con los bancos rusos, hoy es posible obtener una tarjeta de crédito que permite a los ciudadanos acceder al sistema financiero internacional, aunque muchas personas creen que es más fácil abrir una cuenta bancaria en Moldavia.

Ludmila, activista del club de veteranos de la Segunda Guerra Mundial, nació en Tiráspol pero se considera ciudadana de la Unión Soviética. Las autoridades locales mantienen viva la herencia histórica tanto del Imperio Ruso como de la URSS y construyen sobre esta base la identidad pridnestroviana.

Muchos jubilados ayudan a sus hijos y nietos a mantenerse económicamente. Ludmila comparte casa con su hija y su nieto, y actualmente está esperando obtener la nacionalidad rusa para acceder a la pensión pagada por el Kremlin.

Esta es una comida de jubilados organizada por el dueño de un café local con motivo del día de Tiráspol. A causa de la emigración, Transnistria tiene una población cada vez menor y más envejecida. Esto empieza a ser una carga social importante para las autoridades locales, así que a menudo las autoridades presionan a los jubilados para que pidan la nacionalidad rusa y cobren la pensión de Moscú.

En esta fotografía aparece la estatua de Lenin ante el Parlamento de Transnistria. Las autoridades se inclinan por una economía orientada al mercado libre, aunque mantienen muy presente el pasado soviético, cultivado y glorificado. Para muchos ciudadanos, sin embargo, no son más que símbolos que forman parte de la historia.

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