El macronismo está herido de muerte. Mientras el centro se difumina, Francia se inclina hacia la extrema derecha. La primera vuelta de las elecciones legislativas dejó un país dividido en cuestiones tan presentes en la Europa actual como la migración, pero unido por el rechazo contra un hombre que quiso convertirse en una especie de monarca republicano. Adelantar los comicios fue un disparo al aire, una estrategia arriesgada que ahora amenaza con la llegada de la ultraderecha a la Asamblea Nacional. El avance electoral consumó una inesperada alianza de la izquierda bajo el nombre de Nuevo Frente Popular y acabó confirmando el avance imparable de la extrema derecha. La posibilidad de meter mano a un gobierno impopular se reflejó en la participación, que alcanzó el 66%, el porcentaje más elevado en una primera vuelta desde 1981.
A pesar de todo, Macron persiste en su convicción de vender la imagen que le hizo llegar al poder hace siete años: ser el único capaz de detener “los extremos”. Al menos 82 candidatos de su partido han retirado ahora su candidatura para la segunda vuelta con el objetivo de impedir que la extrema derecha consiga mayoría absoluta. Un cordón sanitario contra Marine Le Pen y Jordan Bardella que comparte, entre otras formaciones, con La Francia Insumisa, un partido que en más de una ocasión él mismo ha equiparado con la ultraderecha. Antes de llegar al acuerdo, Macron alertaba del riesgo de una posible “guerra civil”.
A Francis Ghilès, de 79 años, no le gusta que un presidente francés recurra a este término. “Me parece totalmente irresponsable”, dice. Investigador sénior asociado del CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs), ha trabajado como freelance para The New York Times, The Wall Street Journal, Le Monde, El País y La Vanguardia. Durante 14 años recorrió África del Norte como enviado especial para el Financial Times. También ha trabajado como asesor para Gobiernos occidentales (Reino Unido, Francia y Estados Unidos). Su larga trayectoria ha cincelado en él una mirada crítica y afilada. Se muestra cauto al especular sobre los posibles resultados del próximo domingo. “El escenario es totalmente nuevo. Un presidente que pierde su poder político y anuncia elecciones legislativas tres años antes de marcharse”. Reina la incertidumbre.
¿Cómo vivió los resultados el pasado domingo?
Los resultados son el producto de años de mala gestión de este país. El 28% de los votantes apoyaron a la izquierda, mientras que el 33% se decantó por la derecha más dura. El mensaje es simple: casi el 60% de los franceses está en contra de la manera de gobernar de un presidente que hace siete años se comparaba con Júpiter.
Muchos lo tachan de arrogante.
Antes de convertirse en presidente Macron fue banquero, aunque no por mucho tiempo. Viene de la élite burocrática y se comporta como tal. Muchos franceses tienen la sensación de que cada vez que Macron habla, ofende a su inteligencia. Ya sufrimos algo parecido con Sarkozy, pero la manera de hablar de Macron es totalmente diferente. Cree tener la respuesta a todas las cuestiones. Un gran hombre de Estado, el Cardenal Richelieu, dijo: “Para gobernar bien un país se debe escuchar mucho y hablar poco”. Macron hace todo lo contrario, escucha poco y habla mucho. Le gusta su voz, es inteligente, habla un francés elegante, muy preciso, pero no tiene alma, sus palabras parecen muchas veces vacías. Es imposible imaginarse a François Mitterrand hablando cada día de todo y de nada a la vez. A Macron le falta altura política y la gente ya no lo cree. A menudo la gente humilde se siente insultada. Llegó al poder en 2017 tras el fracaso de la izquierda, y desde entonces ha intentado venderse como el único capaz de detener a la extrema derecha, pero ha fracasado. En sus cálculos no contaba con que la izquierda lograse unirse porque en este país la izquierda está muy dividida —mucho más que en España—, pero existe y se ha visto con esta unión de última hora [en referencia al frente republicano, la unión del centro y la izquierda para frenar a la ultraderecha]. Ha sido una sorpresa total para mucha gente. Es cierto que no es una alianza muy sólida, existen fisuras, pero hay mucha gente de centro-izquierda y de izquierda que se siente mucho mejor con esta unión.
Macron siempre se ha presentado como el dique que contenía a la ultraderecha, pero poco a poco ha incorporado aspectos de su ideología.
Exacto. Recuerdo que con motivo del asesinato del profesor de secundaria Samuel Paty, hace cuatro años, dio un discurso enfrente de la Sorbona en el que dio a entender que en el islam hay violencia per se. ¡Ese es el discurso de la ultraderecha! Ninguna religión es inherentemente violenta. Tanto el judaísmo y el cristianismo como el islam lo son cuando son utilizados de manera política. La historia de España lo demuestra, la historia del mundo árabe es otro ejemplo. También la historia de Israel.
¿Los resultados de la primera ronda obedecen más a un castigo al Gobierno de Macron o supone el viraje total de la población francesa hacia la ultraderecha?
Es un castigo al macronismo. Muchas de las personas que han votado a la ultraderecha no son particularmente racistas; sencillamente están cabreadas y quieren sacar a Macron del Gobierno. Aunque ese sentimiento no va dirigido solo contra él, sino contra toda la élite que lo acompaña.
¿Cree que este mazazo electoral podría forzarlo a dimitir?
No hay ningún artículo en la Constitución que le impida seguir como presidente los próximos tres años, pero políticamente fracasó el domingo pasado. La mayoría de los observadores de la vida política francesa no creen hoy que vaya a dimitir. De hacerlo, estaría entregando las llaves del Elíseo al Frente Nacional. Ahora mismo estamos frente a dos posibilidades y ambas son muy difíciles. La primera es que el Frente Nacional gane con mayoría absoluta. Cuando vemos la cantidad de candidatos que han dimitido para la segunda vuelta, el escenario de una mayoría absoluta parece difícil. La segunda es que se construya un frente republicano a modo de cordón sanitario, pero es difícil conseguir el mismo efecto hoy que en 2002, cuando Chirac obtuvo el 80% de los votos. Lo que sabemos es que, llegado el caso, la izquierda votará más fácilmente a un candidato de centro para frenar a la ultraderecha. ¿Pero qué van a hacer los macronistas? ¿Y la derecha clásica? Los electores cada vez son menos propensos a acatar las recomendaciones de voto de los partidos. Antes había unas etiquetas clásicas que definían a los votantes: uno era socialista, otro conservador, etcétera. Había un equilibrio. Hoy en día es mucho más fluido. La mitad de los que hoy votan a la extrema derecha hace 20 años votaban a la izquierda. Pero han visto bajar su nivel de vida y sienten que nadie se preocupa de ello.
Precisamente en nuestro último podcast, el periodista y filósofo Josep Ramoneda dijo que los discursos populistas han crecido porque los Gobiernos no han atajado los dos problemas más importantes de la población: la vivienda y el trabajo.
Para la mayoría de la gente el trabajo y la vivienda son dos temas fundamentales, y durante las últimas décadas la izquierda ha insistido en cuestiones como el género, la crisis climática, el respeto a comunidades religiosas como la musulmana. Eso está muy bien, pero hay problemas de base relacionados con el nivel de vida. La izquierda ha olvidado que los problemas de los electores franceses son el dinero, el trabajo y la vivienda; y por eso los electores se han marchado de la izquierda. Vivir en Francia, el Reino Unido o España es cada vez más caro. En este contexto, el islam se ha utilizado como arma para causar miedo por razones de terrorismo, olvidando que una parte de este terrorismo es la consecuencia de las intervenciones de Estados Unidos, Francia o el Reino Unido en Oriente Medio y África del Norte. En Francia no hay una única comunidad musulmana, no existe tal cosa. Hay ocho millones de personas que son musulmanes nominalmente, pero entre esos ocho millones de personas hay de todo: hay musulmanes que no practican su religión, los hay que sí, los hay que se ganan bien la vida, los hay con pocos recursos…
Desde la política y los medios se les suele concebir como un bloque homogéneo.
Pero no solo a los musulmanes. Mélenchon [líder deLa Francia Insumisa], por ejemplo, ha criticado a algunos políticos de origen judío al relacionarlos con el capitalismo triunfal. Eso es una forma de antisemitismo que no se puede aceptar. La creación de la extrema derecha en Francia proviene de personas a favor de la Argelia francesa. Lo ridículo del Frente Nacional es que tiene la intención de aprobar una ley para poner fin a la ciudadanía por derecho de nacimiento para las personas nacidas en Francia de padres extranjeros. Esta es una ley que lleva en vigor desde 1515 y por la cual las personas con padres nacidos en el extranjero pueden solicitar oficialmente la ciudadanía a la edad de 18 años. La revista Jeune Afrique mencionaba la ascendencia argelina de Jordan Bardella: uno de sus bisabuelos era argelino. Es el gran tabú del partido de Le Pen, que pocos periodistas franceses parecen dispuestos a romper. Bardella siempre está hablando de sus abuelos italianos pero nunca lo hace de su bisabuelo bereber argelino. Quizá deberían aplicar esta ley y despojarle de su pasaporte francés, ¿no? Por otro lado, su padre se ha casado por segunda vez con una mujer marroquí, en Marruecos, y se ha convertido al islam. Es totalmente ridículo.
A pesar de estas incongruencias, la realidad es que, elecciones tras elecciones, la ultraderecha en Francia ha pasado de la marginalidad a ser la fuerza más votada. ¿Se han normalizado los discursos extremistas?
La guerra en Irak, lo que ha pasado en Libia y después en el Sahel, lo que pasa hoy día en Gaza… No nos afecta que 60 o 70.000 palestinos mueran bajo las bombas. A mucha gente le parece normal. ¡No lo es! No es posible. Esto está destruyendo la política europea, nuestra reputación, nuestra capacidad de defender las ideas democráticas y de dialogar con buena parte del mundo. China y la mayoría de los países del sur no nos apoyan, no están de acuerdo con nosotros. Para la clase política francesa esto es una sorpresa.
Uno de los escenarios que más se plantean ahora es el de la cohabitación. ¿Qué podemos esperar?
Hace tan solo unos días Marine le Pen cuestionó el papel de Macron como comandante en jefe y dijo que, en caso de convertirse en primer ministro, Bardella asumiría decisiones en materia de política exterior. Más allá de las fuerzas armadas, pueden bloquear Europa desde dentro, pueden incidir en decisiones fiscales, en el devenir de la guerra en Ucrania. Todos estos supuestos generan mucha inquietud en el resto de países de Europa. Pero para ello necesitan conseguir la mayoría absoluta.
Si no tienen mayoría…
Si les faltan unos 10 diputados es posible que la derecha clásica les apoye y formen gobierno. Imaginar un Gobierno con todos los partidos de la izquierda y los macronistas parece muy complicado. Dentro del partido del presidente hay algunos, como el primer ministro, Gabriel Attal, que es claro en su postura: ni un voto para la extrema derecha. Y como él hay bastantes. En cambio, hay otros que vienen de la derecha, como el ministro de Hacienda, Bruno Le Maire, que rechaza a la Francia Insumisa, la parte dura de la izquierda, y que la equipara a la ultraderecha, al igual que el presidente.
En caso de que Agrupación Nacional consiga la mayoría absoluta, ¿qué opina de Bardella? ¿Le ve preparado para asumir el cargo?
No sabemos prácticamente nada de él. ¿Qué sabemos? Que no tiene experiencia profesional, que aparece en televisión, en TikTok, siempre con Marine Le Pen. Veintiocho años y no tiene experiencia laboral más allá del partido y de saber hablar de una cierta manera que le funciona en redes sociales. ¿Qué va a pasar? No tenemos ni idea, la incertidumbre es enorme.