Dicen que la malaria es una enfermedad olvidada, pero yo creo que es simplemente ignorada: la gente sabe que existe y decide simplemente no prestarle atención.
En 2016 se registraron 216 millones de casos de malaria en un total de 91 países, según cálculos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Son cinco millones más que el año anterior, pese a que durante el lustro precedente los casos habían descendido a nivel global. El número de muertes se mantiene estable: unas 445.000, mucho más de lo que puede matar en ese periodo cualquiera de las guerras en marcha. Dos de cada tres víctimas son niños menores de cinco años: junto a las embarazadas, son el sector de la población más vulnerable al paludismo.
Una de las claves del desinterés de Occidente (aunque en países como España la malaria solo desapareció en la década de 1960) es que esta enfermedad afecta sobre todo a los países en vías de desarrollo. El 90% de los casos se registran en África subsahariana. Tan solo dos países concentran casi el 40 % de los casos: República Democrática del Congo (RDC) y Nigeria. El parásito está mutando para resistir a los fármacos y se necesita invertir muchos recursos para encontrar medidas que contribuyan a su erradicación. La malaria tiene tratamiento y es curable, pero los medicamentos no están a disposición de muchas personas, tanto por motivos económicos como por problemas de acceso, y eso hace que muera tanta gente. Aunque no cope los titulares, la mitad de la población mundial está en riesgo de contraer la enfermedad, según la OMS.
Erradicar la malaria es uno de los objetivos del milenio, pero muchas cosas deben cambiar para que esto suceda.
Durante toda mi carrera he viajado a muchos países que sufren en silencio enfermedades olvidadas o, mejor dicho, ignoradas: entre ellas la malaria, causada por un parásito que se transmite a través de la picadura de un mosquito. En este ensayo fotográfico he escogido dos países para explicar cómo mata esta enfermedad y qué se puede hacer para combatirla: RDC y Costa de Marfil. El primero es uno de los países donde he visto a más gente fallecer a causa del paludismo: allí conocí a una población que fue diezmada por la enfermedad porque prácticamente la desconocía. En Costa de Marfil viajé con un grupo de entomólogos que estudiaba el comportamiento del mosquito para encontrar otros mecanismos de prevención que fueran más allá del uso de mosquiteras para evitar picaduras.
Esto es Nyagulusha, un pueblo situado a 2.000 metros de altitud en el este de RDC. Es el epicentro de un brote de malaria que estalló a principios de 2015. Para llegar hasta aquí tuvimos que viajar cuatro horas en moto y después otras cuatro caminando. En aquel momento al menos era posible, porque no era temporada de lluvias. La dificultad del acceso complicaba dar ayuda humanitaria a la población. Como la malaria no es común a esta altitud, la gente pensó que una enfermedad mortal desconocida estaba matando a la población: incluso sospechó que se trataba de ébola. Equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) pudieron llegar aquí y comprobaron que en realidad se trataba de malaria.
“Todo el mundo empezó a caer enfermo y muchos niños morían. Los síntomas eran mucho más fuertes que los de otras enfermedades que conocíamos, así que en el pueblo muchos pensaron que eran los demonios y abandonaron sus casas”, me contó Antoinette Kalimbiro, una de las vecinas de Nyalugusha.
Cuando llegamos al pueblo, había mucha gente que presentaba síntomas de malaria. La escena era demoledora: niños, hombres y mujeres con fiebre tumbados en la calle. Cuando se les hacía la prueba, la mayoría daba positivo. El equipo médico los enviaba al centro de salud de Tushunguti, a dos horas de camino a pie. El brote empezó en la pequeña aldea de Nyalugusha, pero se extendió a otras localidades de la zona congoleña de Ziralo.
Al centro de salud de Tushunguti llegaban pacientes durante toda la noche. Muchos adultos iban a trabajar al campo y al llegar a casa se encontraban con sus hijos enfermos. Entonces tenían que emprender la caminata. En la imagen vemos a Bufende Nezehozi, que anduvo durante tres horas con su hija Cristina a cuestas para llevarla al centro de salud. A ambas se las diagnosticó malaria. Recibieron el tratamiento y pudieron volver a casa al día siguiente.
El pequeño Neemia Machozi sufría malaria cerebral y su estado de salud era grave. Necesitaba una transfusión de sangre, pero estaba demasiado débil como para soportar las horas de caminata hasta un centro de salud en el que se pudiera llevar a cabo. Tres de sus hermanos sobrevivieron a la enfermedad. Él murió.
Costa de Marfil: más allá de la mosquitera
La malaria se transmite a través de la picadura de un mosquito, así que para poder erradicar la enferemedad es importante estudiar el comportamiento de este y saber cómo reacciona ante diferentes herramientas de prevención. En diciembre de 2017 viajé a Costa de Marfil con un equipo de epidemiólogos y entomológos que llevaba a cabo un estudio en este país y en Burkina Faso. Su idea era no solo recurrir a las clásicas mosquiteras impregnadas, sino probar otros recursos como pintar paredes con insecticidas, intentar acabar con las larvas de los mosquitos que portan el parásito y ofrecer datos científicos a los gobiernos para que apliquen las herramientas que funcionen mejor en los programas nacionales de prevención.
En la imagen vemos a dos cazadores de mosquitos: son voluntarios de la comunidad que se sitúan dentro y fuera de cuatro casas situadas en diferentes partes del pueblo para cazar mosquitos durante toda la noche. Cada vez que atrapan uno, deben apuntar la hora, la temperatura, la presión atmosférica… Es importante mantenerlos vivos para que su sangre pueda ser examinada. Los resultados pueden ayudar a saber cuáles son las horas de mayor actividad de los mosquitos que transmiten el paludismo, y a cuánta gente han picado.
Este es el kit que usan los cazadores de mosquitos para almacenar la información sobre las condiciones atmosféricas en las que los mosquitos pican a la gente.
Azaibou Akoliba es un técnico de laboratorio. Determina qué mosquitos son macho o hembra. Solo los mosquitos hembra transmiten la enfermedad.
Sylvie Soro tiene trece años. Le hicieron la prueba de la malaria en la localidad costamarfileña de Guefienkaha y dio positivo. Ahora recibirá fármacos para luchar contra el paludismo.
El test de diagnóstico rápido de malaria fue una auténtica revolución en la lucha contra la enfermedad, ya que permite diagnosticar a los pacientes en quince minutos y en cualquier parte del mundo.
La lucha contra la malaria a menudo es silenciosa y se hace en la oscuridad. Esta es una clínica móvil en la localidad de Guefienkaha, en el norte de Costa de Marfil. Médico y enfermero sacan muestras de sangre y hacen pruebas de diagnóstico rápido de malaria para conocer la prevalencia de paludismo entre la población.