El cadáver de Aurelio Ortiz Campo salió casi a la fuerza del Hospital General de Zona 2A, en Iztacalco, Ciudad de México. Eran las tres de la madrugada del 2 de mayo y sus pulmones de 80 años no dieron más de sí después de tres días ingresado. Cuando los médicos quisieron certificar su muerte como posible caso de covid-19, se desató el caos.
Hubo empujones, gritos, amenazas. El personal médico argumentaba que Aurelio tenía todos los síntomas compatibles con el nuevo coronavirus y que estaban obligados a seguir el protocolo de aislamiento. Los familiares ponían en cuestión el diagnóstico. Si el certificado de defunción incluía al maldito bicho, creían que no podrían despedirse del patriarca como dicta la tradición en Iztapalapa, una populosa alcaldía del oriente de la capital mexicana.
—Estos pendejos del hospital querían ponerle covid. Yo cuando fui los…
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