Los jóvenes chinos buscan algo y no saben qué. En un país donde la libertad de expresión está vetada y la emocional ha sido ignorada, donde no hay tiempo para divertirse porque hay que estudiar y prepararse para la universidad y luego para el máster y el doctorado y luego para buscar trabajo y para encontrar pareja y tener hijos y sostener a los padres y a los abuelos, ¿qué lugar queda para el individuo?
La psicología fue durante décadas un estigma social en China. Con el maoísmo se la consideró una pseudociencia burguesa y se juzgó a las personas que sufrían depresión, recelando de su fervor revolucionario. A esto se le sumó el concepto de mianzi —la imagen que otros tienen sobre uno mismo, parecido al «honor» occidental—, que es el valor cultural por excelencia, y que desaprueba que el individuo exprese sus emociones, por deferencia a sí mismo y a su familia. Los jóvenes chinos cargan sobre sus hombros el peso de toda su cultura, se sienten desamparados y deprimidos, y buscan vías para encontrar un sentido a sus vidas. El malestar emocional no se circunscribe a Occidente.
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