Llamó “gripezinha” al coronavirus. Dijo que los brasileños tienen “los anticuerpos” para evitar que se propague. Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la covid-19 como una pandemia, la actitud pública y la gestión del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, han encadenado polémicas: la destitución del ministro de Salud y casi inmediata dimisión de su sucesor, su insistencia en usar la hidroxicloroquina pese a los estudios que apuntan a su falta de eficacia y posibles efectos secundarios, sus ataques contra los gobernadores locales que sí decretaron medidas como la cuarentena o el aislamiento social…
Mientras todo esto ocurría, los casos y los muertos aumentaban. Brasil se ha convertido ya en uno de los países del mundo con más fallecidos: unos 26.000, según los datos oficiales.
¿Pero son datos reales? El fotoperiodista de Associated Press Felipe Dana (Río de Janeiro, 1985) y la reportera Renata Brito (Londres, 1991) llevan semanas documentando los efectos que la covid-19 está teniendo en Manaos, uno de los lugares más afectados por la pandemia en Brasil. Allí se descubren los efectos —en forma de más muertos— de la desinformación, los mensajes contradictorios de los líderes políticos y la negación.
Manaos es la capital del estado de Amazonas, una región al norte de Brasil con la mayor tasa de fallecidos per cápita de todo el país. Más de 2.000 personas han muerto hasta la fecha por coronavirus en esa región, aunque la falta de test hace imposible determinar la cifra real, que se estima muy superior. El número de muertos en Manaos en abril y mayo casi ha triplicado los datos habituales.
El negacionismo de buena parte de la población también influye en la dificultad de cálculo. Más del 65% de la población votó aquí por Bolsonaro en las últimas elecciones. Por eso, si el presidente sale en la televisión diciendo que el virus es en realidad una gripe por la que no merece la pena paralizar la actividad laboral, la gente lo cree. “Estamos hablando de personas que necesitan de su trabajo para el día a día, que necesitan trabajar hoy para tener algo que comer mañana”, explica Dana.
Justo antes de viajar a su Brasil natal, Dana estuvo dos meses documentando los efectos de la pandemia en España. Las diferencias que ha encontrado entre ambos contextos, dice, son notables. “En España el confinamiento era total, pero en Brasil, sobre todo en la zona de Manaos, la gente está en la calle sin mascarillas ni distancia de seguridad, y muchos bares y comercios están abiertos”. Otra diferencia: Dana hizo estas fotografías en Brasil porque logró acceso, pero cree que en España se ha intentado esconder lo que está pasando. “Si lo que está pasando es chocante, hay que mostrarlo; la gente tiene derecho a saberlo”, sostiene.
A través de varias fotografías comentadas por el mismo Dana, recorremos las contradicciones de la pandemia en Brasil y su traducción en sufrimiento y muerte.
Las personas que transportan el féretro son miembros de SOS Funeral, un servicio municipal que ofrece servicios funerarios gratuitos a las personas que no tienen recursos para costear un entierro. En circunstancias normales comprueban el estado financiero de la persona, pero durante la pandemia no hay tiempo ni recursos logísticos, así que están atendiendo a todos los que llaman.
Para mí esta imagen es muy representativa de lo que es Manaos: un espacio ubicado en el interior de la Amazonia y rodeado por el río Amazonas y el río Negro. Buena parte de la población de la zona son ribeirinhos, personas que viven en pueblos pequeños en la ribera de los ríos a los que se accede con dificultad. En este caso era una anciana de 86 años que había presentado síntomas de covid-19. Me gusta esta foto también porque refleja algo que no estamos acostumbrados a ver: que el virus ha conseguido llegar incluso a sitios a los que solo se puede acceder con embarcaciones de este tipo.
Me ha sorprendido la amabilidad de la gente para dejarnos acceder con estos equipos al interior de las casas. Son momentos difíciles para las familias y entendería que no quisieran a reporteros allí, pero aquí la gente es muy abierta. Casi todo el mundo me abría sus puertas y me dejaba trabajar.
Algo que me ha llamado la atención es que la mayoría de la gente se apresuraba a decir que lo que había ocurrido con su familiar no era un caso de covid-19. Decían que ya era muy mayor, o que tenía alzheimer, o cáncer. Pero entonces empezaban a hablar de síntomas como fiebre alta o problemas respiratorios: una descripción perfecta del coronavirus. En cualquier caso, el médico que firmó su certificado de fallecimiento no llegó a ver a este paciente antes de determinar que la causa de la muerte había sido por “parada cardiorrespiratoria”.
Eliete das Graças, la mujer que aparece en la fotografía, es una persona que tiene mucho contacto con la realidad, que trabaja ayudando a personas pobres, pero se negaba a admitir que su padre había muerto por covid-19.
Pensaba que podría hacer un velatorio en casa para darle una despedida digna, pero este tipo de actos se han prohibido por la pandemia. “Una persona ya ni puede morir con dignidad”, nos dijo entre lágrimas. “¡Pasará la noche en un congelador cuando podríamos estar velándolo en casa!”. Es otro de los motivos por los que mucha gente oculta la presencia del coronavirus: creen que las normas solo se aplican a sus víctimas.
Esta fotografía está tomada un domingo por la noche en un barrio pobre de Manaos. La gente se agolpaba en el bar sin ningún tipo de distancia de seguridad. Intenté comprar una botella de agua allí y casi no podía entrar. Aparte del hombre que está jugando a las cartas y la lleva en la barbilla, creo que yo era la única persona con mascarilla.
No tienen miedo. Una de las personas me dijo: “Si nos toca morir, nos toca morir”. Muchos confían en lo que les dice el presidente, que sale por la televisión quitando hierro a la situación.
No es así en todas partes, pero en barrios humildes como este no hay ningún tipo de control. Aunque no hay decretado un confinamiento oficial, este bar, por ejemplo, no debería estar abierto. En el centro de la ciudad, quizá por la imagen pública, sí se controla más y los establecimientos están cerrados.
También he acompañado al servicio de emergencias. En esta imagen están trasladando a un anciano con síntomas de covid-19 que estaba muy enfermo.
El personal sanitario me comentaba que la gente espera al último momento para llamarlos, porque existe la creencia de que el virus está en los hospitales. Hay personas enfermas en casa que ni se plantean que puedan tener coronavirus y que no quieren ir al hospital por miedo a infectarse allí. Por eso la cifra de muertes en casa es tan elevada: cuando el servicio de emergencias llega, ya es demasiado tarde.
Esta es una imagen hecha con dron en Educandos, uno de los barrios de Manaos. Muestra bien el tipo de viviendas humildes que existen en estas zonas.
El virus llegó a esta región en plena época de lluvias, según las autoridades sanitarias. La particularidad de la zona es que es remota e internacional a la vez. Remota porque solo una precaria carretera conecta la ciudad con el resto del país y para acceder a pueblos aledaños son necesarios viajes en barco que duran horas. Internacional porque sus paisajes atraen cada año barcos llenos de turistas y su espacio de zona franca hace lo mismo con empresarios.
El primer caso mortal de la zona por covid-19 se registró el 25 de marzo, y desde entonces la cifra no ha dejado de aumentar. Sin embargo, la falta de test ha provocado que solo el 6,5% de los más de 4.500 fallecidos entre abril y mayo hayan sido confirmado como casos de coronavirus.
Este es otro caso de una persona fallecida en casa. Tenía cáncer desde hacía años y los familiares me contaban que en los últimos días había tenido una gripe, pero insistían en que no era covid-19. Estaba en una habitación muy pequeña y los familiares y amigos tuvieron que ayudar a sacarlo por la ventana.
Hay otro problema en la ciudad del que todo el mundo es consciente porque sale constantemente en la televisión: la saturación de los cementerios. Hay una decena en Manaos, pero solo uno público, el Nossa Senhora Aparecida, tiene aún espacio. En el resto se requiere tener una sepultura familiar ya comprada.
Pero el espacio en el público también es limitado y empezaron a recibir tantos fallecidos que no les daba tiempo a enterrarlos uno a uno. Empezaron a construir fosas comunes, una especie de cuevas horadadas con excavadoras para colocar unos cinco ataúdes juntos. En un momento dado llegaron a ponerlos unos sobre otros, pero hubo mucha indignación y dejaron de hacerlo.
Este es otro factor que empuja a la gente a negar que sus familiares han muerto con covid-19. Ven las imágenes en la televisión, piensan que los enterrarán allí y no quieren que eso pase con sus seres queridos. La ironía es que las personas enterradas en esta zona son casos no confirmados de covid-19, porque apenas se están haciendo test. Los confirmados, muy pocos en el cómputo total de muertos, se entierran en nichos individuales en un rincón de un espacio nuevo que crearon en lo que antes era un bosque. Tuvieron que talar los árboles para tener espacio.
De nuevo una persona mayor: Luis da Silva, 82 años, con problemas médicos previos pero que en las últimas semanas había experimentado dificultades para respirar. Murió en casa.
La mujer que lo abraza es su compañera. Era el momento en que iban a sacar el cuerpo y estaba muy emocionada. Probablemente tenía covid-19, pero no lo sabemos, porque no se realizan test a personas fallecidas en casa. Ella seguramente ni lo pensaba: solo quería darle un abrazo de despedida.
Este es un hospital de campaña público —con apoyo privado— que se montó en una escuela de Manaos.
Los pacientes utilizan una especie de cápsula que es en realidad un método de ventilación no invasiva. Se utiliza en personas que tienen dificultades para respirar, pero que todavía no necesitan ser intubadas. El sistema crea una presión negativa en su interior y además tiene un filtro que permite mantener el aire que viene del exterior menos contaminado durante más tiempo. Se trata de un invento propio. Las primeras pruebas parecen estar dando buenos resultados.
Este avión transportaba a un paciente desde Santo Antonio do Iça a Manaos. Su hija nos confirmó hace poco que murió un par de días después. El viaje duró tres horas porque es un lugar en plena Amazonía donde la mayor parte de la población es indígena. No hay vuelos comerciales ni aeropuerto, solo una pequeña pista o la posibilidad de viajar durante varios días en barco. Y el virus llegó hasta allí.
Este es un espacio poco poblado pero muy extenso. El acceso es complicado, no hay hospitales y mucho menos unidades de cuidados intensivos. No hay respiradores ni posibilidad de rellenar los escasos tanques de oxígeno existentes. Las pocas máquinas presentes en algunas poblaciones son casi imposibles de utilizar debido a los constantes cortes de electricidad.
Este tipo de aviones son imprescindibles para poder trasladar a la gente hasta hospitales. Son espacios peligrosos porque estás confinado con personas que están muy enfermas dentro de un sitio donde no circula el aire. Pero nos dejaron documentarlo porque, al fin y al cabo, es una muestra del Gobierno tratando de salvar a pacientes. Por eso me sorprendió mucho que en España no nos dejarán apenas acceder a sitios.
Llevo años trabajando en contextos de todo tipo en Oriente Medio, África y Latinoamérica, y nunca me había encontrado un control de la prensa como el que vi en España, sobre todo al inicio de la pandemia. Llegué a escuchar en Barcelona que no querían mostrar todo lo que estaba ocurriendo para que la gente no se asustara, para que no tuviera miedo. No me esperaba eso en un país europeo.