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Hace unos minutos que el conserje intenta cerrar la puerta metálica, pero no deja de llegar gente preguntando por las vacunas. Se agolpan en la entrada, nerviosos, e intentan asomarse dentro, cuando de pronto ven llegar a la enfermera.
—Se nos acabaron —dice ella.
—Pero todavía no es la una.
—Vacunamos hasta que se acaban las dosis.
—¿Y mañana, habrá?
La enfermera consigue cerrar la puerta y respira aliviada. Se da la vuelta y nos mira buscando comprensión, antes de desaparecer de nuevo escaleras arriba para reorganizar el espacio para la próxima jornada. Los dibujos en la pared nos recuerdan que estamos en un colegio, uno de los tantos espacios que el Gobierno de Chile ha reconvertido en centros de vacunación masiva.
Al día siguiente, antes de las nueve de la mañana, más de setenta personas hacen cola en las puertas del Colegio San Damián de Molokai, en la ciudad de Valparaíso. Los primeros, nos cuentan, llegaron a las siete para evitar volver a quedarse sin vacuna. Según el calendario del Ministerio de Sanidad, esta semana de abril toca vacunar a la población de 50 a 52 años. Cada semana hay un grupo de edad objetivo, pero también se reservan unos días para vacunar a los rezagados de semanas anteriores. Además, acuden personas mayores para recibir su segunda dosis.
La puerta está entreabierta pero no hay ningún responsable en la entrada. De vez en cuando alguien mete la cabeza tratando de averiguar si viene la enfermera, y mira al resto con cara de no entender la demora. Por fin aparece.
—Empezamos. Dos más de la segunda dosis, adelante. Vayan donde dice “Covid”. Los de la primera dosis, vayan a la cola de la izquierda.
La enfermera intenta organizar a la gente en la entrada para que no se repita el caos del día anterior.
—La vacuna es rápida de poner. El problema lo tenemos con la parte administrativa, nos cae el sistema informático y todo es más lento —se excusa.
El patio donde antes jugaban los niños es ahora una sala de espera improvisada. Varias personas aguardan sentadas después de recibir la dosis, por si la vacuna les produce alguna reacción. En el suelo permanecen las marcas de colores establecidas para que los niños mantuvieran la distancia cuando aún iban a clase. El curso escolar empezó el 1 de marzo de 2021, en medio de un profundo debate entre el Gobierno y la comunidad educativa sobre si se reunían las condiciones sanitarias para volver a las clases presenciales de forma segura. Los colegios alcanzaron a estar abiertos apenas tres semanas. El 25 de marzo, ante el aumento de los contagios y con la campaña de vacunación ya en marcha, regresó el confinamiento total en casi todo el país: se puso en cuarentena al 80% de sus 19 millones de habitantes y los colegios tuvieron que volver a las clases online.
Sandra Salvo ha madrugado. Tiene 55 años y hoy prueba suerte en el colegio San Damián, después de haber ido a varios consultorios de la ciudad para tratar de recibir la segunda dosis. Como el resto de convocados, no tiene un centro específico asignado: hay varios puntos de vacunación habilitados en la ciudad y las dosis se administran por orden de llegada.
—Tengo conocidos que han fallecido. Una vecina lleva un mes y medio intubada. Si me vacuno, tengo más posibilidades de que no me dé tan fuerte. Prefiero protegerme.
Para mediados de abril, Chile había vacunado ya con la primera dosis a más de 7,6 millones de personas, el 50% de su población objetivo, y más de 5,1 millones de ellos ya habían recibido la segunda. La vacunación masiva para la población general empezó a principios de febrero administrando mayoritariamente la vacuna china Sinovac Biotech, aunque también la de Pfizer/BioNTech.
Chile es el primer país de Latinoamérica y el segundo en el mundo con mayor porcentaje de población totalmente vacunada, por detrás de Israel. La paradoja del país andino es que, a pesar de seguir al pie de la letra su estrategia de administración de dosis, una segunda ola —más agresiva y contagiosa que la primera— está colapsando hospitales y ha obligado a volver al confinamiento estricto. El éxito de la campaña se volvió un arma de doble filo: hubo una mala comunicación de riesgo por parte del Gobierno; se relajaron las medidas coincidiendo con las vacaciones de verano; y el personal sanitario, ya al límite, tuvo que abandonar algunas tareas de control de la pandemia para cumplir con el calendario de vacunación.
Vacunas por ensayos clínicos
—Se sabía desde el año pasado que este [la vacuna] iba a ser un producto escaso. Y lo que vemos es que todavía sigue siendo escaso.
Quien habla es Rodrigo Yáñez, subsecretario de Relaciones Económicas Internacionales del Gobierno chileno. Su voz por teléfono suena tímida y pequeña, algo que contrasta con el apodo que le han puesto algunos medios: el zar de las vacunas.
A Yáñez se le atribuye gran parte del mérito de la adquisición temprana de las dosis. En mayo de 2020 recibió directamente el encargo del presidente Sebastián Piñera de negociar con los laboratorios.
—La clave del éxito fue la diversificación. Creíamos que se podía generar una fuerte competencia entre los Gobiernos del mundo desarrollado, que claramente hoy concentra la mayor cantidad de vacunas.
Yáñez habla bajito, pero sin titubear. El abogado, de 41 años, es uno de los hombres de confianza de Piñera, con quien en 2010 se instaló en La Moneda como asesor internacional. Sus colegas del gremio alaban su modestia: hace el trabajo calladito.
En agosto de 2020 empezaron los primeros viajes. Yáñez se reunió con distintos laboratorios chinos, europeos y americanos para explorar posibles futuros acuerdos, antes de que las vacunas siquiera existieran. El Gobierno negoció teniendo en cuenta aspectos técnicos asociados a los ensayos clínicos, al stock disponible, a las fechas para su distribución o a los modelos de pago, entre otros. La estrategia pasaba por convencer a las farmacéuticas para hacer los ensayos clínicos en Chile, con la participación de las universidades.
—La comunidad científica se involucró desde el inicio. Eso nos permitía tener información de primera mano sobre los avances que iba teniendo la investigación y, por lo tanto, tomar decisiones. La Universidad Católica participó en el desarrollo de Sinovac, la de Chile colaboró con la vacuna AstraZeneca y Johnson&Johnson, y la Universidad de la Frontera con CanSino.
Latinoamérica fue uno de los principales campos de pruebas de las distintas vacunas contra la covid-19. A finales de 2020 varios países participaban en la fase III de los ensayos clínicos de algunos de los principales laboratorios, como Pfizer BioNTech, Janssen, Oxford/AstraZeneca, Sinovac, Sinopharm o el Instituto Gamaleya, que produce la vacuna Sputnik V. El primer ensayo en Latinoamérica se hizo en Brasil con la vacuna británica a finales de junio de 2020. Pronto le siguieron otros países como Argentina —con ensayos de hasta ocho laboratorios distintos—, Colombia, Perú, México o Venezuela.
En el caso de Chile, se autorizaron ensayos clínicos de cuatro laboratorios: Sinovac, AstraZeneca, Janssen y CanSino. El más destacado fue el de la farmacéutica china Sinovac Biotech, que empezó en noviembre de 2020 y en el que participaron más de 3.000 voluntarios de entre 18 y 60 años, mayoritariamente trabajadores del área de salud. En el acuerdo con este laboratorio se incluyeron cláusulas de compra preferente en caso de que el desarrollo de la vacuna fuera exitoso.
Esa alianza entre laboratorios y universidades permitió al Gobierno cerrar contratos tempranos: a principios de diciembre firmó la compra de 10 millones de dosis con Sinovac. Un mes antes, había cerrado un acuerdo de compraventa de 4 millones de la vacuna de Oxford/AstraZeneca. También reservó 4 millones de dosis de Johnson & Johnson y adquirió 1,8 millones de la de CanSino, cuya llegada se espera entre mayo y junio. El Gobierno también apostó por la compra de vacunas de laboratorios que no se habían probado en Chile. A principios de diciembre, se compraron 10 millones de dosis a la farmacéutica Pfizer BioNTech, de las cuales más de 2 millones llegaron en el primer trimestre de 2021.
El país también aprobó el uso de la vacuna de Moderna y sigue en conversaciones con otros laboratorios como el ruso Gamaleya, el Serum Institute de la India o el chino Sinopharm.
—No hemos confiado solo en una. Para nosotros es importante tener un portafolio amplio de vacunas. El papel no siempre aguanta lo que la realidad puede superar.
El Ejecutivo destinó un presupuesto de 200 millones de dólares para la compra de vacunas contra la covid-19, aunque Yáñez no descarta que se amplíe hasta cerca de los 300 millones “en caso de necesidad”.
A pesar de todos estos movimientos con las farmacéuticas, a 18 de abril solo se estaban administrando dosis de Sinovac y Pfizer. El cierre de fronteras terrestres y aéreas en Chile a principios de abril de 2021 por la segunda ola no ha frenado la llegada de vacunas, y el aeropuerto Arturo Merino Benítez de Santiago sigue siendo hoy el escenario habitual de entrada de los cargamentos. Hasta este mes, han llegado 13 millones de dosis de la vacuna china, en seis envíos grandes de 2 millones cada uno y otro con un millón adicional. Las de Pfizer llegan todas las semanas en montos más pequeños, de alrededor de 300.000 dosis semanales.
—En el segundo trimestre, Pfizer va a tener una presencia bastante más fuerte y AstraZeneca entra en escena en mayo— asegura Yáñez.
La diversificación en la compra y reserva de distintas vacunas permitió asegurar la estrategia de vacunación del Gobierno tal y como estaba prevista. El 24 de diciembre de 2020 se vacunó a la primera chilena, Zulema Riquelme, una auxiliar de enfermería de 46 años. El personal sanitario —alrededor de medio millón de personas— fue el primer grupo en recibir la dosis.
El 3 de febrero se dio el pistoletazo de salida al plan de vacunación masiva para la población general, empezando por los mayores de 90 años. Desde entonces cada semana le toca a un grupo de edad distinto, a un ritmo de administración de unas 200.000 dosis diarias. Paralelamente se está vacunando a grupos objetivo como profesores, personas con enfermedades previas, miembros de los cuerpos de seguridad, periodistas y colectivos en primera línea, como trabajadores de puertos o supermercados.
La excepción regional
Mientras el mundo aplaude la exitosa gestión de la vacunación en Chile, los países de la región buscan fórmulas para salir a flote después de vacaciones. El final del verano austral ha marcado un cambio de tendencia en algunos países vecinos como Argentina, que en abril ha vuelto al toque de queda y a cifras récord de pacientes nuevos con covid-19. Entre ellos está el presidente Alberto Fernández, que se infectó a pesar de estar vacunado con las dos dosis de la Sputnik V: un caso notorio pero anecdótico, y que la farmacéutica ya comentó defendiendo la efectividad del fármaco.
El punto negro de la región es Brasil, que sigue estancado con una pandemia que jamás trató de estabilizar, con cerca de 14 millones de contagios, más de 370.000 fallecidos y superando en abril las 4.000 muertes en un día, la peor cifra en más de un año de pandemia. La gestión negacionista del presidente Jair Bolsonaro sigue desencadenando crisis internas en su Gobierno, con renuncias en bloque de varios de sus altos cargos y con hasta cuatro titulares distintos de la cartera de Sanidad desde el primer caso registrado de coronavirus en el país en febrero de 2020.
Chile ha cooperado con algunos de los países más perjudicados a nivel regional: en marzo de 2021 donó 40.000 dosis a Paraguay y a Ecuador, países con poco más de un 1% de la población vacunada. A principios de ese mismo mes, también coordinó la primera remesa de vacunas a Uruguay con un vuelo desde Santiago de Chile a Montevideo con 200.000 dosis de Sinovac. A finales de febrero, el Gobierno envió oxígeno a Perú para abastecer los hospitales.
El subsecretario defiende la acción exterior del Gobierno, así como la maniobra temprana con los laboratorios. Por el momento, se ha asegurado la compra de 90 millones de dosis. Con el laboratorio chino Sinovac es con el que ha llegado a un mayor compromiso, con un acuerdo de entrega de 20 millones anuales de vacunas durante los próximos tres años, hasta 2023.
—Chile no tiene una política de acaparamiento. Los montos que adquirimos son para cubrir nuestra población objetivo. La meta que nos hemos trazado es alcanzar la inmunidad de rebaño, con el 80% de la población vacunada no más allá de julio.
La firmeza con la que el subsecretario Yáñez defiende su estrategia de compra se pierde cuando le preguntamos por el incremento descontrolado de casos en las últimas semanas.
—Lo que está pasando aquí es algo que se está viendo en muchas otras partes del mundo. Siempre las cosas se pueden hacer mejor, pero estamos en una pandemia.
Calle San Ignacio 725
En el número 725 de la Calle San Ignacio de Valparaíso se encuentra el Hospital Carlos Van Buren. A finales de marzo aparecieron dos contenedores frigoríficos blancos de doce metros de largo en el aparcamiento del centro médico. Fue una decisión de emergencia en un día crítico, con más fallecidos de los que la morgue del hospital, deteriorada por los años, podía almacenar. Desde el inicio de la pandemia y hasta mediados de este mes de abril, en Chile ha habido más de un millón de infectados y han muerto más de 25.000 personas por covid-19. En esta segunda ola, aunque se han registrado récords de contagios, la cifra de fallecidos se ha mantenido en torno a 100 muertes diarias.
Los dos contenedores del Van Buren permitieron doblar el cupo para difuntos hasta los 18 cadáveres. Con los cementerios de la ciudad abiertos solo hasta mediodía por las restricciones de la pandemia y la lenta burocracia para enterrar a los fallecidos, la capacidad de gestión del centro colapsó.
En la misma calle San Ignacio, a pocos metros del hospital, se encuentran la mayoría de funerarias de la ciudad. Es uno de los pocos rincones de Valparaíso donde los negocios siguen abiertos.
—Lo que está mal aquí es que el cementerio no funciona las 24 horas. En el cementerio 3, donde más se sepulta, deberían tener turnos todo el día y toda la noche. Y no los tienen. Además, el servicio de anatomía del hospital trabaja solo hasta las 20h. Hay un desajuste.
Julio Silva se queja en la puerta de su local. Es una pequeña funeraria que lleva el mismo nombre que la ciudad. Hace 38 años que trabaja en el sector. Su padre y su abuelo también se dedicaron a “vender muertos” (enterrar a los fallecidos).
—Si quieres saber donde más se ha vendido covid, Funeraria Cubillos.
El hombre señala unos metros más allá.
—Allí venden sobre 60, 70 fallecidos mensuales. Yo soy más ratón, vendo unos 12 o 15 al mes.
Julio, que va sin mascarilla, responde con indiferencia cuando le preguntamos por el impacto de la pandemia en su trabajo.
—Se ha notado un aumento de fallecidos del 10 % o el 15 %, no es tanto.
Saca el móvil de su bolsillo y desliza con el dedo la pantalla mientras nos enseña en un grupo de WhatsApp los certificados de defunción de la última semana.
—El día que hubo más, fueron cinco o seis.
Julio vuelve a entrar con desgana en el interior del local, donde hay un televisor encendido. Hoy toca partido de fútbol de la Liga Chilena. Juega Unión La Calera contra Unión Española.
El eclipse
En diciembre de 2020 la comunidad científica ya alertó de los peligros de empezar a relajar las medidas de contención de la pandemia para Navidad y Año Nuevo. A mediados de enero se superó el 80% de ocupación de camas de hospital para pacientes críticos de covid-19, un porcentaje que alcanzó el 95% a finales de febrero. El éxito de la campaña de vacunación, iniciada ese mismo mes, eclipsó las voces de alerta de los médicos ante los indicadores de una nueva ola.
—Se volvió un círculo vicioso. Mientras más vacunábamos, más famoso se iba haciendo el país y por lo tanto las autoridades, en vez de hacer una comunicación de riesgo, hicieron más propaganda. De alguna manera, eso hizo que muchas personas fueran creyendo equivocadamente que la pandemia estaba controlada.
Lo cuenta Luis Ignacio De la Torre, presidente del Colegio de Médicos de Valparaíso. Hablamos con él por videoconferencia desde su casa en Recreo, una urbanización entre Viña del Mar y Valparaíso. Precisamente esta zona, uno de los destinos turísticos más habituales para los chilenos, es ahora de las más golpeadas por el incremento de contagios.
En un intento de salvar la economía del sector hotelero, el Gobierno autorizó permisos especiales de movilidad para las vacaciones de enero a marzo, cuando seguía habiendo un índice alto de contagios, superando los 7.000 casos diarios a finales del mes. Se dieron más de 4 millones de permisos de movilidad y se relajaron las medidas.
—Comunas que tienen 13.000 habitantes pasaron a tener 80.000 —señala De la Torre.
—¿Considera que el Gobierno actuó de forma descoordinada?
—Hay una pugna ideológica entre el Ministerio de Economía y el de Sanidad. Solo así se entiende por qué en una fase pensada para reducir contagios se autorizaron actividades de moderado y alto riesgo. No había explicación para abrir gimnasios, cines, restaurantes, servicios religiosos o centros comerciales.
—¿Qué más falló?
—Tampoco se consideró en ese momento cuáles eran las tareas que el personal de atención primaria iba a abandonar para poder cumplir con la estrategia de vacunación. Mayoritariamente las de trazabilidad y búsqueda activa de casos.
La infectóloga de la Universidad de Chile Claudia Cortés coincide con el diagnóstico del presidente del Colegio de Médicos de Valparaíso. Por videoconferencia, se muestra muy crítica con la gestión del Gobierno.
—Hemos cometido los mismos errores que Europa después del verano. Hubo muchos viajes a Brasil, que nos queda cerca, y que en general es un centro de vacaciones habitual para los chilenos.
A principios de abril, la segunda ola registró peores cifras de contagios que la primera: se alcanzaron los 9.000 casos diarios de coronavirus y se llegó al millón de infectados desde el inicio de la pandemia. La infectóloga lamenta que el éxito de la vacunación no se complementara con recursos adicionales.
—Se nos están exigiendo más camas para pacientes críticos, lo cual es muy complejo porque tenemos menos personal. Hay un 25% de profesionales de la salud que están con algún tipo de licencia médica por enfermedad mental o física por agotamiento y estrés asociado con la pandemia.
Entre el personal que sigue trabajando en la atención primaria están Marisol y Gonzalo. Son enfermeros de 28 y 31 años, respectivamente. Tienen la cara enrojecida, con marcas de los equipos de protección y los ojos cansados después de una intensa jornada poniendo vacunas. Apenas les sale un hilo de voz.
—¿Cómo estáis?
—Cansados. Ya no tenemos la misma pila que antes. Después de un año de estar trabajando sin parar, los ánimos ya no son los mismos.
—Si no me gustara lo que estoy haciendo ya no estaría acá y me hubiese pedido licencia médica. Ahora somos puros sustitutos.
—Igual la gente está un poco desesperada. Están urgidos por vacunarse pronto y aquí nos enfrentamos a caracteres duros, agresivos y malos tratos. A veces falta un poco de empatía hacia nosotros.
Al límite
Portales es la caleta de pescadores con más encanto de la Región de Valparaíso. Aquí se vende pescado y marisco todos los días, pero hay que ir temprano para vivir el auténtico ajetreo. Un ejército de gaviotas en los tendales espera impaciente los desechos que les lanzan los mozos que arreglan el género.
—Claro que estoy asustado. En mi casa somos diez. Vivo con mi señora, mis cuatro nietos, dos bisnietos… Yo soy el único que sale a trabajar y eso es lo que me da un poco de julepe [preocupación].
Es Sixto Martínez. Tiene 63 años y es ayudante de pescador.
—Yo vendo el pescado —puntualiza—. Hará unos 50 años que estoy trabajando, dedicándome a esto para ganar plata.
Lo dice orgulloso. Con la mano derecha arrastra un cubo con agua sucia y se detiene a hablar con nosotros. La jornada en Caleta Portales casi ha terminado.
—¿Ya se vacunó, usted?
—Me dan ganas y no me dan ganas. Dicen que la vacuna viene con muchas enfermedades. Mi señora lo ve mucho en Facebook. Estoy pensando si el lunes voy o no.
El negocio de los pescadores es de los pocos que no ha parado su actividad. El Gobierno endureció las medidas entre marzo y abril de 2021 ante las cifras récord de contagios. Cerró bares y restaurantes y limitó la apertura de comercios solo para la venta de productos de limpieza, medicamentos y alimentación. Además, avanzó a las 9 de la noche el horario del toque de queda, una medida que entró en vigor ya antes de la pandemia, con el estado de excepción por las protestas sociales de 2019.
Nicolás Cárdenas tiene 26 años y es estudiante de ingeniería en marina mercante en la Universidad Andrés Bello en Viña del Mar. Ahora vende pescado en la Caleta Portales.
—Igual podría tener mejor trabajo, pero como no hay, estoy acá. Me quedan dos años de carrera. Aquí termino de trabajar pronto y me queda tiempo para poder estudiar y hacer mis cosas.
Los restaurantes de la caleta de pescadores, normalmente abarrotados de clientes, hoy están vacíos. El único local donde hay actividad es el de Miguel Salgado. Es muy creyente, hijo de un marino.
—No me gusta quejarme. Si hay que decir algo, la culpa es nuestra. Yo también fui joven y uno cree que es inmune. Dicen que el virus no les va a afectar, pero ahora les está tocando a ellos.
Lo dice en referencia a jóvenes de entre 15 y 20 años que ve en la playa; lo cierto es que la media de edad de los pacientes con covid-19 en las UCI ha descendido respecto a la primera ola, y ahora se sitúa entre 55 y 58 años. El interior del restaurante de Miguel es un caos. Las mesas están una encima de la otra, hay una montaña de sillas al fondo y el suelo, de azulejos negros, está lleno de listones de madera. Aprovecha para arreglar la terraza para cuando pueda volver a abrir.
La parada de la actividad económica por la pandemia ha provocado en Chile una caída histórica del PIB del 14% durante el segundo trimestre de 2020, la peor en 40 años. En ese mismo periodo, la tasa de desempleo llegó a un nivel récord del 13,1%. En junio de ese año, el Gobierno creó un Fondo Covid con 12.000 millones de dólares para ayudas a familias, trabajadores y empresas. En marzo de 2021, en plena segunda ola, se inyectaron 6.000 millones de dólares adicionales a este fondo y se ampliaron los programas de apoyo a pequeñas y medianas empresas.
Miguel fue uno de los beneficiarios de las ayudas del Gobierno chileno para locales de restauración. Por eso puede hacer obras, pagar el arriendo y seguir ayudando económicamente a sus 26 empleados.
—Me dieron harta plata. Es como un concurso y yo cumplía con todos los requisitos. No debo impuestos, no tengo ninguna demanda laboral, nada. El Gobierno me ayudó pero mucho, mucho. Le doy gracias a Dios, porque yo nunca pedí nada.
Quien no recibió ninguna ayuda fue Sharon Cancino, de 39 años. Hace diez que tiene una tienda de costura, Athanor Lanas, en la calle Victoria de Valparaíso, uno de los principales ejes comerciales. La persiana de su local nos sorprende.
—Tengo que poner más de 50 candados para cerrar. Durante el estallido venía la gente a saquear.
Nos lo cuenta recordando las protestas de 2019. El malestar con el sistema económico y social provocó una masiva revuelta popular en todo el país, con algunos episodios violentos, que llevaron al Gobierno a sacar al Ejército a la calle y responder con contundencia. Pese a la pandemia, las protestas han seguido en menor intensidad hasta este nuevo confinamiento.
—Venimos de algo horrendo y ahora la pandemia. ¿De dónde sacamos la plata? Tuve que despedir a casi todo el mundo.
En la calle Victoria, pocos locales pueden abrir con las medidas decretadas para frenar el avance de los contagios. La mayoría no entran en la nueva categoría del Gobierno de “comercios esenciales”. Las persianas están medio bajadas, pero en la calle se forman colas igualmente.
—Yo no debería tener abierto, pero no hay nadie que fiscalice. La gente pide mercadería y lo que es esencial cambia según la persona.
Cuando nos vamos, dos chicas se detienen en la puerta de la tienda de costura al ver que hay actividad dentro.
—¿Tiene ganchos para cortinas?
Resilientes
La pandemia ha cambiado la morfología del centro de Valparaíso. Los negocios de siempre quebraron y la gente tuvo que reinventarse porque, como dicen algunos aquí, “si no se trabaja de día, no se come de noche”. La economía sumergida se multiplicó con la venta callejera de todo tipo de productos: mascarillas, empanadas, productos de higiene o cargadores para el móvil. Ahora, con el confinamiento, ya no se ven tanto.
Antonio Abarca tiene 31 años y se quedó sin trabajo durante la pandemia. Antes repartía fruta y verdura en los comedores escolares, y ahora la vende en su casa. Con su esposa Jenny Órdenes, ha puesto una pequeña tienda en el salón. Viven en una casa de planta baja en uno de los cerros de Valparaíso, con vistas al mar.
—Le dije a Jenny que había que invertir la plata que nos quedaba. Entonces hicimos esto para poder subsistir el tiempo que dure la pandemia.
Hasta hace poco, un colorido cartel pintado a mano lucía en la puerta: “Ricas frutas y verduras”. Un día vino la policía, cuenta Jenny, y lo tuvieron que retirar.
—Hemos pedido varias veces el permiso para poder vender en casa, pero ya no dan más. Ahora tengo la puerta abierta para los vecinos, pero si vienen los pacos, la cierro y me quedo dentro.
Desde fuera, se ven varias cajas de plástico negras en el suelo con zanahorias, patatas, cebollas y un poco de fruta. Encima de una cajonera de madera, hay una balanza de plástico. A todo volumen suena Santaferia, grupo referente de la nueva cumbia chilena.
Jenny está en la entrada con su bebé en brazos, mientras sus otros dos hijos corretean calle arriba.
—¿Cómo lo estás llevando?
—Esto aburre. Aburre estar encerrada. Pero ahí estamos. En algún momento esto se va a acabar.