“La covid-19 está dejando al descubierto las debilidades estructurales de Occidente. El agotamiento de la fuerza tractora de la globalización occidental es cada vez más evidente. Una clara fuerza constructiva de globalización con características chinas está emergiendo”.
— Tuit del diario Global Times, controlado por el Partido Comunista de China.
El florecimiento de los cerezos en China ha resultado especialmente simbólico este año. No solo ha marcado la llegada de la primavera: también se ha convertido en metáfora de la victoria del gigante asiático en la primera batalla contra el coronavirus. Parques y calles por todo el país han explotado con un efímero marfil rosado que ha animado a la población a salir del confinamiento al que ha estado sometida, con más o menos restricciones, durante dos meses.
“Hasta ahora solo había salido a la calle para hacer la compra. He estado trabajando desde casa y, por temor a contagiarme, he reducido al máximo el contacto con la gente. Pero hoy he decidido ir al parque para hacer fotos de los árboles en flor, y he quedado con unas amigas para tomar luego un café. Es la primera vez que las veo en casi tres meses”, cuenta Lin Xiaofei, una joven administrativa de Shanghái, con una sonrisa que trasciende la mascarilla quirúrgica que sigue siendo obligatoria en el país.
La normalidad regresa con timidez. Se mantienen los controles de temperatura en los centros comerciales, pero en ocasiones quienes los llevan a cabo ya ni siquiera miran el resultado que ofrece el termómetro de infrarrojos. A los complejos residenciales comienzan a acceder algunos mensajeros, y ya no se controla si quienes entran sin paquetes son vecinos o no. En edificios públicos como el de Hacienda todavía se comprueba que todos los que acceden tienen el código QR verde que genera la aplicación móvil del Gobierno, y se obliga a mantener la distancia intercalando macetas en los bancos corridos que ocupan quienes esperan su turno. Sin embargo, algunos de los funcionarios se retiran la mascarilla para hablar con los contribuyentes.
En el metro de ciudades como Shanghái es ya imposible evitar el roce. Al principio, los usuarios se cuidaban mucho de agarrarse a las barras de sujeción y dejaban un asiento libre entre sí, pero la hora punta ahora se parece a la de antes de la epidemia: los vagones vuelven a ser latas de sardinas. Y sorprende que, aunque los espectáculos y las grandes congregaciones aún están prohibidas, durante el Festival de Qingming (entre el 4 y el 6 de abril) muchos se dieron cita en los parques para celebrar picnics con tienda de campaña incluida. En los bares y restaurantes de Shanghái ya no se guardan las distancias y, como apunta el chef malagueño Sergio Moreno, responsable de la cocina del Commune Social, “la clientela ha vuelto”.
Los padres respiran aliviados desde el 27 de abril, cuando las provincias del país que aún no lo habían hecho (con la excepción de Hubei, epicentro de la pandemia) comenzaron a reabrir los centros educativos. Lo hacen con cautela: los pupitres en los que antes se sentaban dos alumnos serán ocupados ahora por uno solo, y las aulas serán desinfectadas varias veces al día. Pekín ha anunciado que los durísimos exámenes de acceso a la universidad (gaokao) se celebrarán finalmente en la segunda semana de julio. Y la actividad política también se retomará en mayo, aunque aún no hay fecha para la reunión anual de la Asamblea Nacional Popular, que fue postergada en marzo.
Ya solo el sector del entretenimiento espera el pistoletazo de salida para retomar la actividad: los cines estuvieron cerca, pero el Gobierno dio marcha atrás a su reapertura a finales de marzo cuando una sala de Zhejiang registró un contagio, y todo apunta a que grandes espectáculos como el fútbol y las artes escénicas tendrán que esperar al menos hasta el verano. Sí que funcionan con relativa normalidad instalaciones deportivas para entrenamientos y gimnasios. “Estamos abiertos, el problema es que la gente tiene miedo y no viene”, reconoce Liao, la joven que gestiona las canchas de bádminton y de squash del estadio de Hongkou, en Shanghái. “Hemos tenido que subir los precios para reducir las pérdidas”.
El cierre de China
Tras la revisión de las estadísticas del 17 de abril, que añadieron un 50% más de fallecidos en Wuhan —la ciudad en la que se registró el primer brote—, el saldo del coronavirus en China asciende a 4.632 muertos y casi 83.000 infectados. Independientemente de la veracidad que se quiera conceder a los números oficiales, es indudable que el país más poblado del mundo ya ha contenido esta primera ola del virus. Con la reapertura el pasado 8 de abril de Wuhan, la última localidad que permanecía en cuarentena, China ha culminado con éxito el control de la pandemia, al menos en esta fase.
Las infecciones locales son ahora muy esporádicas y se controlan con rapidez: el condado de Jia, en la provincia de Henan, detectó tres contagios relacionados con su hospital y decretó un nuevo confinamiento total el 2 de abril para evitar la propagación del virus. “Los protocolos son claros y efectivos. El país ya está preparado para enfrentarse a nuevos brotes y atajarlos de raíz”, sentencia Sun Mingming, director ejecutivo de la División de Administración Médica de la Comisión de Sanidad de Shanghái.
Aunque continúan abiertos los mercados en los que se venden animales que se sacrifican en directo, como el de Huanan —teóricamente origen del primer brote—, parece que China se ha propuesto evitar un SARS-3 con la nueva prohibición de comerciar con animales salvajes. Y, a diferencia de lo que sucedía hasta ahora, el Gobierno ha decidido que no compilará una lista con las especies vetadas, sino que publicará otra con los animales que son considerados aptos para el consumo humano. Todo lo demás quedará, por lo tanto, excluido.
La preocupación ahora se centra en los contagios importados del extranjero, que llegaron a rozar el centenar diario y han vuelto a una horquilla de entre diez y treinta. Se han detectado focos en diferentes puntos de acceso al país: algunos obvios, como los aeropuertos de Pekín o Shanghái —a los que cada vez llegan menos vuelos internacionales—; y otros más inesperados, como el remoto puesto fronterizo de Suifenhe, un enlace con Rusia hasta el que centenares de ciudadanos chinos han llegado cruzando por tierra la región de Siberia para poder regresar a su país. Según cálculos preliminares de las autoridades chinas, entre el 15% y el 20% de quienes han cruzado a Suifenhe están infectados, razón por la que se ha vuelto a confinar la ciudad y todos los recién llegados deben observar una cuarentena que oscila entre el mes de Suifenhe y los 35 días que exige la cercana Mudanjiang.
Algo parecido sucede en Harbin, capital de la provincia nororiental de Heilongjiang, donde una mujer que regresó el pasado 19 de marzo procedente de Estados Unidos ha contagiado a más de 50 personas. Lo llamativo del caso es que, siguiendo los protocolos, fue sometida a nada menos que cuatro test de coronavirus. Y en todos dio negativo. La posibilidad de que esté infectada con una cepa diferente del SARS-CoV-2, y que eso reduzca la efectividad de las pruebas, preocupa a las autoridades.
Aunque al inicio de la epidemia el Partido Comunista de China criticó indignado que se establecieran restricciones a la libre circulación de sus ciudadanos y residentes por el resto del mundo, a sus dirigentes no les tembló el pulso cuando, el pasado 28 de marzo, decretaron que todos los visados y permisos de residencia emitidos antes de esa fecha quedaban temporalmente suspendidos, impidiendo así de facto la entrada al país de todos los extranjeros, con la excepción de los diplomáticos. Muchos de aquellos que salieron de China para disfrutar de las vacaciones del Año Nuevo Lunar a finales de enero, y que luego se vieron atrapados por la pandemia en el extranjero, ahora no pueden regresar para reincorporarse al trabajo, retomar las riendas de su negocio o reencontrarse con su familia.
Jorge Barberá, empleado en una empresa china dedicada al diseño de interiores, es buen ejemplo de ello, y está sufriendo la situación desde España. Hasta allí viajó el pasado 29 de enero, y no ha podido regresar por el cierre de la frontera. Así que lleva tres meses sin ver a su mujer, cuya empresa ha cerrado temporalmente por falta de negocio, y cobrando solo el 10% de su sueldo, aunque continúa teletrabajando en la medida de lo posible. “En mi situación de no poder regresar a China estamos varios colegas de Guangzhou, que nos vinimos a España al comienzo de la crisis del coronavirus. Afortunadamente, yo tengo algunos ahorros”, cuenta. Ahora le preocupa que su permiso de trabajo caduque antes de poder volver para renovarlo: “Estamos todos esperando a que China abra la puerta para poder regresar”.
La diplomacia de la mascarillA
El Gobierno chino ha diseñado una nueva narrativa con el objetivo de mejorar su imagen internacional e incluso ganar influencia global. Tiene dos vertientes. Por un lado, está la campaña lanzada para instilar dudas sobre el origen del virus —el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores Zhao Lijian incluso dio pábulo en Twitter a la teoría conspirativa de que fueron soldados estadounidenses quienes lo llevaron a Wuhan durante la Olimpiada militar que se celebró allí el pasado mes de octubre— y restar importancia o negar la ocultación inicial de información sobre la gravedad de la epidemia —Associated Press afirma haber tenido acceso a documentos clasificados en los que se prueba que China retrasó durante seis días clave la alerta al público—. Por el otro, ha impulsado el envío de material y personal sanitario a los cinco continentes para apuntalar la idea de que es un “país responsable, comprometido con la lucha global contra el coronavirus y agradecido por la ayuda recibida en un principio”, según repiten fuentes oficiales.
Esa diplomacia de la mascarilla ha dejado una imagen impensable hasta ahora: aviones cargados de ayuda humanitaria china aterrizando en países europeos e incluso en Estados Unidos. Pero también ha tenido efectos secundarios adversos: el mercado de material sanitario se ha llenado de oportunistas —38.000 empresas se han registrado desde enero para fabricar productos que antes les eran totalmente ajenos— y los problemas de calidad han alarmado a países como España, República Checa o el Reino Unido.
“La demanda se ha disparado como nunca antes, y eso supone un riesgo”, dice Wu Shengrong, director ejecutivo de Dasheng, una fábrica de mascarillas de Shanghái que ha añadido varias líneas automáticas para incrementar la producción. “El problema está en los intermediarios, que incrementan el precio y a menudo ofrecen material de baja calidad. Por eso, nosotros trabajamos directamente con los clientes. Nuestros productos cumplen con todas las especificaciones”. Luis Galán, fundador de la consultoría 2Open, con sede en Weihai, concuerda: “En China se pueden adquirir productos de la máxima calidad, pero es un mercado muy complicado en el que hay que saber comprar. Hacerlo en un tiempo de caos como este, sin el conocimiento y la experiencia adecuadas, es aventurado”.
Consciente del peligro que estos fiascos suponen para su imagen, China ha decidido revisar todos los pedidos de material sanitario y ha remitido una lista con los fabricantes que cuentan con licencia para producir. También se ha manifestado en público. Al Gobierno español, por ejemplo, le recordó a través de la cuenta de Twitter de su embajada en Madrid que los test de coronavirus que adquirió en Shenzhen —antes de la confección de la mencionada lista—, que no ofrecían la precisión esperada, habían sido comprados a una empresa que no contaba con las licencias necesarias.
Estos casos han adquirido gran prominencia informativa en los medios oficiales chinos y han servido para afianzar la idea de que Occidente, caótico y falto de preparación, ha fracasado allí donde China ha tenido éxito. Este discurso para consumo doméstico ha calado entre la población. “China ha hecho grandes sacrificios para evitar que el coronavirus su propague por el mundo. Occidente ha desaprovechado esa ventaja y, aun así, el país se ha volcado en la producción de material para el resto del mundo, que debería estar agradecido”, comenta Lu Ping, dependiente en una tienda de ropa de Hubei, la provincia en el epicentro de la pandemia. “La irresponsabilidad de los gobernantes europeos y americanos se está cobrando muchas vidas porque han primado los intereses económicos y no la salud de sus ciudadanos. Ahora tratan de ocultar su inutilidad señalando a China”.
Sus palabras tienen eco en miles de comentarios en las redes sociales chinas y, cada vez más, también en las occidentales. “El Gobierno está teniendo mucho éxito en hacer creer a la población que su gestión de la crisis sanitaria ha sido impoluta. Aunque sabemos que [el presidente] Xi Jinping exigió que se combatiera al coronavirus el 7 de enero y no se tomaron medidas como el cierre de Wuhan hasta el 23, los dirigentes del Gobierno central han logrado descargar toda la culpa en las autoridades provinciales y se han erigido en salvadores”, comenta un funcionario miembro del Partido Comunista empleado en la maquinaria propagandística de China, que pide mantenerse en el anonimato.
“Ahora, debido al caos que se vive en el mundo, la cúpula del poder ha visto una oportunidad para proyectar esa imagen al mundo, sacar pecho e impulsar la influencia global que ya estaba en rápido ascenso gracias al proyecto de La Franja y La Ruta [comúnmente conocido como la Nueva Ruta de la Seda]. Allí donde Estados Unidos deja un hueco libre, Pekín ve una oportunidad para fortalecer su visión del mundo. Nuestra consigna es destacar en todo momento la ayuda que China presta al mundo, subrayar el liderazgo de Xi, y contraponerlo al fracaso de las democracias occidentales”, explica.
El diario ultranacionalista Global Times, subsidiario del Diario del Pueblo —controlado directamente por el Partido Comunista—, va un poco más allá. “Los días en los que se podía someter a China hace tiempo que acabaron. Los diplomáticos extranjeros caen en desgracia y tienen que hacer frente a una diplomacia china al estilo del lobo guerrero’”, escribe el rotativo en un editorial, utilizando un apelativo que traza similitudes entre las hazañas bélicas de la saga cinematográfica Wolf Warrior y la beligerante actitud que diplomáticos chinos como Zhao Lijian o Hua Chunying han adoptado en Twitter —red bloqueada en China— para defender la narrativa del Gobierno.
“Los diplomáticos chinos eran conocidos antes por su perfil bajo y conservador (…) y se les consideraba enigmáticos e inescrutables. Pero el mundo ha cambiado”, sentencia el diario. “Desde el principio de la epidemia, el mundo no ha ahorrado críticas a China y a su cooperación con otros países y organizaciones (…). A medida que China avanza hacia el centro del escenario mundial, algo facilitado por el relativo declive de Occidente, muchos países occidentales están incómodos, razón por la que lanzan acusaciones injustificadas contra China (…). Occidente cree tener la superioridad moral suficiente para señalar con dedo acusador a otros a quienes ve como sumisos, algo que refleja una visión profundamente etnocéntrica”.
Más conciliador se mostró el propio Xi Jinping en un artículo publicado el 16 de abril. “La solidaridad y la cooperación son las armas más poderosas contra la enfermedad (…), es imperativo para la comunidad internacional fortalecer la confianza, actuar con unidad, y trabajar de forma conjunta en una respuesta colectiva. (…). El Gobierno chino ha actuado de manera abierta, transparente y responsable y ha proporcionado actualizaciones oportunas sobre el brote a la Organización Mundial de la Salud (OMS), así como a los países y las regiones relevantes”, escribió el presidente chino. “El enemigo es el virus, no China”, apuntaló el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Geng Shuang.
La teoría de la conspiración
Donald Trump, sin embargo, no parece convencido de esto. En un inicio, y a pesar de que la OMS pidió evitarlo, se refería al SARS-CoV-2 como “el virus chino”. Y en su discurso se coló con fuerza una teoría: que el Laboratorio Nacional de Seguridad Biológica de Wuhan puede haber sido el origen del virus. No es la primera vez que corre ese rumor, porque se da la circunstancia de que es la única infraestructura virológica de nivel 4 existente en China, pero los comentarios de Trump dieron alas a lo que era una teoría de la conspiración más.
Hay dos vertientes de esta hipótesis. La más extrema es la que sostiene Luc Montagnier, el científico francés galardonado con un Nobel de Medicina por participar en el descubrimiento del VIH. Según él, el coronavirus es un producto de ingeniería genética y contiene secuencias del VIH. No obstante, la inmensa mayoría de los científicos asegura que es pura coincidencia y que el SARS-CoV-2 tiene un origen zoonótico: o sea, que saltó del murciélago —con el que comparte un 96% de la secuencia genética— al ser humano, seguramente a través de un animal intermediario que podría ser el pangolín. La Red de Investigadores China-España, una plataforma creada en 2016 por la comunidad científica española residente en China, ha criticado con dureza a Montagnier. “Es un peligroso pirado antivacunas, creyente en la teleportación del ADN, en la memoria del agua y unas cuantas cosas más que como científicos deploramos y denunciamos”, me dijeron.
La segunda vertiente de la teoría del laboratorio, más plausible pero sin pruebas que la sustenten, indica que uno de sus empleados pudo haberse contagiado con alguno de los virus que se manipulan en su interior y haberse convertido así en el paciente cero. A este respecto, The Washington Post ha publicado comunicados de los servicios de inteligencia estadounidenses que ya en 2018 advertían de dos hechos preocupantes sobre el laboratorio: las deficientes condiciones de seguridad de las instalaciones y los experimentos que se estaban realizado para aislar coronavirus procedentes de murciélagos.
Un grupo de científicos chinos publicó el año pasado un estudio en el que advertía de que los coronavirus procedentes de murciélagos podrían provocar una pandemia. Pertenecen al Instituto de Virología de Wuhan, del que depende el laboratorio de la discordia. En cualquier caso, no son los únicos que habían advertido sobre el peligro.
En febrero, otros científicos chinos publicaron una investigación en la Royal Society of Tropical Medicine & Hygiene en la que concluyeron que “es necesario desarrollar estrategias para mitigar el riesgo de enfermedades zoonóticas en el sur de China [Wuhan está en el centro]”, donde “el contacto entre animales y humanos con un bajo nivel de seguridad biológica facilita su emergencia”. La mayoría de los científicos considera que lo más probable es que el origen de la covid-19 se encuentre en un salto natural del animal al ser humano, pero no pueden descartar por completo con herramientas científicas que el primer contagio se produjera en el laboratorio o tuviera otro origen.
En cualquier caso, que China haya comenzado a censurar los estudios que buscan el origen del virus, como reconoce la prestigiosa Universidad de Fudan, no inspira confianza en su discurso oficial y ha facilitado que Trump siembre la sombra de la duda como cortina de humo para desviar la atención sobre la deficiente gestión de la epidemia en Estados Unidos. Trump incluso inquirió por teléfono sobre el asunto al propio Xi, asegura que ha puesto en marcha una investigación al respecto, y ha advertido de que China tendrá que “hacer frente a las consecuencias” si se demuestra que ocultó información.
Estas teorías han propiciado que muchos en todo el mundo se planteen exigir responsabilidades e indemnizaciones a China. Algunos incluso han interpuesto demandas que tendrán difícil prosperar, y el asunto ha escalado hasta el punto de que el propio Zhao ha tenido que salir a la palestra para desmentir que el coronavirus fuera fabricado en un laboratorio. “No existe ninguna prueba al respecto”, dijo el 16 de abril. “De ninguna manera este virus ha salido de nosotros”, apostilló el responsable del laboratorio, Yuan Zhiming, tres días después. “Ninguno de nuestros trabajadores se ha contagiado (…). El objetivo de estos rumores es confundir al público (…). La comunidad científica en Estados Unidos rechaza estas teorías de la conspiración que se lanzan con objetivos políticos”, añadió en una entrevista con la cadena de televisión oficial CGTN.
Ofensiva contra China
Sin mencionar específicamente el laboratorio, y centradas en la opacidad de la gestión inicial, las críticas al régimen comunista han llegado de todos los puntos cardinales: el exministro de Sanidad de Brasil Abraham Weintraub ha insinuado que China busca “la dominación del mundo”, el diario alemán Die Welt ha denunciado que diplomáticos chinos trataron de arrancar declaraciones elogiosas a China de políticos teutones, y parlamentarios británicos han señalado que la campaña de desinformación de China cuesta vidas. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, también ha advertido de que “no se puede ser tan ingenuo y pensar que China lo ha gestionado mucho mejor, porque hay claramente cosas que no sabemos”. Y en esa última idea se engloba también la etiqueta de redes sociales #ChinaLiesPeopleDie (China miente, la gente muere).
“Sí, culpad a China del virus”, escribe el profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Georgetown, Paul D. Miller, en un artículo de la revista Foreign Policy. Miller considera necesario responsabilizar de lo sucedido directamente a Xi, porque “una pandemia global es un fallo de gobernanza (…) que se da cuando se escamotea información certera sobre el patógeno y existe un fallo en los servicios públicos”.
La crisis sanitaria del coronavirus va camino de convertirse en la última arma arrojadiza en la particular guerra que libran Estados Unidos y China por la hegemonía mundial. Y la OMS, teóricamente una institución científica libre de sesgo político, es el campo de batalla en el que se manifiesta con mayor virulencia. Trump ha acusado a la organización de encubrir los errores de China, y a Pekín de manipular a la OMS para que alabe su gestión. También ha culpado al organismo de haber “fracasado en su deber básico” a la hora de responder a la pandemia, razón por la que ha decidido suspender temporalmente la financiación de esta última. Su postura es compartida por algunos políticos de otros países, como el viceprimer ministro y ministro de Finanzas japonés Taro Aso, que recomendó cambiar el nombre de la OMS por la Organización China de la Salud. “Si al principio no hubiese insistido en que China no sufría una epidemia de neumonía atípica, todo el mundo habría tomado precauciones”, dijo.
A esta lucha se ha sumado también otro de los grandes aliados de Estados Unidos en la región: Taiwán. El gobierno de Tsai Ing-wen reitera que contactó con la OMS el mismo día que China —el 31 de diciembre— para solicitar información, y que ya entonces sospechaba de la posibilidad de que se estuviesen produciendo contagios entre personas. No obstante, Taiwán no forma parte ni de la OMS ni de la ONU, porque China considera a la isla parte de su territorio —así lo hace también la mayoría de la comunidad internacional— y veta su participación en todas las instituciones internacionales. Taipéi aprovecha la ocasión para asegurar que este veto pone en riesgo la vida de millones de personas, mientras que Pekín insiste en que apoyar a la OMS es salvaguardar el multilateralismo. Para ello, China no ha dudado en llenar el vacío que deja Trump y anunció, el pasado 23 de abril, que inyectará 30 millones de dólares adicionales en la OMS.
Racismo tras el virus
La avalancha de acusaciones mutuas y la guerra de narrativas ha tenido un gran beneficiario: el racismo. Lo sufrió primero la comunidad china —y por extensión la asiática— en Occidente al principio de la epidemia; y lo están sufriendo ahora los no asiáticos en China. Las personas negras están siendo las más afectadas. “A muchos, los caseros o los vecinos nos han echado de casa”, comenta un nigeriano residente en Guangzhou, una de las ciudades más afectadas por los ataques xenófobos, que se identifica únicamente como Alex. “Hay muchos lugares en los que se nos prohíbe la entrada, y la gente nos insulta”, explica.
En efecto, McDonald’s incluso tuvo que disculparse y cerrar temporalmente uno de sus establecimientos en el barrio de Xiaobei después de que se hiciese viral un vídeo en el que una de sus empleadas sostenía un cartel en el que se informaba de que los negros no podían acceder. Y en otra grabación se vio cómo el guarda de seguridad de un centro comercial permitía el acceso de una mujer blanca pero no el de una negra.
Se exageraron los casos de la covid-19 que realmente se produjeron en el seno de la comunidad africana de Guangzhou, tradicionalmente estigmatizada. La agencia oficial Xinhua aclaró que solo 111 de las más de 4.500 personas de esta comunidad a las que se les había hecho el test dieron positivo. A mediados de abril varios países africanos protestaron oficialmente ante el Gobierno chino para que acabase con la discriminación de sus ciudadanos, pero Alex sostiene que la situación continúa siendo extremadamente tensa. “Hemos podido regresar a casa, pero muchos no se atreven a salir a la calle durante el día por miedo a sufrir ataques, que han llegado a ser físicos, y tampoco pueden regresar a sus países porque ya no hay conexiones aéreas o son muy caras. Es una vergüenza”, dispara.
Aunque a otro nivel, algunos occidentales también han sufrido expulsiones de sus residencias y vetos que les complican su vida profesional. Uno de ellos es Carlos Miranda, español dedicado a la venta de vino y residente también en Guangzhou. “Solo en la ciudad de Shenzhen me han rechazado siete hoteles. Me tengo que mover por ciudades más pequeñas y temo que allí sea incluso más difícil, así que estoy cancelando o posponiendo todos los viajes de trabajo hasta que la situación mejore”, cuenta.
Antonio Liu Yang, abogado especializado en relaciones interculturales con base en Valencia y uno de los promotores en España de la campaña antirracista #nosoyunvirus, reconoce que le preocupa lo que está sucediendo en su China natal y también algunos comentarios de la diáspora en Europa. “Algunos señalan que por lo menos solo les prohíben entrar con un cartel y no les pegan como a nosotros, o que ahora sabrán qué se siente al ser discriminado”, cuenta, y achaca al desconocimiento y al miedo los episodios vividos en el sur del gigante asiático.
La carrera por la nueva hegemonía
La prioridad del Gobierno chino es reactivar la economía. Porque la legitimidad del Partido Comunista reside en su capacidad para incrementar continuamente el bienestar de la población, y el coronavirus es una piedra enorme en el camino. Los datos relativos al primer trimestre de 2020 han resultado devastadores: el PIB cayó un 6,8% —la primera contracción desde 1976—, y más preocupante para los dirigentes chinos es el descenso del 3,9% en los ingresos de la población, un porcentaje que en las zonas rurales aumentó hasta el 4,7%.
Esto se suma al repunte del paro. Según datos oficiales, unas 460.000 empresas chinas echaron el cierre de forma permanente entre enero y marzo, y solo en enero y febrero se destruyeron más de cinco millones de empleos. Algunos analistas, como Liu Chenjie, del fondo de inversión Upright Capital, sostienen que esa cifra podría dispararse hasta los 205 millones, de los que 180 millones de nuevos parados vendrían del sector servicios, el más afectado por la caída de la demanda. “Al principio pensábamos que la excedencia a la que nos obligó la empresa duraría dos o tres meses, hasta que China recuperase la normalidad. Pero ahora han comenzado los despidos en firme por la baja carga de trabajo”, relata Wang Li, empleada en el departamento de administración de la filial en Shenzhen de una multinacional estadounidense. “De hecho, mi empresa ha decidido cerrar la oficina y mudarse a Kuala Lumpur”, añade con resignación. “La incertidumbre es lo peor de esta situación. Muchos amigos temen por su puesto de trabajo”.
“La globalización va a salir tocada de esta pandemia. El proceso de relocalización y de diversificación que ya había comenzado antes se agudizará”, vaticina Luis Galán. El caso de Japón es un buen ejemplo: el Gobierno tiene previsto un fondo de 2.000 millones de euros para atraer de vuelta a casa a las empresas japonesas instaladas allí. Y también financiará con 200 millones más a las que se vayan de China a otros países con el fin de reducir su dependencia del gigante asiático.
“En tiempos de crisis siempre se tiene una tendencia hacia una defensa de lo propio mal entendida. ¿Qué es mejor para las empresas japonesas, dedicar esos recursos para la relocalización de unas empresas con una previsible respuesta negativa del mercado chino, o dedicarlos a fomentar la competitividad e internacionalización, favoreciendo así el reposicionamiento global de la industria japonesa?”, se pregunta Jaime Orueta, consejero delegado de la asesoría Job Gest.
Javier López, director de la consultoría Jelk Innovation, es de una opinión diferente: “La crisis sanitaria ha dejado al descubierto la debilidad que supone depender de China como fábrica del mundo. El crecimiento de China ha estado muy ligado a ofrecer mano de obra barata a empresas de otros países, que la usaron para ser competitivos. Con la industria 4.0 y la robotización, la competitividad ya no va a estar ligada a esa mano de obra y, desde un punto de vista estratégico, resulta más interesante y beneficioso el regreso de las empresas a sus países de origen”. No obstante, Galán recuerda que el gigante asiático es más que una base manufacturera: “Es también el mayor mercado del mundo”.
En cualquier caso, el Gobierno se mueve con pies de plomo en la reapertura de la industria. Las empresas tienen que cumplir con estrictas medidas de seguridad. El problema está ahora en el desplome de la demanda global. “Al principio, cuando el coronavirus afectaba solo a China, tuvimos que detener la producción en Shanghái. Ahora que hemos reincorporado al 90% de la plantilla, los proyectos en el resto del mundo se han detenido”, comenta Yu Xin, fundadora de la productora de animación Leftpocket. Los festivales internacionales se han cancelado o pospuesto, y los estrenos tendrán que esperar mucho. “El sector del entretenimiento es el más afectado porque requiere que mucha gente se concentre en un mismo sitio. Por eso creemos que, de momento, la salida está en internet. No obstante, no va a compensar ni de lejos las pérdidas”, apunta.
Si China arranca con ventaja en el escenario pospandemia, podría ganar terreno en la carrera global por la hegemonía. Su PIB ha caído la mitad de lo que el Banco de España vaticina para 2020. Si el resto del mundo sigue esos pasos, el gigante asiático podría verse reforzado.